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No hace mucho, el ministro de Justicia se refirió en sede parlamentaria a un proyecto constituyente en marcha. No se trató de un lapsus linguae, ni de una metedura de pata, sino de la certificación de que este gobierno y la trupe que les apoya, están en el proyecto de reducir a escombros la Constitución de 1978, Monarquía incluida, y restaurar lo que ellos consideran la legitimidad  -no tanto de la nefasta II República-  como la del Frente Popular, el causante de la guerra civil.

Básicamente, en acabar con la identidad de España y de los españoles

Pero, mucho ojo, no sólo está en cuestión el modelo de estado que se conformó a partir de la llamada transición, sino que lo que en verdad está en cuestión es la identidad de España como Nación. Casi siempre, hablamos de que la unidad de España y de los españoles está en peligro   -lo cual es cierto-  pero además, lo que también está en peligro es nuestra identidad nacional, nuestra lengua, nuestra historia, nuestras raíces, nuestra cultura y nuestros valores, basados en el los de la Europa  que en mucha medida hemos contribuido a crear, basada en los valores de la filosofía griega; el derecho, las infraestructuras y la lengua de Roma y el cristianismo.

A modo de algunas pinceladas, se trata de: 

borrar educativa y socialmente la identidad española, los valores de la historia y la tradición fomentando la leyenda negra,

sustituir la familia tradicional por las nuevas familias monoparentales, unisexo, LGTBI, etc

reescribir la historia y fomentar la llamada memoria histórica que no es otra que la de los vencidos en la contienda civil,

implantar el globalismo dirigido por las élites financiero-especuladoras transnacionales

destruir las bases de occidente y Europa mediante el borrado de las raíces cristianas y potenciando otras religiones como el islam, como elemento disolvente de la identidad social

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incentivar la inmigración ilegal bajo el amparo de refugiados políticos, permitiendo las mafias que explotan a los inmigrantes

asegurar una educación estatal, única y doctrinaria, donde lo importante no es la calidad educativa, sino el adoctrinamiento y la mediocridad donde se garantice la progresión de los niveles educativos sin tener en cuenta el esfuerzo y el mérito

eliminar por tanto, la educación concertada

suprimir a diez años vista la educación especial

inculcar en los niños la doctrina de género y la neolengua (el lenguaje crea la realidad)

divulgar como valores normales, aceptados socialmente, el aborto y la eutanasia 

fomentar  económicamente el cuanto peor mejor,

destruir las clases medias ya que éstas suponen un factor de estabilidad política y social

asegurarse un amplio voto cautivo mediante subsidios perpetuos, sin contraprestación de trabajo y con un efecto llamada de una inmigración incontrolada  

anticipar la edad de voto a los 16 años para que puedan votar los más jóvenes que ya han vivido en el zapatero-sanchismo,

divulgar socialmente medidas eugenésicas en que no esté mal visto aplicar medidas eutanásicas  a los abuelos y por tanto el voto conservador,

implantar, mediante otros pretextos, el control y vigilancia digital de la población en general, de sus ideas, de su capacidad de compra, de su ideología, al tiempo que medio de propaganda e ingeniería social,

controlar los medios de comunicación como medios de adoctrinamiento, propaganda y borrado de los valores culturales, históricos y de identidad,

acabar con la libertad de pensamiento, de expresión y con la libertad de todos.

Sólo un partido está por la labor de luchar contra la nueva normalidad constituyente

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Hoy por hoy, los únicos capaces, no ya de echar a este gobierno y al Psoe de Sánchez, sino de intentarlo, son los herederos, si es que existen, de los socialdemócratas de aquel congreso en que el Psoe del interior renunció al marxismo para convertirse en un partido a imagen de la socialdemocracia alemana que fue quien financió al nuevo partido, desaparecido durante los 40 años de franquismo.

Ni el Partido Popular, ni mucho menos Ciudadanos, convertido ahora en un lacayo del sanchismo, son capaces de llevar a cabo un liderazgo social alternativo al que ahora vota a un socialismo doctrinario, amalgamado de comunistas y separatistas. Ambos están contaminados por las ideologías de género, memoria histórica, el lenguaje inclusivo y otras culturetas izquierdistas, dominantes durante muchos años.

Desgraciadamente, solo existe hoy por hoy, un partido que defiende de forma clara, abierta y directa la identidad y los valores históricos y tradicionales de España, al tiempo que una decidida justicia social y un verdadero progresismo social, que es el partido Vox.

Ningún otro de los llamados partidos constitucionalistas -PP y Ciudadanos- se solidarizan, salvo excepciones personales, con los ataque verbales y directos que sufre Vox a manos de los verdaderos doctrinarios, intransigentes y antidemócratas partidos de izquierda, ultraizquierda comunistas y secesionistas.

Mucho me temo, que esta «nueva normalidad» «constituyente» esté ya constituida. O casi.

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REDACCIÓN