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Desde el inicio de la tiranía castro-comunista en 1959 más de dos millones y medio de cubanos han abandonado la Isla en busca de libertad, seguridad y prosperidad económica. Quienes salieron en los primeros cinco años dieron como motivo la búsqueda de la libertad. La mayoría de quienes han salido en el último medio siglo han dado como motivo la búsqueda de la prosperidad económica. De libertad ni una palabra. Ellos son la prueba viviente del daño psíquico y moral que produce en la mente humana el adoctrinamiento ideológico y el terror sistematizado de una tiranía comunista. Se quejan de la miseria económica pero no tienen puntos de referencia para identificar su miseria moral. Esto es suficiente para darnos cuenta de que la más absoluta y devastadora de todas las miserias es la miseria moral de los hombres sin patria.
¿Por qué me he enfrascado entonces esta mañana en esta discusión filosófica? Porque uno de los noticieros transmitidos en español en la ciudad de Miami daba cuenta recientemente de la confiscación de la finca y el ganado de un cubano que había regresado a la Isla después de haber vivido varios años como emigrado. Este señor no era exiliado como no lo son la mayoría de los que han salido de Cuba en los últimos 50 años. No extrañan la libertad ni la patria. Salen en busca del bienestar económico y de la fortuna material.
La noticia picó mi curiosidad y me di a la tarea de buscar información sobre el tema. Fue así como me enteré que, según estadísticas del Gobierno Cubano, un total de 11,176 emigrados han pedido ser repatriados, la mayoría residentes en los Estados Unidos. Antes de ser admitidos, los emigrados son interrogados por funcionarios del régimen sobre sus planes de inversión y el capital que traen consigo a la Isla.
Si partimos de la premisa de que todo el que sale del país deja atrás todas sus pertenencias lo que trae el repatriado es un conocimiento empresarial y un capital adquiridos ambos durante su residencia en el exterior. El señor de la noticia ha sido despojado dos veces del capital que adquirió con el sudor de su frente. ¡Hay que tener muy baja autoestima para tolerar tanta ignominia!
Por otra parte, muchos de los proyectos de la tiranía castrista han sido copiados de sus mentores en el mundo comunista. De Alemania comunista copiaron los procedimientos de espionaje de la Stasi y este del estímulo a la inversión privada fue copiado de China Comunista. Aquellos tontos que piensen aceptar la invitación de La Habana harían bien en tener en cuenta la suerte que corren las inversiones privadas en China Comunista. Cuando los mercados están deprimidos los chinos estimulan la inversión privada. Cuando los mercados están sobrecalentados los chinos cierran las inversiones privadas. Como en todas las tiranías el ciudadano no es sujeto de derechos sino instrumento del estado.
Nadie lo ha dicho mejor ni con más autoridad que el difunto Arzobispo de Santiago de Cuba, Pedro Meurice Estiú. En su discurso saludando a Su Santidad Juan Pablo II con motivo de su visita a Santiago de Cuba, Meurice le dijo: «Le presento, además, a un número creciente de cubanos que han confundido la Patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido las últimas décadas, y la cultura con una ideología». Amén.
Cierro reproduciendo un artículo que publiqué el 29 de abril de 2009 en estas páginas de La Nueva Nación cuyo título es LA PATRIA.
Esa palabra mística y emotiva tiene connotación casi sagrada para quienes hemos tenido la desgracia de andar por los caminos del mundo buscando sin éxito un sustituto para la tierra musical y florida donde dimos nuestros primeros pasos. De hecho, nuestro amor por ella se ha hecho más intenso con la distancia y el tiempo. Algo así como un hechizo inexplicable que es al unísono redención y cruz. Andamos con ella a cuestas en la búsqueda obsesiva e infatigable del camino que nos lleve de regreso a la tierra, al mismo tiempo añorada y prometida, de una Cuba Libre.
Para muchos ha sido inútil buscar remedio para esa incurable enfermedad del alma que es la orfandad de patria. Ese abismo insondable, silencioso y negro no ha sido llenado por la fama, ni por el éxito, ni por el dinero. A muchos hombres de caudal y éxito la felicidad se les escapa por la herida abierta de la falta de patria. Porque si pobres son aquellos que carecen de bienes materiales, mas pobres aún somos aquellos que no tenemos patria. Ya que la patria, que no se mide ni se cuantifica, es el único tesoro con la capacidad de satisfacer nuestras necesidades emocionales de conexión telúrica, identificación colectiva y autoestima. Sin estos tres ingredientes no hay equilibrio interior ni felicidad perdurable.
Para otros, quizás los más abnegados, la patria ha tenido muchas veces una connotación casi religiosa. José Martí, a quien uno de sus biógrafos, Luís Rodríguez Embil, llamó el Santo de América, se refirió a la tierra de sus amores y sus dolores diciendo: «La patria es ara y no pedestal». En otra ocasión dijo: «De altar se ha de tener a Cuba para ofrendarle nuestra vida y no de pedestal para levantarnos sobre ella». Y en uno de esos momentos de amargura a los cuales no escapamos ningún ser humano, aquel espíritu sensible y solitario se consoló de su falta de patria con el disfrute del bien inmarcesible de la libertad cuando en uno de sus versos sencillos dijo: «Yo quiero cuando me muera, sin patria pero sin amo, tener en mi tumba un ramo, de flores y una bandera.» De esta manera, queda pues demostrada la relación íntima y casi inseparable entre la fe religiosa, la patria y la libertad que estuvo plasmada en muchos de los textos de nuestras guerras de independencia en la frase de «Dios, Patria y Libertad».
Otro de nuestros próceres, el bayamés Perucho Figueredo, profesa su amor a la patria cuando en el himno que nos legara para presidir nuestro camino hacia la libertad nos dice «no temáis una muerte gloriosa que morir por la patria es vivir». El himno que hasta nuestros días embarga de emoción nuestros espíritus cuando lo entonamos tanto en la patria oprimida como en latitudes tan distantes como Suecia, Francia o Venezuela. Porque esa patria es la misma para los cubanos que desde sus celdas desafían la saña de sus verdugos, los opositores que no se dejan intimidar por los apátridas, los patriotas que cayeron ante los ignominiosos paredones, los invasores que regaron con su sangre las arenas de Girón y los exiliados que sufrimos los gélidos inviernos del norte, padecemos el viento seco de los desiertos o respiramos el aire enrarecido de las cordilleras. La patria cubana está en todas partes y desde todas partes irá un día al encuentro con su destino histórico en una encrucijada de libertad y de democracia para todos sus hijos.
Los hijos que sabemos que esa patria no es propiedad privada de tiranos sino beneficio colectivo de todos los que en ella nacimos y por ella trabajamos. La patria que no quiere la sumisión de siervos resignados al yugo sino la energía creativa y constructiva de hombres y mujeres libres. La patria cuyo símbolo más representativo es la bandera de la estrella solitaria cantada con emoción y elocuencia por dos consagrados bardos matanceros, Agustín Acosta y Bonifacio Byrne. Agustín le dijo en su exquisita décima «gallarda, hermosa, triunfal, de la patria representas el romántico ideal…» Y Bonifacio vaticinó con vehemencia y rabia patrióticas «si deshecha en menudos pedazos llega a ser mi bandera algún día, nuestros muertos, alzando los brazos, la sabrán defender todavía». ¡Que se cuiden los tiranos y los vende patrias de la santa ira de un pueblo en la reconquista de su libertad perdida!
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