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En la quinta parte de esta serie continúa la descripción de la resistencia de Quijorna frente al ataque de la División del Campesino, hasta su caída desbordados por el enemigo. 

Cruz erigida a la memoria de Manolo de Cossía y Corral y de sus compañeros de la 5a Bandera de Castilla.

El día 8 

El autor, herido, relata su experiencia: 

Por el mismo camino que aproximadamente había seguido el día anterior cuando salí del botiquín para ir a la cueva, también lo hago de la misma forma, poco a poco, apoyándome en las paredes, arrastrándome y descansando; llego hasta la iglesia y no puedo entrar, mejor dicho, no lo consideró oportuno al estar llena de heridos colocados en todas las posiciones, sentados, de rodillas, tumbados, y quizá algún muerto sin poder haber sido atendido. En el camino que recorro hay muchos muertos, en la calle, en cualquier esquina y muchos más en los alrededores de la iglesia. Ello me hace suponer que los que en ella morían les sacaban sin miramientos y los dejaban en cualquier lugar. El espectáculo era de lo más desagradable para la vista y por el olor, ya que había algunos incompleta descomposición, nada raro dada la temperatura que reinaba en aquellas fechas. (pp. 209 y 210) 

Es el tercer día consecutivo de ataque; los falangistas no han tenido el mínimo respiro, ni rancho, ni agua… Por no tener no tenían ni munición. Y tampoco pueden enterrar a los muertos: 

Cuando el enemigo se instala en el pueblo, tras su conquista, lo hizo con caretas antigás, y su primera disposición, montados los servicios de seguridad, pero con fines humanitarios, proceden al enterramiento de los muertos, medida que era necesaria, si no querían morir por las emanaciones de tanto cadáver. (p. 212) 

Aumenta el fuego de la artillería, de los morteros y de los cañones de los tanques y ametralladoras, pero los falangistas no ceden y los frentepopulistas no se atreven a entrar en el pueblo. 

Se hace referencia a un artículo publicado en el Ya el 1 de abril de 1962, que decía que la batalla de Brunete fue “el resultado de la resistencia de la bandera de Falange, pegada con una adherencia numantina al terreno de Quijorna”. 

El Campesino hace actuar durante todo el día a la «gloriosa aviación», aunque por primera vez, creo, vemos a la aviación nacional. La «gloriosa» nos envía cientos de bombas incendiarias no solo sobre el pueblo sino también sobre las posiciones, para su mejor localización durante la noche. (p. 213) 

Ya de noche, además de los incendios, las bombas luminosas que han arrojado indican perfectamente el lugar que tienen que bombardear, y desde las 12 hasta las 2:00 h de la madrugada sus aparatos vuelan a baja altura y machacan nuestras posiciones, pero nosotros seguimos firmes, y más con la inyección de moral que recibimos sobre las 3:00 h de la madrugada y que Caparrini describe…” (pp. 213 y 214) 

Se trata de 3 camionetas que traen solamente 200 bombas de mano de las 1800 que habían pedido. 

… no cabe duda que en todos los sectores cundió un poco la desmotivación al regresar los porteadores de la munición a sus sectores diciendo que las bombas recibidas las asignaban al pelotón de reserva formado por falangistas y moros para acudir al punto de mas apuro. (p. 214)

En resumen, un día infernal de sol y metralla. ¿Hasta dónde resistirían? 

La mañana del día 9 

El autor sigue herido, pero ahora le comunican que podría ser evacuado en los camiones que han llegado con munición. 

Después de tantos años transcurridos, aún no me explico cómo nos dejaron salir, pero fue así y en verdad creo que solo pudo ser debido a nuestra estrella o un milagro, porque estaba tan cerca del enemigo que, además de verle, le oíamos hablar, así que es increíble que fuesen tan atentos con nosotros. Bueno, no lo fueron del todo, pues dispararon contra el camión, desde todos los sitios, durante más de 1 km de recorrido, a partir del cual ya no hubo más novedad que la llegada a Navalagamella… (p. 216) 

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De hecho, les hacen cuatro muertos en el camino. 

A partir de este momento el autor transcribe relatos de otros protagonistas, sobre todo de Caparrini. El 9 es el día en que acaba la resistencia de los falangistas tras haber dado el Comandante, supuestamente, la orden de sálvese quien pueda (nada está claro, como veremos). En todo caso, el saldría herido y moriría en el pueblo. 

Siendo las 6:00 h de la mañana de este día, fueron señalados que venían a la posición una columna de tanques, que no se componían de menos de 35, que iban tomando posición alrededor del pueblo, como asimismo tropa de infantería y caballería. De inmediato se inició un furioso ataque de artillería con todas las baterías que tenían emplazadas cerca de la posición además de los 35 tanques que nos rodeaban. (p. 217) 

El bombardeo dura hasta las 9:00 h de la mañana. Le siguen los tanques, que avanzan hacia las trincheras, en especial las del cementerio. Las trincheras desaparecen completamente bajo las cadenas de los tanques, envolviendo y sepultando a sus defensores. 

El cementerio es tomado y la resistencia se ejerce ahora en el centro del pueblo, al que se dirigen los tanques. La situación se hace insostenible. Faltan también los mandos y las líneas de comunicación  están destruidas, por lo que se produce una retirada que está entre el sálvese quien pueda y desbandada. El autor -creo que con razón- trata de explicarlo y considera que fue lo único que se podía hacer en aquellas circunstancias. 

