01/11/2024 05:25
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El libro Manuel Azaña (profecías españolas) es una auténtica curiosidad de un autor, Ernesto Giménez Caballero, ya curioso de por sí. Resulta muy interesante y, pasada su actualidad, resulta hasta divertido en su disparatado propósito. Ediciones Turner lo reeditó en el 75, y ahora se puede comprar de segunda mano cuando surge la oportunidad. La noticia del libro me llegó por Así empezó, del Marqués de Valdeiglesias, reseñado aquí.

Giménez Caballero puso su pluma al servicio de varios movimientos, tanto literarios como políticos. En este caso la pone al servicio de Azaña, tratando de influir sobre él, sin gran fortuna, para acercarlo a ese su idea de régimen autoritario y moderno que tenía en mente y que podía ser un “fascismo republicano”. Las referencias a Giménez Caballero (GC) en los diarios de Azaña muestran que este no siente un gran aprecio por él. Estas son dos referencias a sus artículos sobre él (que creo que están recogidas en el libro, pues es en parte una recopilación de artículos previos):

Y el tal Giménez Caballero, en unos artículos lunáticos que publica en El Heraldo para «explicarme» a los lectores, habla de mi «salto de tigre sobre el poder». (9 de noviembre de 1931)

Giménez Caballero publica en El Heraldo un artículo estúpido, diciendo que los cadetes, y los jóvenes como él, necesitan «un capitán», y creen haberlo encontrado en mí. Verdad es que no son menos tontos los artículos de Corpus Barga en Luz. (1 de julio de 1932)

Giménez Caballero define su obra en el prólogo como “un libro pirandelliano”, el libro de “un autor buscando a un personaje”. Ciertamente, y no solo por esta obra, podemos describir a Giménez Caballero como “una pluma en busca de una espada”. Como es sabido, después de ofrecérsela a Azaña, sin ningún resultado, Giménez Caballero puso su pluma al servicio de la espada de José Antonio.

El mayor interés del libro está en la biografía y el retrato político y personal de Azaña y el esbozo del de otros personajes que giraban alrededor de él. El estilo es excesivo, muchas veces ditirámbico, pero con unos hallazgos de gran altura. Además, se puede decir que nadie se aburrió nunca leyendo a GC.

El libro tiene dos partes; la primera parte se titula La imagen latente y, en mi opinión, solo su capítulo 2, El padre de la República, tiene interés. La aplicación de las pseudoteorías freudianas a la caída de la Monarquía y la irrupción de la República son una extravagancia y no merece la pena el tiempo que se le dedica. Pero el capítulo 2, con diversas referencias a la infancia de Azaña, a su paso por El Escorial y al Ateneo, se puede leer como una introducción a la segunda parte, que se titula La imagen revelada y es más extensa y de mayor enjundia.

La imagen revelada se organiza en cuatro secciones. La primera, Cartones de dibujos sobre Azaña, es una especie de biografía-retrato con datos muy interesantes. La segunda, Azaña en el poder, trata no tanto de Azaña como de su relación con otros personajes de la política y de la vida pública. La tercera parte se titula Ideología y acción en Azaña y la cuarta Reflejos históricos sobre Azaña; en esta última se le buscan paralelismos con otros personajes de la historia.

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La primera sección de la segunda parte (La imagen revelada) se titula Cartones de dibujos sobre Azaña y es una biografía-retrato organizada en temas: La cabeza; El cuerpo; La voz; Carácter y ser; Gustos; Natalidad, familia; Colegio; Adolescencia sexualidad; Amigos, muchachas, amores; Pepita Jiménez y el seminarista; Azaña negociante; Leyes, burocracia; París, la Europa de los viajes; Periodista y escritor; Tertuliano; Ateneísta, y Político. Tratan de los años de la “vida privada” de Azaña, antes de alcanzar el poder con la República.

 

Unos ejemplos:

Rasgos abultados, blandos sensuales, sin aristez alguna. Se dirían los rasgos de un tímido y linfático, pero los labios son carniceros. La sonrisa, voraz y sin misericordia. La mirada, glacial, fina, profunda, lejana, implacable. (p. 67)

No demasiado amable el retrato.

Acostarse tarde. Levantarse tarde. Ir a la oficina. Almorzar en cualquier restaurante modesto (antes de casarse, en 1929). Ir a leer toda la tarde. Tertulia a las 8 (Ateneo, café Regina). Cenar a las 12 una colación de leche y huevos. Nueva tertulia. Y pasear, pasear. De día, en invierno. De noche, en verano. (p. 71)

La vida del funcionario madrileño.

