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Miguel Alcíbar es profesor en la Universidad de Sevilla, en la que imparte las asignaturas de análisis del discurso, periodismo científico y comunicación de la ciencia en las Facultades de Comunicación, Medicina y Biología. Ha publicado Comunicar la ciencia. La clonación como debate periodístico y decenas de artículos científicos y capítulos de libro. Entre 2004 y 2007, fue el responsable de comunicación y divulgación en el Centro de Astrobiología (CSIC-INTA), asociado a la red de centros astrobiológicos de la NASA.

¿Por qué un libro sobre las palabras de la ciencia?

Por un interés personal en el valor de la palabra y porque he observado que tanto en la divulgación hispana como anglosajona la idea de indagar en el origen de los términos científicos que surgen como préstamos de otras esferas de la cultura, como la religión, la literatura o el cine, es una idea original. Así, muchos términos científicos son metafóricos. Ratón avatar, por ejemplo, es una expresión acuñada por el biólogo molecular español Manuel Serrano para referirse a aquellos ratones de laboratorio a los que se les implanta el tumor de un paciente con nombres y apellidos; el ratón es el avatar del paciente, puesto que desarrolla su tumor específico y se pueden probar en él la mixtura más efectiva de fármacos para el tratamiento. A Serrano se le ocurre la metáfora durante una charla informal de laboratorio, tras haber visto la película Avatar.

Usted es comunicador de la ciencia, ¿considera que el mundo científico es capaz de comunicar bien sus conocimientos a la mayoría de la población?

Además de comunicar la ciencia mediante su divulgación, también investigo en este ámbito de la comunicación e imparto docencia de estas materias, tanto a alumnos de ciencias sociales como de ciencias naturales. Mi percepción es que la comunicación cada vez es más reconocida, atendida y demandada por parte de los científicos para llegar más allá del terreno conocido pero restringido de sus especialidades. Eso significa que cada vez se considera más necesario comunicar de forma persuasiva los conocimientos científicos a estratos amplios de la población. No olvidemos que no solo el público general puede ser deficitario en cuestiones científicas, también los propios especialistas pueden ignorar amplias parcelas de la ciencia en las que no son expertos. La comunicación es la herramienta para tender puentes entre expertos y no expertos.

Por eso es clave la figura del divulgador, que hace asequibles conocimientos muy complejos a la gente corriente…

La figura del divulgador, sea científico o periodista, es clave porque para hacer accesibles los conocimientos científicos y la manera de operar que tiene la ciencia, hay que contar historias que les resulten atractivas e interesantes a los lectores. Y esto no es fácil. Pero los científicos ayudan porque, aunque no lo parezca, son humanos (jaja). La ciencia la llevan a cabo personas de carne y hueso, con sus virtudes y sus miserias. Y esto, qué duda cabe, esconde apasionantes historias. En el caso de mi libro, apasionantes historias de cómo se forjaron ciertas palabras, expresiones y frases célebres del mundo de la ciencia.

¿Tan interesante es conocer el origen del lenguaje científico y los hechos que explica?

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Sin duda. En el origen de las palabras o de las frases célebres se pueden rastrear los golpes de suerte, la febril imaginación, el chascarrillo, en definitiva, la personalidad de los científicos que las acuñaron. También nos dice mucho del contexto cultural, del espíritu de la época, en la que surgieron esos términos o se verbalizaron aforísticamente ciertas ideas. Y, por supuesto, el fin último de ese lenguaje científico es explicar el mundo y abrir nuevas vías a la imaginación y al descubrimiento. Las palabras de la ciencia que a mí me interesan no solo sirven para crear conocimiento, también funcionan despertando la imaginación y propiciando nuevos caminos de búsqueda. Y no, no me olvido, nos admiran con su belleza poética.

¿Por qué indagar en el origen de cada expresión y sus historias requiere ser una especie de explorador y embarcarse en una gran aventura?

