25/11/2024 11:00
Getting your Trinity Audio player ready...

Contiuamos esto: Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo, del Dr. Marañón – Parte Primera. En esos primeros capítulos del libro, Marañón presenta la biografía de Enrique IV, en los siguientes, que repasamos en esta segunda parte, analiza los asuntos más discutidos de la personalidad y reinado de este triste personaje.

 

IX RETRATO MORFÓLOGICO DE DON ENRIQUE

… la gran deformidad de la nariz, que era lo más típico de su cara.


… corpulencia displásica del Rey, la deformidad de su nariz y, sobre todo, la expresión obsesiva de su mirada, acentuada por la convergencia y elevación del cabo interno de las cejas, que dan un aire trágico —casi de tragedia convencional, de actor caracterizado— a la extraña figura, que parece atormentada de sombríos presagios.


… larga estatura y espeso en el cuerpo y de fuertes miembros; tenía las manos grandes, y los dedos largos y recios; el aspecto, feroz, casi a semejanza de león, cuyo acatamiento ponía temor a los que miraba…


… las cejas, altas; las sienes, sumidas; las quijadas, luengas y tendidas a la parte de ayuso; los dientes, espesos y traspellados;


Se trataba, sin duda, de un displásico eunucoide con reacción acromegálica, según la nomenclatura actual.


… eunucoidismo acromegálico —cuando la morfología displásica adquiere los rasgos de la hiperfunción hipofisaria o acromegalia; esto es, pies y manos grandes, talla muy exagerada, prognatismo mandibular, a veces cifosis, etc.—.


Añadamos, para terminar, la «piel blanca», la «cabellera recia», y la «voz dulce», probablemente de tenor, que rematan la descripción de este auténtico e indudable eunucoide

X FORMA Y ESPÍRITU 

… los hombres como Don Enrique, de tendencia eunucoide y gigantesca y de formas, por lo tanto, desmesuradas, son extremadamente propensos a padecer perturbaciones profundas del instinto, ya en sentido cuantitativo —es decir, los diversos grados de la impotencia—, ya en sentido cualitativo —esto es las distintas aberraciones que culminan en la homosexualidad—.


«Su miembro era delgado en la raíz y grueso en la extremidad, por lo que no podía entrar en erección.»


… una información objetiva, tan precisa, que no puede tener otro origen que la pura, aunque poco limpia, verdad. Téngase en cuenta, además de la verosimilitud biológica del hecho, que esta clase de secretos de las alcobas egregias no se adquieren precisamente, como antes decíamos, en los certificados de los doctores ni en los documentos de la Gaceta.

… talla muy eminente. Siempre se les exige más de lo que pueden dar; originándose así el complejo de inferioridad, que hace que los gigantes sean con tanta frecuencia tímidos socialmente, flojos para la lucha cósmica y también, de un modo especial, para la guerra amorosa.


… frecuencia con que en la práctica coincide la timidez sexual con las tallas muy elevadas; así como el prototipo físico del campeón del amor lo da aquel mozo que se libró de servir al rey por no alcanzar la talla reglamentaria.

 

El pueblo explica esto gráficamente haciendo y angulo recto con índice y pulgar y diciendo “los altos son así” mientras apuntan al cielo con el índice y después apuntando con el pulgar añaden “y los bajos así”.

LA MANO FRÍA. LA TENDENCIA HUMILDE. Este capítulo tiene muchas observaciones interesantes:

 

Otro detalle interesante de la morfología de estos eunucoides y deficientes sexuales es la frialdad húmeda de las manos, descrita por mí con el nombre de «manos hipogenitales»

… «pudor de las manos». «No consentía que le besasen las manos», dice Castillo y repiten Escavias y Palencia, añadiendo este último «que aunque algunos lo atribuían a humildad, los hechos sucesivos de su vida demostraron que aquella apariencia de descortesía dimanaba de causa menos pura»

… sensibilidad musical —singularmente a las melodías tristes— de Don Enrique.