Cuarteles, iglesias, eras, labores, huertas. Y un poco de comercio y de pleitos, para que, con la banda de música del kiosco en la plaza central, la ciudad bulla mi con algunos ruidos más que los del bieldo, la campana y la corneta. (p. 71)

Descripción de Alcalá.

Yo he dicho más de una vez que la verdadera etimología de Madrid debería ser la de país de madrigueras. Y que los madrileños deberían llamarse madrigueros, gentes de covachuela, de café, de antro, de cavernilla, de sacristía, de conventículo. El café es la sacristía laica. (p. 85)

Descripción del ambiente de Madrid.

La sección acaba con un epígrafe titulado Político:

Cuando en 1913 se fundó el reformismo fue reformista, hasta que en 1923 se separó.

A don Melquíades le admiro primero y le detestó después. Llego a escribir contra el una cosa violenta y feroz: El hombre con las manos en los bolsillos. (p. 91)

Azaña entrenó toda su vida para político, aunque él creyera entrenarse para escritor. No puso en práctica eficaz o aprendizaje hasta casi un año antes del triunfo. (p. 91)

En Azaña no creía nadie. El mismo debió tener sus horribles tragedias íntimas. Tuvo la obsesión de no meterse en nada, porque donde tocasen sus dedos fracasaría todo.

En la obra de Azaña hay un verbo que nos da la clave profunda de su estilo y su angustia. Es el verbo frustrar. aparece innumerables veces a través de sus palabras. Ya sabemos, según estilística, que ciertas reiteraciones verbales tienen un secreto expresivo, una fenomenología. (p. 91)

La segunda sección es Azaña en el poder. Y está dividida en cuatro subsecciones: Azaña y su presidente; Azaña y sus ministros; Azaña y sus amigos, y Azaña y sus adversarios. Es una parte muy interesante porque tiene además retratos de otras personas, esquemáticos pero muy perfilados.

En Azaña y su presidente, trata de de Alcalá-Zamora, qué es el protagonista de la República cuando esta nace, pero que pronto sería desbordado por su deriva radical y laicista. Es un capítulo corto, sin mayor interés, especialmente cuando se conoce todo lo que Azaña vertió sobre “don Niceto” en sus famosos diarios. Azaña y sus ministros, la segunda subsección, es mucho más interesante. Los repasa a todos, con una ingeniosa mordacidad. Dos muestras:

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Por un instante, muchos creímos que Indalecio Prieto iba a ser el Mussolini de la revolución española. Esto es: el socialista que iba nacionalizar, a españolizar el socialismo. El creador de un nacional-socialismo en España. (p. 100)

Pero en Prieto había blanduras, sentimentalidades y prejuicios que no se sospechaban. Fundamentalmente, Prieto resultó un liberal. Un alma del Bilbao unamuniesco. De la España pasada… Su paso por el Ministerio de Hacienda dio la sensación de que las grandes travesías y temporales aún le marean. (p. 100)

Enjuto, místico, atormentado, con voz uncional, de hombre perseguido y arrinconado años y años, Marcelino Domingo es el maestro de escuela con hambre atrasada de poder, de gozar y olvidarse de la escuela. De todos los ministros de España es el que peor va en automóvil oficial. (p. 105)

La subsección tercera, Azaña y sus amigos, trata de cinco de ellos. El primero es Cipriano Rivas Cherif, que también era su cuñado:

Cipriano fue el niño mimado del colegio, el niño de buena voz para la capilla, al que se le escribe música especial de canto y se le llega a pintar de ángel en un fresco religioso. (p. 112)

Los otros dos verdaderos amigos son Luis Bello y Martín Luis Guzmán. Pero la sorpresa es que encontramos a Manuel Aznar, el abuelo del ex falangista José Mari, del que dice que no sabe si es amigo, pero en cualquier caso le ha prestado grandes servicios con el diario que dirigía, El Sol. Como se sabe, en su día el abuelo Aznar abandonó aquella república “de trabajadores de todas las clases” y se presentó en Burgos para poner su pluma al servicio de los “fascistas». Estuvieron a punto de pasarlo por las armas.

Pero la gran sorpresa es el quinto amigo de la lista, que es el propio GC:

El quinto amigo de Azaña quizás sea yo. ¿Yo? ¿Y por qué no? ¿Porque no lo crean Azaña ni sus otros amigos? Gracias a aquello de que “no hay quinto malo”, tal vez sea yo el mejor de los amigos de Azaña… Por eso me atrevo llamarme su quinto amigo, aun cuando a Azaña le pese esta amistad casi tanto como a mí su enemistad. (p. 115)

Tiene su gracia.

La parte segunda está de camino.

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Colaboraciones de Carlos Andrés
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