Porque llegar al origen de las cosas siempre es una aventura intelectual. Hay orígenes límpidos como el cielo azul tras una tormenta y orígenes opacos, que han perdido casi la memoria de su nacimiento. Estos últimos son los más frecuentes. Mi libro hubiera sido materialmente imposible de escribir sin Internet. Internet es una ventana al universo a golpe de clic. Pero buscar en ese vasto universo digital no es fácil, como no es fácil encontrar un planeta con agua en una remota galaxia. Así que sí, hay que tener espíritu de aventura.

Cuando el término científico es relativamente reciente, he adoptado el papel de descarado periodista de investigación y he requerido detalles de primera mano de los protagonistas de estos descubrimientos porque, a la postre, las palabras de la ciencia siempre dan cuenta de nuevas ideas y hallazgos hasta ese momento inéditos.

¿Por qué el lenguaje científico no es algo inamovible sino es un organismo vivo en continua evolución?

La jerga de los especialistas no es una mera sucesión de signos cuya única misión es designar de forma neutra, unívoca y aséptica los hechos y las teorías. Más allá de esta visión reduccionista, el lenguaje científico es más bien un organismo vivo en continua evolución, una manera de aprender a reflexionar, una invitación a explorar misterios, detalles ocultos, esclarecedoras anécdotas, golpes de suerte o singulares inventos de la imaginación y la ironía.

¿Por qué invita a reflexionar y enriquece mucho personalmente conocer el origen de estas misteriosas palabras?

Las palabras no son misteriosas en sí mismas, forman parte de la cultura que comparten los científicos que las acuñan y las demás personas. Y ahí está lo fascinante: como dirían Lakoff y Johnson, el sistema por el cual adquirimos y comunicamos el conocimiento tiene naturaleza metafórica. El concepto de “célula” lo inventa Robert Hooke en 1665; procede de la “celda” monacal: un habitáculo bien cerrado, pero que permite que su inquilino pueda entrar y salir, o ingresar en él un libro o comida. Lo mismo ocurre en las células de los organismos en las que entran los nutrientes y salen los desechos, a través de la membrana.

¿Cuáles son a su juicio las palabras de la ciencia de origen más curioso?

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Muchas palabras de la ciencia proceden del griego o del latín. Personalmente a mí me fascinan aquellas que los científicos toman prestadas del acervo cultural. El “efecto de la Reina Roja”, que da cuenta de las interacciones coevolutivas entre especies, la toma prestada el biólogo Van Valen de Alicia a través del espejo, la famosa obra de Lewis Carroll. El “principio de San Mateo”, que inquieta cuando lo contemplamos a la luz de las desiguales relaciones entre países ricos y pobres, lo formula Ramón Margalef, a partir de la parábola de los talentos del evangelista Mateo que afirma que el que tiene más, tendrá más, y el que tiene menos, tendrá menos. O la expresión Big Bang, que se la debemos al socarrón astrofísico británico Fred Hoyle: Hoyle detestaba un origen puntual y catastrófico del Universo y acuñó este conocidísimo término durante una emisión radiofónica de la BBC para contrastarlo con su teoría de la creación continua. En fin, la lista de expresiones metafóricas es grandísima, en el libro me he limitado a veintiuna de ellas.

¿Cómo ayuda el libro a despertar interés por la ciencia?

Espero y deseo que estimulando en el lector las ganas por conocer más sobre el lenguaje de la ciencia y las vicisitudes de su origen. Contar el origen de estas palabras nos transporta al momento de la magia del descubrimiento, sea este buscado conscientemente o encontrado de chiripa. Esto último es lo que se conoce como “serendipia”, un término que se refiere a los hallazgos casuales y cuyo origen es una fábula oriental que se remonta a principios del siglo XIV. Estas historias nos permiten saber quién, cuándo, dónde y por qué se acuñaron estas palabras, los sueños y pesadillas de sus autores, el clima intelectual, social y hasta político en el que surgieron. Y, por supuesto, la ciencia que subyace a estas palabras. En definitiva, el libro nos ayuda a entender mejor cómo funciona la ciencia.

Autor

Javier Navascués
Javier Navascués
Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.

Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.

Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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