«Preciábase de tener cantores, y con ellos muchas veces cantaba; en los divinales oficios mucho se deleitaba»; «tañía dulcemente el laúd; sentía bien la perfeción de la música; los instrumentos de ella le placían». «Llega el Monarca en su afeminación a ir de madrugada a casa de su nuevo favorito Pacheco, a distraerle en su enfermedad cantando acompañado de la cítara». En esta cita asoma la relación conocida entre a pasión musical y la tendencia homosexual, que después será comentada.

 

Es, en efecto, muy común en los tímidos el eliminar de sus relaciones sexuales todo lo que suponga lujo y diferenciación social, explicándonos los casos, tan frecuentes en la vida corriente, de hombres de incapacidad notoria con una mujer de belleza y distinción reconocidas —tal vez la suya propia—, y aptos, en cambio, para aventuras de burdel mezquino o para relaciones con mujeres de baja condición; de la misma manera que esta clase de individuos pierden el apetito ante una mesa rica y una compañía brillante, y los satisfacen con gusto y naturalidad en un humilde bodegón.


Don Enrique buscaba con predilección el trato con gente villana, hombres montaraces y moros. Sus mismos favoritos los extraía a veces de las capas sociales más inferiores.


Es, finalmente, característico de las mentalidades tímidas, sobre todo en lo que se refiere al sexo, la tendencia exhibicionista. Esto induce a sospechar que algunas de las aventuras extraconyugales del Monarca fueron, más que efectivas relaciones, alardes estrepitosos de un grado de virilidad al que la realidad no correspondía.

EXHIBICIONISMO. Una amante:

 

Doña Guiomar … hija natural de Don Álvaro de Castro, conde de Montesanto, era bellísima y extremadamente enredadora, ambiciosa e intrigante.


«Las ilícitas relaciones, anota, intentadas y no conseguidas con Doña Guiomar»; y en otro lugar: «Doña Guiomar, ya opulenta merced a las rivalidades de falsos amores»; «los celos de aquellas vanas relaciones»
 

Don Enrique se esforzó en darla un aire escandaloso, determinando la escena de la agresión de la Reina a la manceba delante de toda la Corte, golpeándose y tirándose, como dos bravías, de los cabellos; a la que siguió la instalación de la portuguesa, en una mansión lujosa, probablemente en El Pardo, rodeada «de gente de autoridad que la sirviese y acompañase», en «estado de gran señora», «adonde el Rey iba muchas veces a verla y a holgar con ella»

«El Rey, nos informa agudamente Palencia, además de oír complacido los altercados de las damas y los ultrajes que se inferían, gastaba la mayor parte de su tiempo en fomentar los rumores malévolos.» Esta actitud de intrigante encizañador es típica del hombre de sexualidad anormal. 

Otra: 

Doña Catalina de Guzmán… Según Palencia —no hay que decirlo—, fueron puros juegos de artificio; el Rey, nos refiere, intentó hacer a Doña Catalina su amante, «aunque inútilmente, a causa de su conocido defecto». La nombró abadesa del convento de San Pedro de las Dueñas, extramuros de Toledo, arrojando a la virtuosa Marquesa de Guzmán, que desempeñaba este cargo «desafiando las excomuniones» y los anatemas del Arzobispo toledano.

El embarazo de la reina:

 

Idéntico sentido exhibicionista tiene, en fin, la desproporcionada alegría con que Don Enrique acogió la noticia del embarazo de doña Juana y la ostentosa procesión que organizó para el traslado de la regia preñada a Madrid y su entrada en el Alcázar, que tanto sorprende a algunos historiadores.

 

HOMOSEXUALIDAD. División de opiniones:

 

… sus «corrompidas costumbres», a sus «obscenidades», a los «deleites de su depravada vida».


En cambio, justo es consignarlo, las glosas de Hernando del Pulgar y de Juan Martín de Barros no aluden para nada, al comentar estos mismos versos, al supuesto torcido instinto del Rey

[Palencia] insinúa que Don Juan Pacheco, el ayo puesto por Don Álvaro de Luna al servicio de Don Enrique, en los años mozos de su adolescencia, tenía ya con éste relaciones inconfesables.


