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Si todos los siglos les han parecido penosos a sus contemporáneos, al menos a los más prudentes y críticos, esta época nuestra no les va a la zaga. Como escribió Marguerite Yourcenar en sus Memorias de Adriano, la vida es atroz. «Ni confío en la justicia de los hombres, ni tengo fe en su cordura; nada espero de la condición humana». 

Vivimos unos tiempos en los que tantos ideales -Verdad, Justicia, Paz, Libertad, Independencia, incluso Imperio- se han desmoronado o están a punto de hacerlo. Tiempos en los que la Razón y la Justicia parecen responder a un ideal que no se halla en la tierra. Hoy, todo poder, cualquier poder, está dedicado a engañar al ciudadano.

Cuando están con sus escraches en la oposición, a todos estos sinvergüenzas de las izquierdas resentidas se les llena la boca diciendo, en nombre de la democracia, que nadie debe ir a la cárcel por sus ideas, y se quedan tan anchos. Pero en cuanto se entronizan lo primero que hacen es promulgar leyes estalinistas como la de la Memoria Democrática, conculcadoras de la libertad; o criminales, como la del aborto; o pervertidoras, como la monstruosa LGTBI. Así ha sido siempre y así sigue ocurriendo.

Lo grave del caso es que no sólo esta actitud, que va del vicio y del cinismo a la esclavitud y al crimen, les parece bien a sus partidarios y demás subsidiados, lo terrible, digo, es que tal abuso y despropósito totalitario se halla refrendado por los mentores educativos, por las autoridades judiciales, por los jefes militares y policiales y hasta por los monarcas. Y, por si fuera poco, por el silencio de la mayoría de los pecheros, que miran hacia otro lado mientras pagan unos impuestos cada vez más injustos, por desorbitados y estériles.

Y a toda esta putrefacción se ha añadido, además, la bajeza de intelectuales y sacerdotes ávidos de subsidios, todos ellos pringados por la avidez de lo material y temporal. La sociedad española está plagada de inválidos espirituales que se sienten aliviados viendo cómo aumenta el número de mutilados alrededor suyo. Y que calla cuando los magistrados de la casta liberan de la cárcel a los asesinos, y los sacan a la calle para que los diablos que el Sistema alimenta se refocilen en un ritual de vicio y sangre a costa de la infancia en particular y de la inocencia y la razón en general.

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El hombre tiene un origen cazador y cainita, pero eso se pule mediante la cultura, los modales, el deber, la educación, el compromiso y la técnica de progreso, no la progresista. Pero de todo ello huyen las izquierdas resentidas, impulsando lo contrario, que es la degradación absoluta del ser humano. Que es justo lo que en España han experimentado desde el inicio de la Transición: fomentar nuestros orígenes cavernícolas en nombre de la democracia, esa palabra equívoca, sospechosa y, en sus manos, siempre liberticida y sangrienta.

En nombre de la democracia, hoy, en España, no triunfa la libertad de las voluntades, sino el consenso de los intereses; el mundo, políticamente uniformado por los medios de comunicación, va hacia donde los fabricantes de opinión lo empujan. Se pretende que no haya variedad de ideas ni confrontación de opiniones, sino turnos de reparto prebendario para grupos de poder que participan en un solo y mismo consenso; que confiemos en una regeneración de la política sin desconfiar de los gobernantes que la degeneran y sin modificar las reglas del juego que la destruyen; que miremos al futuro sin hacer justicia ni decir la verdad sobre el pasado.

En los últimos cuadros de desengaño, vulgaridad, perversión y crimen, se repiten escenas del más absoluto y depravado rufianismo. La gesticulación grotesca de la villanía sociopolítica, supone una infinita decepción moral y un vacío político e intelectual. Una conciencia social mediocre, que acepta las cosas como vienen y está dispuesta a claudicar ante el panorama miserable que presenta la inteligencia, la política y la ciudadanía, con todas sus instituciones salpicadas por el escándalo, y sangrientas. Atraso del pensamiento, ignorancia de la probidad y de la excelencia, ausencia ética, autoritarismo, corrupción y crimen.

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Todo un bestiario humano de pesadilla ante el que es necesario recuperar el discurso y la fuerza de la Razón o pedir la baja del género humano. Por eso, ante este atroz panorama, en el que ya no puede ni debe hablarse de ideologías, sino de principios, cabe preguntarse: ¿no hay nadie ahí? ¿No quedan en España hombres ni mujeres clarividentes, capaces de iluminar una nueva época?

Porque si nuestra dañina casta política sueña con el poder, y si sus sueños se han convertido en crimen y demencia, creo yo que lo conveniente y merecido es que su voluntad o su ambición o su locura tengan que enfrentarse con la justicia de los hombres justos.

Por desgracia, mientras los ciudadanos de buena fe recapacitan en ello, tomándose su tiempo, millones de niños y de nasciturus juegan en el parque o ansían sonreír a la vida futura, ajenos a su suerte terrible. Unos y otros, si los vientos no cambian y no les salvan los brazos y el coraje de esos hombres justos, acabarán postrados y estremecidos -víctimas débiles- en el altar de España, esperando la hoja del puñal, para que los sangrientos dioses de esta caterva de tránsfugas de la historia que nos aherroja se vean complacidos.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.