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No sé por cuántas vías me han llegado esta semana comentarios sobre Olona y su distanciamiento de Abascal. Una cuestión importantísima, al parecer, que ha acaparado muchos minutos en los noticieros del régimen, afanados en horadar como sea la única resistencia sólida a un sistema degenerado y cada vez más totalitario.
Por supuesto, no cabe sorprenderse de que los medios de propaganda de una partitocracia que se pudre a ojos vistas en su propia corrupción se empeñen en explotar una supuesta “división” en su adversario. Ni tampoco puede extrañar que la opinión pública responda uniformemente a una oferta informativa más uniforme todavía.
Está claro que también es difícil, aun para personas adultas, con estudios e inteligencia, abstraerse del entorno y no sucumbir a la corriente percibida como el “pensar de la mayoría”. Y es evidente que para esa “mayoría” lo más importante es lo que ocupa más minutos en televisión. Pero, ¿por qué tanta gente no es capaz de establecer una jerarquía de las cosas independiente de la importancia y metraje que se les dé en los medios? ¿Por qué su opinión se halla sujeta a la moda o al último estímulo visual? Pues porque desde la escuela al móvil, todo converge en hacer a las personas más infantiles, dependientes e incapaces. A la vista está que cualquier campaña publicitaria o de propaganda cifra su éxito en la extensión e intensidad del bombardeo a que somete a sus destinatarios y no apelando a su intelecto.
Dicho esto, que el PP, estigmatizado hasta hace dos días como “extrema derecha” por la extrema izquierda, calle cuando ésta vierte el mismo infundio contra Vox, no deja de resultar chusco.
Por ejemplo, a propósito de varios hechos realmente graves e igualmente recientes que, por alguna “extraña” razón, no sólo no han tenido tanta repercusión mediática como “el caso Olona”, sino que tampoco han parecido desgastar a sus protagonistas, ni mucho menos debilitar sus siglas. Véase: El pasado jueves, la ministra de igualdad, Irene Montero hacía una apología en toda regla de la pedofilia: “[…] porque todos los niños, las niñas y les niñes (sic) de este país tienen derecho, tienen derecho (subraya) a conocer su propio cuerpo, a saber, que ningún adulto puede tocar su cuerpo si ellos no quieren, si ellos no quieren (subraya), y que eso es una forma de violencia. Tienen derecho a conocer que pueden amar o tener relaciones sexuales con quien les dé la gana. Basadas, eso sí, en el consentimiento. Y eso son derechos […]” –afirmó en una comparecencia en el Congreso de los Diputados.
¿Y de quién ha sido la culpa de la polémica generada? De la “extrema derecha”. Al día siguiente Irenita escurría el bulto ante la prensa con el teatrillo victimista de siempre: primero dice una barbaridad; como es lógico, alguien critica o denuncia la barbaridad enunciada, y, acto seguido, Irenita se hace la víctima acusando a la derecha –que, por descontado, siempre es “extrema”– de maltratarla. Esto es, emulando al típico futbolista marrullero que, tras perpetrar una entrada criminal, se tira al suelo haciendo la croqueta y fingiendo haberse lesionado. Pero, claro, merced al ruido mediático generado por adláteres sin escrúpulos, se consigue que al final no importe lo que efectivamente dijo la ministra, sino una presunta “campaña de la ultraderecha” contra ella.
Los que votan al PP no ignoran que al partido le viene muy bien que acusen a Vox de “extrema derecha”. Y como cobardes que son, no sólo sienten un gran alivio por dejar de estar en la diana, sino que, además, saben que así se recogen más nueces. Nueces tontas, de esas que no saben dónde están y les gusta decirse “de centro”, o bien nueces “listas”, de aquéllas que ocultan su completa amoralidad bajo un manto de indefinición.
Otro caso muy ilustrativo de lo dicho se nos ofreció el pasado jueves 22 de septiembre: Vox presentó en el Congreso una propuesta para exigir el cumplimiento de la Ley en Cataluña y que el derecho y deber constitucional de conocer el español y poder emplearlo en todo el territorio nacional no se viera conculcado, de facto, por la acción sectaria e impune de un atajo de dementes, como viene sucediendo de un tiempo a esta parte.
Como era de esperar, el PSOE y sus aliados podemitas y filoterroristas votaron a una en contra de tan laudable iniciativa… ¡Por supuesto! ¿Pero quién más se sumó a socialistas, comunistas y separatistas? ¡Pues el PP![1] ¡Claro que sí! ¿Y alguien se sorprende? Si lo triste es que hace mucho que los medios del PP y sus mismos votantes no pueden ocultar que para seguir siendo “moderados”, cada vez tienen que mirar para otro lado más a menudo. ¿Pero acaso el separatismo no ha sido alimentado a conciencia por el PSOE y el PP? ¿Es que el PP de Valencia, Galicia y Baleares no alentaron el desplazamiento del idioma español en aquellas tierras durante sus largos mandatos? ¿A quién puede engañar a estas alturas Feijóo, tras su gobierno en Galicia y la entrega de la educación pública al Bloque Nacionalista Gallego? ¿Cómo es posible volver a cometer el mismo error tras la inmensa estafa de Rajoy? ¿Acaso no fue suficiente reincidir con Casado y ver cómo pactaba el reparto de los jueces y traicionaba a sus propios compañeros de partido?
Estos borregos del PP, que disfrazan su falta de principios etiquetándose de “centristas”, se indignan mucho cuando alguien les acusa de complicidad con la izquierda por callar cuando ésta acusa a Vox de “extrema derecha”, pero lo cierto es que, por mucho golpe de pecho que se den, los hechos les delatan. Que los enemigos declarados de España pretendan arrinconar a los millones de españoles que votan a Vox, acusándoles de extremistas, es lógico. Que el PP lo critique con sordina, sólo confirma el dicho: “ni una mala palabra ni una buena acción”. Porque, en realidad, son cómplices del “cordón sanitario” de la izquierda y sólo aspiran a sucederla para no cambiar nada de nada.
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