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Paseando por la calle vi en el poste de un semáforo una pegatina en la que se podía leer: esta vacuna mata, infórmate. Sin ser yo ni médico, ni biólogo, ni científico, creo oportuno hacer una reflexión de fondo sobre el problema de la secuencia genética modificada que ha provocado la situación sanitaria que padecemos.
Ante todo conviene precisar que laboratorios occidentales llevaban más de diez años investigando para lograr un medicamento que pudiera fortalecer el sistema inmune humano y así poder curar el SIDA (que implica una inmunodeficiencia), investigaciones que no lograban pasar el control oficial que legitimara su uso. Así las cosas y tras prohibirse dichas investigaciones en Estados Unidos, se continuaron en laboratorios de China y finalmente, aprovechando la época de la gripe estacional, modificaron el virus de la gripe para propagar el llamado Covid-19 y así ensayar un modelo de fortalecimiento artificial del sistema inmune.
La expansión del virus fue imparable y en la lucha inicial contra la enfermedad, los enfermos (al menos en España) fueron tratados con antiretrovirales, corticoides e inmunosupresores con posterior intubación –totalmente contraindicada- lo que precipitó las muertes sobre todo en residencias de ancianos a los que se les estuvo impidiendo el ingreso hospitalario. La prohibición posterior de las autopsias dejaba a los médicos maniatados para luchar contra la enfermedad.
Lo que aconteció después no fue sino la inmediata y rápida aparición de las mal llamadas vacunas con las que se inserta una proteína en la sangre para facilitar artificialmente la defensa del sistema inmune frente a lo que llaman Covid. Podríamos decir que se quiere construir ortopédicamente un nuevo sistema inmune que pueda luchar contra la infección, algo que –según las sabias y voraces compañías farmacéuticas- no puede hacer por sí solo nuestro sistema inmune de modo natural.
Al cabo de más de un año se está viendo claramente que las vacunas no impiden que los vacunados transmitan nuevamente la enfermedad –lo que es ya un primer fracaso evidente- y que no son pocos los casos en que las personas sanas a quienes se les ha inoculado la llamada vacuna han experimentado importantes efectos secundarios especialmente trombosis con sus correspondientes consecuencias, a veces incluso la muerte.
Pero el tema que me interesa no es este asunto sanitario en el que no tengo competencia alguna, sino el fondo del mismo que está relacionado con la rebelión del hombre contemporáneo. Vivimos en un mundo en el que, aunque no se confiese expresamente, practicamos el culto a la ciencia en sus diversas ramas. Las personas en su mayoría ya no creen que Dios mantiene el mundo en su existencia. Por el contrario, tenemos conciencia colectiva de habernos apoderado completamente del mundo. Poco a poco ha sido la ciencia la que nos ha ido convenciendo de ello.
Desde que se ha empezado a vencer la resistencia de la materia, desde que hemos podido recorrer el mundo casi sin problema y en poquísimo tiempo, consideramos que somos responsables del planeta. No como inquilinos de un mundo que no hemos creado y que nosotros no mantenemos en existencia, sino como dueños y señores. Así es como por el hecho de haber logrado viajar a la luna o dominar los recursos materiales que la tierra nos ofrece, hemos llegado a la conclusión de que no sólo somos dueños del planeta sino de que tenemos explicación para cualquiera de los fenómenos que en el mismo tienen lugar. No hay más que ver las explicaciones tan pomposas que se hacen sobre el calentamiento global, la desaparición del hielo de los polos o los cálculos de los recursos disponibles. Todo ello por supuesto sin dar explicación alguna en el caso de que cualquier dato científicamente comprobado esté demostrando que nos hemos equivocado en nuestras previsiones.
Pero la cosa no es tan sorprendente. Pensemos en que se trata de dar un paso más tras el que se dio en la Revolución de 1789, de la que es heredera la de 1917 en Rusia. Porque todas esas Revoluciones tienen la misma pretensión y la misma trayectoria. No obstante, lo que hace más temible a la Revolución actual es que no es política, ni tiene lugar en un solo país pudiendo extenderse después a otros, sino que es una revolución global, no sólo política sino sobre todo científico-materialista propiciada por unas minorías apoyadas en imponentes poderes económicos.
La sociedad del llamado Antiguo Régimen fue demolida por la revolución de 1789 que so pretexto de liberar a los siervos de sus señores, sometió a todo aquel que se oponía a las nuevas libertades. El científico Lavoisier fue guillotinado sin tener más culpa que la de ser aristócrata e investigador químico. La Revolución prometía una sociedad justa pero se trataba de una meta solamente alcanzable tras años de violencia y privación de los derechos más elementales, proceso que como es sabido terminó propiciando la llegada del socialismo que, no lo olvidemos, se autodefinió como socialismo científico.