De nuevo este es el testimonio del Caparrini:

Ignoro si partió de alguien la orden de evacuación de la posición; el exponente de este informe, de común acuerdo con el comandante don Esteban González, salió del pueblo al efecto de salvar, a ser posible, los fondos que tenía la bandera, que eran 63.495 pesetas, llegando a la alameda sobre el puente de Navalagamella para esperar el resultado del ataque que se efectuaba, y pudo comprobar que no menos de 100 soldados y clases del batallón de Toledo salían precipitadamente en fuga hacia Navalagamella, algunos tirando sus armas, y el alférez Riaza, de Falange, pistola en mano y herido en un brazo, trataba, acompañado de otros falangistas, de contener esta avalancha de soldados que gridaban despavoridos debido al fuego de los tanques, que, dándose cuenta de la huida, enfilaban sus fuegos hacia la alameda…. después pudo comprobar que los moros seguían el mismo camino, diciendo que su comandante había dado la orden de evacuación. Esto corría en los labios de todos. Quedarse en la alameda era un sacrificio sin provecho para nadie. (pp. 218 y 219) 

Esto da a entender de que se trató de una retirada desordenada. Una desbandada. 

Para aclararlo, el autor reconstruye aquellos últimos momentos de la resistencia en Quijorna con la ayuda de los testimonios de otros combatientes. 

… pretendo despejar ciertas incógnitas que quedaron en el aire para determinar y aclarar la heroica ejecutoria y comportamiento de la 5a Bandera de Castilla y, en general, de todas las fuerzas defensoras de Quijorna; las incógnitas a despejar son: 

¿Hubo orden superior para hacer la retirada?

Sí fue así, ¿quién la ordenó?

Y si no, ¿qué pasó, hubo desbandada o sálvese quien pueda? ¿en qué momento y dónde murió el comandante González? (pp. 219-220) 

Según ya hemos dicho, la forma que ofrecía la defensa de Quijorna era como la de una sartén, cuyo plato era el pueblo y el mango lo constituía el camino que se dirigía hacia el cementerio; de ahí que qien tuviera el cementerio tendría la sarten por el mango. (p. 220) 

Tomado el cementerio, el pueblo caería necesariamente y mantenerse en él era un sacrificio sin provecho para nadie. Los sectores del olivar y de las eras, que no eran atacados con tanta intensidad, no podían ver que el cementerio había caído, pues estaba a sus espaldas. Cuando ven que los soldados y los moros están huyendo y que detrás vienen los tanques y una gran masa de la infantería enemiga, abandonan también las posiciones. 

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Esto parece ser un resumen verosímil de los hechos. Revilla Cebrecos presenta el relato de varios supervivientes. Parece ajustado a lo que cabe esperar en una situación de derrumbre de las defensas  con muchos jefes muertos y la cadena de mando y communicaciones destruida o desbordada: cualquier acontencimiento pudo provocar un abandono desorganizado en un punto que se transmitiera a los demás.  

Hay varios testimonios. Dimas Asencio, falangista de Burgos ve al comandante, que les dice que “ha llegado el momento de morir por España” y que el que quiera y pueda, les siga. Van a salir de la Iglesia, pero ve los tanques bajando del cementerio y retrocede. Es la última vez que vería al comandante. 

Otro falangista de Burgos, Antonio Nebreda, cuenta así el final: 

Calcula que serían sobre las diez de la mañana cuando los tanques rusos bajan hacia el pueblo por el camino del cementerio, haciéndolo tranquilamente, sin ser molestados, como en días anteriores, y se plantan delante de la Iglesia, mientras otros entran en el pueblo seguidos de miles de infantes. Delante de unos y otros vienen corriendo los soldados del batallón de Toledo y algunos moros hacia las posiciones de las eras. Era el final de la defensa. Quijorna pasaba a manos de los rojos hasta el final de la guerra civil. 

Mezclados soldados, moros y falangistas, inician la salida hacia la alameda del río Perales, y me aseguran algunos falangistas que, como estaba cerca del alférez Oca, le oyeron textualmente decir: “Muchachos, aquí no hay nada que hacer; sálvese quien pueda”. (pp. 224-225) 

Lorenzo Esteban, “Cataocho’, falangista de Aranda de Duero, servía una batería en la escuadra que mandaba el cabo Manolo Cossío. Le releva en el tiro porque a éste le duele el hombro de tanto disparar. En cierto momento el propio Cossío le da relevo. Cataocho se retira a descansar algo alejado de la ametralladora. Este descanso le salvaría la vida, pues poco después estallaría una granada de mortero que trituraba la ametralladora y dejaba sin vida a todos los que servían la máquina, incluido el cabo Cossío. 

Foto: Lápida a la memoria de Manolo de Cossía y Corral y de sus compañeros de la 5a Bandera de Castilla.

Su nuevo mando, un alférez, le pide que lleve una comunicación al comandante: 

No sabe su contenido, pero por las circunstancias y contestación de nuestro jefe, se hace cargo, pues el comandante contestó con esta frase: “No queda munición, que ahorren y agoten todas las posibilidades.” (p. 227) 

Tras leer la comunicación, el alférez les dirá textualmente sálvese quien pueda, según ese testimonio. 

En resumen, después de una defensa verdaderamente heróica, tras el derrumbre de las defensas, sin apenas jefes y con una cadena de mando rota cualquier huida de un pequeño grupo pudo poner e marcha una especie de desbandada. Todo ello es comprensible: los defensores fueron material y literalmente desbordados por un enemigo que les superaba en más de diez a uno en tropas y de forma inconmensurable en equipos y munición. 

La única alternativa hubiera sido morir matando heróicamente, para lo que hubieran necesitado al menos munición. Nada se les puede reprochar por el final, aunque no fuera heróico. Si lo hubiera sido, Quijorna estaría ahora en los libros de historia. 

En el próximo episodio daremos más detalles del final de Quijorna.

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés