22/11/2024 02:06
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Partes de guerra es una colección de cuentos -relatos cortos- ambientados en nuestra Guerra Civil. El prólogo del editor-compilador afirma que los 35 relatos seleccionados “están con toda seguridad entre los mejores que se han escrito acerca de la guerra civil». En las valoraciones de materias artísticas, hacer afirmaciones “con toda seguridad” es muy arriesgado. Y leídos los cuentos, cabe bromear si el autor lo diría pensando que “lo mejor es enemigo de lo bueno”, porque no todos lo son. 

Los escritores pertenecen a ambos bandos, incluido el de la “tercera España”, que es el bando de los republicanos que perteneciendo de hecho y de derecho, de obra y por omisión al bando rojo quieren que no les manchen los crímenes cometidos por sus aliados de la izquierda obrerista. Cuantitativamente, las plumas azules están en clara minoría en esta selección. 

El editor se hace en el prólogo la pregunta, muy relevante, de si se trata de literatura o de propaganda, o de ambas a la vez, y lo resuelve así: 

El paso del tiempo acaba poniendo las cosas en su sitio, y al final suele haber un momento en el que los árboles dejan entrever el bosque. La buena literatura nacida al calor de la propaganda ha terminado desprendiéndose de la ganga, y lo que ahora importa no son las altas motivaciones que inspiraron a sus autores sino el compromiso de estos con la verdad, aunque sea con una verdad de naturaleza literaria.

Después de la falsa seguridad que se nos dio sobre la calidad de los relatos, tendremos dudas sobre el compromiso con la verdad, incluso rebajada a “verdad literaria”, sea lo que sea eso. De hecho hay de todo, como veremos al repasar los relatos. 

El primero, de Manuel Rivas, se titula La lengua de las mariposas y trata sobre un niño que va a la escuela y cuyo maestro republicano se hace muy amigo suyo. El padre del niño, un sastre, le hace incluso un traje al maestro. Pero se desencadena la Guerra Civil y el maestro es hecho prisionero por los nacionales, instigados por la madre, para mostrar desapego y que no les salpique la anterior amistad. La historia se cierra con un insulto del sastre y el hijo cuando se llevan al maestro. 

La narración está contada desde el punto de vista del niño lo que es un acierto, porque la inocencia del niño permite que se cuente de forma cándida esta conducta infame. En el último capítulo del libro (Noticia de los autores y los textos, de útil lectura para saber algo más sobre los autores menos conocidos) leemos que esta historia ha sido llevada al cine. No he visto la película, pero me puedo imaginar que director y actores habrán desplegado todos los recursos posibles para presentar a los “fascistas” como diablos. El cuento sin embargo presenta esa conducta infame de forma muy neutra. 

El segundo relato, de Ramiro Pinilla, se titula Julio del 36, y trata de dos hermanos de una familia rural de las Vascongadas. El mayor de ellos, al que le gusta la caza, se alista como voluntario. No hay ninguna referencia al bando a que pertenecen. Se trata simplemente de exponer la discusión familiar que tiene lugar por este hecho. 

El tercer cuento, de Fernando Quiñones, se titula El final. Trata del abandono de la central de Telefónica por los empleados cuando entran los nacionales. No se identifica la ciudad pero hay una referencia la Caleta, así que debe ser Cádiz. Un cuento corto y bien hecho, que nos hace evocar el ambiente y deja correr la imaginación. 

