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Ha dicho Juan Luis Chulilla -que no sólo es Doctor en Antropología sino también uno de nuestros mejores analistas militares- que Occidente vive en un modelo de sociedad postheróica, y que no somos capaces ya de conectar con los ejemplos de valor y de sacrificio propios de un conflicto bélico. Nuestros héroes son otros: los futbolistas, los tenistas, los influencers y los cantantes: porque la sociedad occidental encuentra un cómodo reflejo en esta clase de ejemplos colectivos abandonando -es posible que para siempre- el reconocimiento honorable al sencillo valor del soldado.

Los ciudadanos europeos encuentran muy lejano, y cada vez más difícil de entender, el sacrificio de los hombres y de las mujeres que están luchando y muriendo valerosamente como lo que en verdad son: las personas íntegras de una nación íntegra. Soldados, en definitiva. Y es que nosotros -que hemos vivido hasta ahora en un mundo falsamente pacífico sustentado en los pilares de una presunta prosperidad- no somos capaces de entender las razones que llevan a que un conjunto de ciudadanos de un pueblo atacado haya asumido voluntariamente la propia muerte como una posibilidad más de su contingencia personal.

Los soldados de Ucrania que han resistido en la Acería Azovstal de Mariúpol han cumplido con uno de los deberes más antiguos y singulares del soldado: el sacrificio realizado de forma voluntaria y consciente para auxiliar a sus compañeros. Resistir y morir por tus compañeros de armas: por aquellas personas no sólo que tienes próximamente al lado, sino por todas aquellas que integran tu propio Ejército. La resistencia de la ciudad mártir de Mariúpol, durante más de dos meses, a los invasores rusos ha servido para fijar en esa batalla tropas que Putin necesitaba -con la urgencia de las bajas crecientes- en otros frentes de combate. De esta forma, cada día -cada minuto- que Mariúpol seguía luchando servía para alejar los recursos del enemigo de Kyiv, de Jarkiv o del Donbass. Se han batido casa por casa ralentizando el avance enemigo y ganando así un tiempo precioso para reorganizar la resistencia en otros lugares.

 
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El Ejército Ucraniano en Azovstal se ha rendido de acuerdo a las más antiguas tradiciones militares y conforme al honor del soldado. Ha depuesto las armas asegurando primero la seguridad de los civiles y de los heridos, y ha comenzado a entregarse al enemigo cuando se ha quedado sin municiones y sin recursos de toda clase. Hasta en eso han vencido: enseñando al enemigo la manera digna en la que acepta la derrota un soldado valiente. Los rusos -puesta la ciudad de Mariúpol en el punto de mira de la opinión pública mundial y sintiendo en la nuca el aliento de varios organismos internacionales- han respetado la vida de los defensores entregados. Al menos hasta ahora y hasta donde podemos saber. La repercusión que su resistencia ha tenido en el público internacional ha salvado la vida -sin lugar a dudas- de los famélicos supervivientes.

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La Gloria no resulta agradable al olfato de Occidente. La Gloria, con mayúscula, huele siempre a basura y a humanidad hacinada en galerías abiertas bajo tierra. El Heroísmo, con mayúscula, huele a vendaje sucio y a herida sin cerrar, a pólvora, a sudor y a miedo. El Valor, con mayúscula, tiene el olor de los soldados que saben que van a morir desde el principio mismo de esta invasión y que se han ofrecido a ello para que otros se salven. La Valentía, con mayúscula, huele como la Acería Azvostal devastada por la artillería rusa y por los ataques diarios y constantes de la infantería federal. Nada de esto resulta cómodo a nuestro educadísimo olfato europeísta.

Me da exactamente igual la ideología del Batallón Azov. Como me dan igual la desinformación y las mentiras que, a lo largo y ancho del mundo, son propaladas para lograr el desprestigio de las Fuerzas Armadas de Ucrania. Me da exactamente igual la ideología que tienen todos y cada uno de los soldados de esta Ucrania combatiente que está asombrando al mundo entero. Porque ante tanto valeroso sacrificio -ante tanto descarnado heroísmo- uno no puede menos que guardar un profundo respeto y una infinita admiración. Porque -tanto en las fétidas galerías subterráneas de la Acería como en el resto de los escombros de esta ciudad aniquilada- ha vuelto a renacer esa Europa del gesto valiente que tantos de nosotros habíamos dado ya por desaparecida. Una auténtica Europa de los Héroes frente a nuestra Europa Postheróica. En este luminoso ejemplo consiste la Victoria ucraniana en Mariúpol.

 
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Que nadie lo dude: los ucranianos no sólo han ganado esta batalla sino que, cualquiera que sea aquello que vaya a pasar en el futuro incierto, los ucranianos ya han ganado esta Guerra.    

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