… años más tarde intentaron la misma corrupción, en las mismas circunstancias y por las mismas personas, en el Príncipe Don Alfonso, aunque, al parecer, con menos fortuna que con el predispuesto Don Enrique.


Los enemigos de toda virtud esperaban que la persistente influencia de ellos lograría pervertirla (la índole de Don Alfonso), o que tal vez, al llegar a la adolescencia, los impulsos de la pubertad, frecuente ocasión de cambio de costumbres, corrompieran las suyas hasta tal punto que pudiesen contar para lo futuro con un Rey semejante a ellos, ya envilecidos y esclavos de sus vicios y propensos a una familiaridad vergonzosa.»


… he estudiado con detenimiento esta edad crítica de la pubertad masculina, insistiendo en la facilidad con que en ella, por razones orgánicas y psicológicas bien conocidas, se puede invertir el instinto sexual, aun en muchachos de apariencia y tendencia normales. Sólo los de virilidad muy recta —como, sin duda, lo era Don Alfonso— escapan a la sugestión ejercida en estas fases de fragilidad del instinto que, por lo visto, conocían bien los cortesanos sagaces y depravados de Enrique IV.

Se entiende que estén actualmente los amos del mundo promoviendo la homosexualidad como estrategia de control y manipulación de la chusma.

 

Atención también a esto:

 

… está, sin duda, relacionada con su inclinación homosexual su famosa afición a los moros, de los que, como es sabido, tenía a su lado siempre una abundante guardia, con escándalo de su Reino y aun de toda la cristiandad.


Es sabido que en esta fase de la decadencia de los árabes españoles la homosexualidad alcanzó tanta difusión, que llegó a convertirse en una relación casi habitual y compatible con las normales entre sexos distintos. Ya Palencia dice que «los moros de la guardia del Rey corrompían torpísimamente mancebos y doncellas». Y Don Enrique no sólo adoptó los vestidos de esta gente y sus posturas y alimentos, sino también «otros hábitos funestos, propensos a vergonzosa ruina».

 

Don Enrique, frecuentemente, se reunía con los moros, sus amables enemigos, gustando de su conversación y de sus alimentos y compartiendo sus hábitos. El viajero Tetxel refiere que, cuando visitó al Rey, estaban él y la Reina sentados en el suelo, a la usanza morisca; y recoge la impresión de descontento del pueblo por estas costumbres. Cuando hizo adornar la Sala del Homenaje del Alcázar de Segovia con las estatuas de los Reyes de España, mandó labrar la suya en traje sarraceno.

Curiosamente, la maurofilia estaba empezando a venderse a principios del s. XX como signo de tolerancia: 

…. Adolfo de Castro, para el que esta tendencia del Rey fue un signo de tolerancia y avanzada amplitud de espíritu, dando lugar a la reacción y al odio de la nobleza, del clero y del pueblo, tiranizados por el fanatismo, y aquí, según él, estriba la verdadera razón de las campañas denigratorias de que este rey ha sido objeto. 

Conclusión de Marañón: 

… los individuos dotados de la constitución hipogenital, que indudablemente poseía Don Enrique, pueden incluirse, por este solo hecho, en el vasto grupo de los varones intersexuales, orgánicamente propensos, por lo tanto, al ejercicio anormal del amor, aun cuando luego, por razones diversas, puedan no realizarlo.


… finales de la Edad Media, cuando alboreaba el Renacimiento; esto es, en uno de los trances de la Historia en que el amor nefando adquirió, no solo extraordinaria difusión, sino un tal carácter de normalidad, de compatibilidad con el amor auténtico, que le ha hecho ser comparado justamente con los años de Sócrates y Platón. Es la época en que, según la frase de Maquiavelo, un mismo hombre quitaba, cuando era adolescente, a las mujeres sus maridos, y después, en la madurez, a los maridos sus mujeres…

Los siguientes capítulos del libro tratan de doña Juana su esposa, muy maltratada por la historiografía, no digamos por el pueblo. 