El cuarto, de Ana María Matute, se titula El maestro. Trata de un maestro de pueblo resentido, alcohólico y echado a perder. Se une a los milicianos y comete con ellos diversos desmanes y crímenes. Cuando entran los nacionales, lo pasan por las armas. Otra víctima del franquismo… 

Le sigue El primer americano de Obaba, de Bernardo Atxaga. Aquí nos encontramos con el primer relato infumable desde cualquier punto de vista. Hasta nos hace dudar del buen criterio del editor. Un indiano, don Pedro, establecido en un pueblo de las Vascongadas, ligeramente simpatizante con los republicanos, tiene que huir ante la llegada de las tropas nacionales porque invitó a una comida a los cargos republicanos tras su triunfo en las famosas elecciones de febrero del 36. Unos detalles de la mala baba de este individuo, que trata de colarnos topicazos irrisorios y caricaturas de brocha gorda: 

… un predicador al que llamaban fray Víctor. Era un hombre joven, atlético, famoso en toda la región por la virulencia de sus sermones. Cuando se enfadaba —siempre que subía al púlpito provisto de malos informes—, la vena del cuello se le hinchaba de forma apreciable incluso para los fieles que lo miraban desde los bancos y los reclinatorios. Estaba loco, aunque no del todo. Su locura se agravaría hasta el extremo al año siguiente, con la guerra civil. 

«¿Con quién está usted? ¿Con los falangistas?», le preguntó el militar, viendo que llevaba el pelo ondulado fijado con gomina y peinado hacia atrás. 

Vestido con sotana, con la pistola en el cinto, fray Víctor se movía a gritos entre los fusilados: «¡Aquí no están todos!». 

El cura estaba acalorado, su sotana olía a sudor. 

Había oído decir a don Miguel que el batallón de integristas navarros estaba compuesto por campesinos ignorantes cuyo principal afán al conquistar un pueblo era arramblar con los espejos y los muebles de las casas… 

Pura caricatura. 

La narración no tiene gran interés y además es larga y tediosa. No me explico como semejante bodrio, con un ínfimo valor literario, pudo entrar en la selección; imagino que por intereses editoriales, o porque el autor levanta unas piedras muy grandes (en me parece). Me llamó la atención que este relato tan falso y tan sectario esté firmado por alguien nacido en el 51 y que por tanto no conoció ni siquiera la posguerra. 

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La siguiente narración es de Chaves Nogales, La gesta de los caballistas. Hay otra de este autor, Masacre masacre, pertenecientes al libro a Sangre y fuego, del que hemos hablado aquí

De Ramón J. Sender tenemos La lección, que trata de un capitán que está inicialmente con los leales pero se pasa después a los rebeldes engañando a sus soldados. Así empieza: 

El capitán Hurtado era el único oficial profesional que teníamos en Peguerinos en 1936. No acababa de salir de su asombro ante las milicias. Veía que las virtudes civiles daban un excelente resultado en el campo de batalla, y eso debía de contradecir los principios de su ciencia militar. Tenía un gran respeto por la combatividad y el valor de los milicianos… 

Ridículo. La evidencia mostró que la combatividad y el valor de los milicianos fue más que cuestionable. Sus iniciativas en Brunete y el Ebro pueden resumirse en arrancadas de potro y paradas de burro. El cuento fue publicado el 18 de julio de 1938, así que se trata por tanto de propaganda de guerra (contra la que en principio no hay nada que objetar salvo que tergiverse hechos concretos).  

La emisora, de José Antonio Olmedo, trata de un mecánico que se hace conductor de los milicianos para que no le estropeen el coche requisado a un amigo. El episodio resulta entretenido, gracioso, como esta coplilla que no conocía. 

Al puerto ha llegado un barco

cargado de milicianos;

mira a ver, madre, si alguno

quisiera meterme mano. 

Creo que leí a RGS, quizás en el Diccionario para un Macuto, que no es totalmente cierto que los nacionales no tuvieran sus milicianas, lo que sucedía es que a las soldaderas se les llamaba de otra manera más precisa. 

El primo Rafael, de Jesús Fernández Santos, trata de dos primos que están veraneando en la sierra -madrileña se supone- cerca del frente. Presenta simplemente la experiencia humana de dos niños; uno de ellos, enfermo, muere al final. 