En la Revolución de 1917, la táctica fue también la de convencer a los siervos y campesinos y en general a los proletarios de que la revolución era necesaria para liberarles del sometimiento y sujeción a sus amos. Sin embargo esta vez sí que se decía claramente que para ello era necesario que previamente toda la población se sometiera a privaciones y sacrificios, abandonando sus propiedades y hasta su modo de pensar, porque iba a construirse una nueva sociedad en la que todo iba a estar en orden. Claro que el momento no llegaba nunca y pasaron 70 años hasta que Rusia se pudo librar de la esclavitud de sus redentores. Y Rusia no fue liberada por una nueva revolución o una resistencia ciudadana, sino que fue liberada por el reproche moral de todas las sociedades libres y por el compromiso político y económico de los dirigentes de algunos países y por supuesto por la autoridad moral del papado de la época.
En el momento presente, en esta sociedad en que vivimos dominada por la fe en la ciencia, la Revolución que se nos viene encima no es parecida a las anteriores, ya que ahora se cuenta con una mentalidad ciudadana construida a golpe de telediario y que ya no ofrece resistencia alguna. La sociedad cree firmemente en la soberanía de la ciencia que es la que nos conduce a la liberación universal. Y el potente grupo globalista que detenta el poder económico y mediático mundial, si pregona que va a liberar al hombre, no esconde en absoluto que esa libertad no consiste, como era el caso de las revoluciones anteriores, en salir de situaciones de dominación señorial o patronal sino que prometen la liberación de la naturaleza.
Las primeras muestras de este trastorno mental que se extiende por el planeta fueron las teorías del género que empezaban por reducir el sexo de las personas a una única categoría abstracta configurable a voluntad. Extendida como la pólvora se acaba imponiendo como algo deseable porque subordina la naturaleza a la voluntad de cada cual. Vinculado a la fuerza del instinto sexual, el éxito de esta teoría estaba asegurado sobre todo teniendo en cuenta que tras los acontecimientos de mayo de 1968, hombres y mujeres acabaron sometiéndose al instinto en nombre de la libertad.
Derribado así este primer importante obstáculo, con la oportuna ambigüedad de la doctrina moral de la Iglesia católica, el deterioro se aceleró y en nombre de la ciencia y en nombre del dominio sobre la naturaleza, se empezó a imponer una nueva mentalidad que conduce a una nueva humanidad en la que los varones y las hembras serán intercambiables en sus roles con lo que terminarán prefiriendo el odio al amor -con la consecuencia de la rivalidad entre los sexos- y la muerte a la vida, con la consecuencia del aborto y la eutanasia. Piénsese también en el veganismo que en nombre de esa nueva humanidad quiere privar a las personas de comer carne y piénsese también en lo que ese propósito absurdo tiene a la vez de humillante y de premonitorio sabiendo como sabemos por el Génesis 3:17 que Dios maldice a Adán con estas palabras: maldita será la tierra por tu causa, con trabajo sacarás el alimento…y la hierba del campo comerás.
La consecuencia de este tipo de Revolución contra la naturaleza no está siendo otra que la de sembrar una división lacerante entre hombres y mujeres y más recientemente entre quienes aceptan ser tratados como conejillos de indias en aras de una nueva humanidad y quienes se rebelan contra ello exigiendo respeto a sus convicciones y derechos.
La situación es muy grave. La sociedad, que está ya convencida de que la ciencia y la técnica salvarán al mundo, acepta gustosa cualquier tipo de limitación que provenga de quienes administran la nueva humanidad liberada de la naturaleza. Se trata de un poder mediático, que pretende tener base científica y que asegura a todos una vida confortable, una vida libre de enfermedades y que puede acabar hasta con la muerte imprevista a través de una eutanasia que cada cual se administrará cuando sencillamente sienta hastío de la vida.
Esto es lo que se oculta tras la mal llamada vacuna que se administra contra algo tan ruin como la gripe, enfermedad que sin embargo todos sabemos ya de sobra que siempre había provocado muchas muertes, sobre todo entre las personas afectadas por algún tipo de fragilidad física. Pero la orquestación es de tal magnitud y se apoya tan claramente en ese complejo universal de que por fin la humanidad domina su mundo propio, que la gran mayoría de las personas aceptan participar en la inoculación de una sustancia genéticamente modificada que no es más que un experimento tendente a ir logrando poco a poco un mayor conocimiento y una posible modificación del sistema inmune del cuerpo humano con la intención de lograr que en adelante no haya infección que pueda dar la muerte a nadie. Algo que los biólogos han criticado desde el punto de vista científico pero a los que nadie escucha.
Y concluyamos: la revolución de 1789 mató la tradición en nombre de la libertad; la revolución marxista mató la libertad en nombre del socialismo; ahora el humanismo genérico muestra el verdadero rostro de las Revoluciones con sus secuelas lógicas de represión de los disidentes y exterminio de las que se consideran clases pasivas. Eugenesia. Algo que ya se conoció en Europa.
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