LA INDUCCIÓN AL ADULTERIO 

Que Don Enrique incitó a ambas Reinas a entablar amores ilícitos con personajes de su Corte, era —fuese verdad o calumnia— una versión corriente en su tiempo.

 

Doña Juana —la de la mala fama— también se resistió, al menos al principio, con la misma firmeza que la virtuosa —quién sabe si, a la vez, menos ardiente— Doña Blanca. Palencia nos dice que el Rey «ensayaba nuevamente halagos o amenazas para inducir a la Reina Doña Juana a condescender con los ilícitos tratos que la proponía».

 

Si la inducción fue cierta o fue «una fábula que se forjó en gracia a los Reyes Don Fernando y Doña Isabel», como pretende Mariana y se inclinan a admitir otros historiadores, nadie podrá saberlo nunca de cierto. Pero sí podemos anotar al margen de este asunto que una de las modalidades de la conducta del varón débil y del homosexual es precisamente ésta.

XV LA TRISTE REINA

 

… ante esta Infeliz Doña Juana todos los juicios han sido unánimes; todos la condenan por liviana, y nadie la regatea un ápice de responsabilidad en aquel caos con que terminó la Edad Media en España. Y, sin embargo, nosotros, desde nuestro plano de historiadores, no de la Historia, sino de la Naturaleza, nos descubrimos respetuosamente ante su tumba. Porque acaso fue, en aquella Corte de pecadores, la que tuvo más disculpas naturales para sus flaquezas; porque vivió y murió en la dignidad de la heterodoxia de su amor


Debió de ser realmente espléndida su belleza, porque, aun contando con la lisonja cortesana, es unánime el elogio que hacen de ella cronistas y viajeros. Palencia, tan huraño para decir la verdad agradable, la llama, rendido, «mujer de esplendente hermosura»

Y podemos imaginarnos también el sufrimiento de pájaro enjaulado de la pobre señora, unida al ser abominable que antes hemos descrito, tosco, feo, maloliente, misántropo, vestido y calzado con tanto desaliño y adornado de rarezas y vicios indeseables. Ya antes hemos aludido a su desastrada indumentaria «Usaba siempre, dice su cronista capellán, traje de lúgubre aspecto»; «cubría sus piernas con toscas polainas, y sus pies con borceguíes y otro calzado oscuro y destrozado». 

DOÑA JUANA Y DON BELTRÁN 

… el adulterio de Doña Juana y Don Beltrán fue sólo un rumor de la calle; pero —añade— «la voz del pueblo es voz divina».


En el caso de Doña Juana y Don Beltrán es preciso insistir que no hay una sola prueba cierta, ni una sola, de la veracidad de sus relaciones pecaminosas.


La vida y figura de Don Beltrán, personaje esencial en nuestra historia, y casi en la Historia de España, merecen un comentario extenso, que haremos algún día, sobre todo considerándole como uno de los ejemplares históricos de la psicología donjuanesca.
 

Su principal hazaña es el famoso paso de la Puerta de Hierro con que el Rey festejó al Duque de Bretaña, y en el que Don Beltrán se distinguió sobremanera, dando lugar con ella a las copiosas mercedes de Don Enrique

Es seguro que de este suceso tan teatral nació la leyenda de los amores del favorito con la Reina; como en una fiesta análoga, siglos después, se originó la otra leyenda de los amores de la mujer de Felipe IV con el Conde de Villamediana, hombre de mucho más valer que Don Beltrán


Después, la familiaridad con la Reina; el dominio que ejercía sobre el Rey; la envidia que suscitó su valimiento real, y el desenfado, nada caballeresco, del propio valido al referirse a su intimidad con Doña Juana, completaron el mito de sus amores reales y le dieron vía libre entre la Corte y el populacho.


… «a considerar el absoluto y desenfrenado capricho de Don Beltrán, se hubiese tenido al Rey por su esclavo; que tales y tan frecuentes eran los broncos arrebatos del favorito contra él, que causa dolor y vergüenza referirlos. Si cuando llamaba con los dedos en la puerta de la cámara no le abrían al punto, se arrojaba sobre los porteros y los molía a puñadas, puntapiés y bofetadas»


Nada hay, pues, que asegure que fueron otra cosa que fantasías los supuestos amores fecundos de Doña Juana y Don Beltrán.