Ellos, de José Luis Méndez Ferrín, es el relato de una cuadrilla de falangistas que están haciendo una limpia en los primeros días de la guerra civil en Verín, Galicia. El relato en sí está bien construido, pero al estar contado en primera persona por uno de los componentes de la banda no resulta creíble, por la maldad excesiva que refleja. En cuanto la estilo, este párrafo muestra la brocha gorda, caricaturesca con que escribe el autor: 

Dejé yo el chaquetón en el coche porque luciesen bien el yugo y las flechas en el pecho de mi guerrera y arrojé, haciendo juego con el índice y el pulgar, la colilla del Chester por los aires, en limpia trayectoria de artillería. 

Ya se ha dicho que es curioso que sean quienes no conocieron la guerra los que más cargan las tintas; contra el bando Nacional, por supuesto. Este es otro caso.
Morirás lejos… de María Teresa León, presenta el caso de un coleccionista solitario y un tanto raro que tiene que abandonar la casa y la colección con la llegada del frente Nacional. Está bien escrito aunque no me ha parecido especialmente interesante. 

De Andrés Trapiello se incluye La seda rota. Trata de la requisa de los cuadros y objetos valiosos de casa de los Daza. El relato es infumable. Trapiello, aclamado “tercerespañolista”, lo usa como una simple excusa para mostrarnos una presunta superioridad moral que resulta cargante. Varios ejemplos: 

Madrid, junto a la ilusión por un mundo nuevo más libre y más justo, vivía el paroxismo de la sangre como no se conocía ni siquiera en la turbonada francesa de 1808. 

Calificar una revolución comunista como “la ilusión por un mundo nuevo más libre y más justo” muestra la complicidad de estos tercerespañolistas con el crimen rojo. 

… (no hay verdugo que no tenga por injusticia suprema la de tener que ser precisa y singularizadamente él el verdugo, en tanto que la víctima pierde a sus ojos todos sus contornos personales y no se diferencia de todas las demás víctimas) 

Estas son tonterías fantaseadas por progres de sofá empachados de mala literatura. Los milicianos que protagonizaban las sacas lo hacían con entusiasmo. 

Eran personas que por lo general no tenían nada que temer, obreros a los que defendían de cualquier sospecha su aspecto, sus ropas viejas, sus manos maltratadas por los trabajos manuales, su propia manera de hablar, incluso su mirada, como escribió por entonces María Zambrano, porque al mirar le mostraban al mundo su naturaleza inocente, aunque la propia María Zambrano no tuviese en cuenta que en aquellos ebrios días era igualmente peligroso un mirar risueño, ya que podía asomar un diente de oro, como el que buscó la partida de anarquistas en la boca del poeta Juan Ramón Jiménez, que confirmara la condición burguesa del propietario y le hiciera merecedor de la tapia del Cementerio del Este. 

Una frase de un párrafo entero, enrevesada, en que se cita como autoridad a la Zambrano y después se la desautoriza… Una divagación pedestre y mal redactada, ¡en un relato corto! 

No, los propietarios no están ni nadie ha podido verlos. Como otros afortunados, la rebelión les ha sorprendido en su lugar de veraneo. Desde San Sebastián, los Daza siguen los acontecimientos con interés. No sabemos si eran o no rabiosos fascistas en activo o, por el contrario, esa clase de burgueses gazmoños que se acomodan a las circunstancias, siempre que no se atente contra sus propiedades y sus misas. Podrían ser incluso de esa clase de conservadores liberales a los que la guerra, que ha obligado a todos a elegir uno de dos, ha acabado poniendo al lado de FE y de las JONS (Ortega y Gasset, Pérez de Ayala, Marañón). 