PRISIÓN DEL CUERPO, REBELIÓN DEL ALMA

Pero llegó el año de 1467, decisivo para el porvenir de Doña Juana, y ésta fue entregada por el propio Rey, en rehenes, al Arzobispo de Sevilla, que la llevó al castillo de Alaejos, donde parece que fue galanteada por el procaz prelado, y aun algunos insinúan que logró seducirla. 

… su sobrino, Don Pedro de Castilla, el Mozo, bisnieto de Don Pedro el Cruel. Éste sí, sin duda, fue su amante, pero su único amante

De su amante, Don Pedro el Mozo, tuvo la Reina dos hijos: Don Apóstol y Don Pedro. Con él se fugó dramáticamente del castillo,


Un detalle curioso de este embarazo accidentado de Doña Juana fue el vestido que adoptó para disimular el abultamiento del vientre, y que luego, por moda, adoptaron también «todas las damas nobles españolas»; «vestidos de desmesurada anchura que mantenía rígidos, en torno del cuerpo, multitud de aros durísimos, ocultos y cosidos bajo la tela, de suerte que hasta las más flacas parecían con aquel traje corpulentas matronas y a todas podría creérselas próximas a ser madres»

¡El guardainfante! 

Su testamento, escrito por su mano, es conmovedor. Pide en él «que mi cuerpo sea enterrado en el Monasterio de San Francisco y que sea vestido con su hábito, antes de que fallezca y muera y en él sea enterrado; y antes de morir, cuando quiera expirar, sea echada en el suelo, como los religiosos de esta orden y no sea metido en ataúd»: y agrega, con coquetería casi genial, que la pinta en la plenitud de su feminidad exaltada, «que sea enterrada en algún lugar hueco: que no llegue luego la tierra sobre mí».
 

XVIII UNA GRAN REINA Y UNA MUJER COMO LAS DEMÁS

 

«Ni en Don Alfonso (su hermano) ni en ninguno de los Grandes ni parientes, dice Palencia, se dio señal alguna de duelo por su muerte.» Los demás cronistas de la época la hicieron los mismos funerales despectivos, y los historiadores modernos repiten idéntico e implacable juicio. Pero nosotros tenemos que juzgarla con infinita compasión y simpatía, y suscribimos un comentario que hizo de ella dos siglos después una mujer —mujer y francesa—: «Nadie —dice— que lea esta historia será insensible a la desventura de esta Princesa, expuesta a tantas violencias de los que la rodearon; así fue la Reina Doña Juana de Portugal; siendo buena vivió sin que se la creyese virtuosa, y todos los que vivieron bajo el reinado de Isabel la Grande se esforzaron y se regocijaron en inventar acerca de ella mil vergonzosas calumnias» 

Y así concluye: 

He aquí cómo la enfermedad de un Rey sirvió de fermento a la descomposición de toda una sociedad y originó el cuadro tenebroso de la España de los Trastámaras, que Menéndez Pelayo consideró como «Uno de los más tristes y calamitosos períodos de nuestra Historia».


… todo hacía anunciar la disolución del Estado decrépito, falto del sustento de una conciencia política colectiva.

Y sin embargo, unos pocos años después España estaría es su mejor momento histórico. 

 

Espero que hayan interesado los extractos y animen a leer el libro entero. Se puede hacer aquí: https://telegra.ph/Ensayo-biológico-sobre-Enrique-IV-de-Castilla-y-su-tiempo-08-14-31

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés
LEER MÁS:  Las últimas banderas, de Ángel María de Lera – El derrumbe del régimen: cuando no hay “ni para fumar” – Tercera parte. Por Carlos Andrés
Suscríbete
Avisáme de
guest
0 comentarios
Anterior
Reciente Más votado
Feedback entre líneas
Leer todos los comentarios
0
Deja tu comentariox