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Punto de vista de escritor omnisciente que además nos sermonea… ¿pero cómo se puede tragar esto? Más de lo mismo: 

Durante la guerra, San Sebastián será el recreo de los señoritos, de los aristócratas, de los plutócratas y capitalistas, terratenientes e industriales, y, claro, de los académicos de la Lengua, nacionalistas o compañeros de viaje, que allí, tras el rezo de un padrenuestro y un avemaría, dirimen cuestiones interesantes (Pemán, Baroja). Muchos de estos filántropos contribuyen con su dinero a los gastos de la guerra, mientras hacen planes para el futuro reparto de la victoria. Otros (Pemán, Baroja, d’Ors) con su paciente amor a las comisiones, contribuyen activa o pasivamente a darle al Movimiento, ante el mundo, apariencia de laborioso monasterio. No sabemos de dónde sale el dinero, pero en San Sebastián se come, se bebe, se baila en restaurantes y hoteles de lujo, se va y viene (a Biarritz, a París, a Londres). 

Una buena sarta de tópicos estomagantes. Como en el caso de Atxaga, creo que esto solo puede haber entrado en la selección por intereses editoriales. 

De Juan Eduardo Zúñiga están Los deseos, la noche, que es un relato medio erótico de una  madrileña verrionda que va a visitar a su miliciano, ocupado en el hospital de sangre del Palace. El miliciano no puede dejar el servicio, así que la chica se va. En la calle la sorprende un bombardero y en el refugio otro joven le entra. Ella le dice que sí, pero al final no él la sigue. Se va a casa de un tío suyo pintor, con quien habla de una vecina que gusta mucho a su tío. El relato acaba con un asunto que no viene nada cuento: un incendio en el Museo del Prado después de un bombardeo. Sorprende leer que un autor que se dedica a escribir relatos cortos firme uno tan deslavazado.
De Mercé Rodoreda, Las calles azules, un cuento cursi, con un estilo cursi y que se puede poner como ejemplo de literatura requetecursi a los estudiantes de bachillerato. Un ejemplo: 

—¿Le dan miedo las armas? —dijo al volver mientras señalaba el fusil.

—Ahora no.

—¿Por qué?

—Porque estoy con usted.

Él le cogió la mano y la apretó con fuerza.

—Cuando se marchó aquel día, me desconcertó, ¿sabe? Estuve más de media hora caminando de un lado para otro en el despacho… Pensé en tomarla.

La mujer se recluyó en sí misma. Aquello era demasiado ardiente, excesivamente profundo para su sensibilidad. 

Da la risa de lo falso que suena. 

De Ignacio Aldecoa, hay un cuento largo, Patio de armas. En su estilo, con unas descripciones cuidadas de los exteriores y de las experiencias. El protagonista es un escolar adolescente, desde cuyo punto de vista está hecha la narración, aunque no en primera persona. Buena pluma, aunque sorprende que no sepa lo que es un reclinatorio: 

… unas mujeres, arrodilladas en sillas de asientos bajos y altos respaldos, rezaban… 

El hombre de la casa, de Antonio Pereira, es otra historia protagonizada por un niño, que además hace la narración en primera persona. Un detalle del autor, que evita tomar partido de esta forma tan elegante: 

No diré si extendían el brazo o levantaban el puño. A estas alturas me es indiferente y además no influye en la historia. 

El Cojo, de Max Aub, es un cuento largo. Está bien escrito aunque quizás sin suficiente densidad para un cuento. 

Delibes firma otro cuento protagonizado y contado por un adolescente, El Refugio. Tiene su tono costumbrista y debe de estar inspirado en la experiencia de algún bombardeo en Valladolid.

El sargento Ángel, de Arturo Barea, no tiene un tema bélico, pero al menos está protagonizado por soldados: un miliciano recién estampillado de sargento se va a Madrid con un compañero de trinchera, a celebrarlo: 

… la estrella roja de cinco puntas y la tirita de galón, que servirían para mostrar a los ojos del mundo que Ángel era sargento desde aquel punto y hora
Barea fue un militante socialista que se encargó de que los periodistas extranjeros no pudieran transmitir información veraz sobre lo que ocurría en la España roja. Después continuó haciendo su labor en la BBC. 

Hay una segunda parte.

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés
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