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España ha sido impresentable, cobarde y ruinosa en su política respecto al Sáhara desde octubre de 1975, en que comenzó la postración del Caudillo.
La representación española en la ONU ya había aceptado en 1963, el principio de la autodeterminación del Sáhara. En 1966, la ONU estableció que la descolonización debía realizarse mediante un referéndum que no suponía reintegrar el Sáhara a un Estado preexistente –evidentemente, no a Marruecos-.
El Sáhara es un territorio de 270.000 km cuadrados, que entonces poseía unos 75.000 habitantes y que era rico en yacimientos de fosfato y pesca. En 1973 Hassan II reclamó el territorio como parte histórica de Marruecos a recuperar. El compromiso del gobierno franquista no era regalar el Sáhara a Marruecos sino conceder, como había comprometido, el derecho de autodeterminación al Sáhara. El referéndum se anunció para el 31 de mayo de 1975. Antes de ello, el gobierno franquista concedió al Sáhara un estatus de autonomía. El proyecto de autonomía elaborado por Franco fue aceptado en julio de 1974 por el “Consejo de jefes de tribu” saharauis llamado “Yemáa”, fundado por impulso de Franco en 1967. Franco reconoció que esa autonomía era un paso previo a la autodeterminación.
El régimen franquista se comprometía a la defensa y representación internacional del Sáhara, garantizaba la integridad territorial del territorio, mantendría a un gobernador que conviviría con una asamblea saharaui en la zona, y se comprometía a permitir la autodeterminación del territorio. En definitiva: los saharauis no serían desplazados de ninguna decisión y menos para el botín y rapiña de Marruecos, podrían decidir su futuro libremente y la España que los acogió como provincia no los iba a traicionar dejándolas al albur de potencias extranjeras.
La situación de normalidad cambió cuando Franco sufrió una trombo-flebitis el 9 de julio de 1974 y cedió de manera interina la jefatura del Estado al príncipe de España Juan Carlos hasta el mes de septiembre. Hassan II aprovechó esa situación para reclamar la “devolución del Sáhara” y redactó una carta tremendamente agresiva dirigida al general Franco. El gobierno franquista anunció la convocatoria de un referéndum de autodeterminación para el 31 de mayo de 1975, para lo cual debía elaborar un censo. Marruecos recurrió al Tribunal Internacional de Justicia de la Haya en septiembre pidiendo que dirimiera sobre su derecho histórico respecto al Sáhara. La ONU, entonces, pidió a España que aplazase el referéndum. El 16 de octubre de 1975, el tribunal declaró que Marruecos nunca había ostentado soberanía sobre el Sáhara ni sus tribus y que no tenía ningún derecho. Franco había caído de nuevo gravemente enfermo desde el 12 de octubre, y Hassan II se pasó por el forro la resolución internacional y anunció la famosa “marcha verde”. 300.000 civiles -y decenas de miles de ellos militares- invadirían el territorio.
El 21 de octubre, el presidente del gobierno Carlos Arias Navarro envió a negociar con el rey de Marruecos a José Solís, ministro-secretario general del movimiento, en vez de a Pedro Cortina, ministro de Asuntos Exteriores. Solís era administrador de las inversiones en España de Hassan II y poseía negocios en Marruecos. Cortina, por el contrario, era defensor del espíritu de los compromisos de Franco; esto es, de la autodeterminación bajo tutela de España.
El 30 de octubre el príncipe Juan Carlos se convierte en jefe del Estado interino por la enfermedad de Franco. El 2 de noviembre realiza un viaje sorpresa a El Aaiun y visita a las tropas españolas en el Sáhara para garantizarles que él estará con ellos cuando se produzca el “primer disparo”, y les dijo: “quería daros personalmente la seguridad de que se hará cuanto sea necesario para que nuestro Ejército conserve intacto su prestigio y el honor. España cumplirá sus compromisos…”. Los compromisos, recordemos, eran defender el Sáhara, proteger su integridad y garantizar el principio de autodeterminación. Las palabras de Juan Carlos eran una farsa, pues ya se había decidido el abandono de este trozo de España.
Juan Carlos había enviado a un hombre de confianza, Manuel Prado y Colón de Carvajal, ante Henry Kissinger, el secretario de Estado norteamericano, para que mediara en el conflicto con Marruecos.
Desde hace un tiempo, miles de documentos desclasificados por la CIA de EEUU, demuestran que la intención del Departamento de Estado desde agosto de 1975 era arrebatar el Sahara a España, garantizarse un dominio geoestratégico en la zona mediante la alianza con Marruecos, y proteger el proceso de invasión sobre el Sahara a través del acuerdo con Francia y Arabia Saudí que respaldarían los movimientos de Marruecos. A cambio, EEUU garantizaría a Juan Carlos el reconocimiento internacional de la “transición” española a la democracia en la figura de un rey puesto por Franco sin ninguna conflictividad externa ni amenaza interna.
Con esta jugada en las “cloacas”, EEUU se garantizaba que su rival, la URSS, aliada de Argelia y el Frente Polisario, no obtenía, con la autodeterminación del Sáhara, una salida al atlántico y un poder geoestratégico mayor en la zona del que ya ostentaba. Marruecos se convertiría en puerto estadounidense de control sobre la zona y aliado de primer orden.
Con la cobertura norteamericana y la complicidad de las autoridades españolas, el 6 de noviembre las fuerzas de Hassan II pisaron suelo saharaui no minado –conocían que parte del territorio no era una amenaza-. La voluntad del general Franco ante la marcha verde, que había dado instrucciones en octubre -antes de ser hospitalizado definitivamente- para la colocación de minas y ordenado que se comunicara a Hassan II que la decisión era suya y personal, fue destruida por la vía de los pactos sucios y a escondidas con los que se engañaba a nuestro ejército, preparado para el combate y superior a las fuerzas invasoras.
El 14 de noviembre se firmaron los “Acuerdo de Madrid” entre los representantes españoles por un lado, y los marroquíes y mauritanos por otro. Fueron los acuerdos de cesión del Sahara: 200.000 km cuadrados fueron entregados a Marruecos y 70.000 a Mauritania. Pasado un tiempo, Marruecos se quedó con todo el territorio y Mauritania se convirtió en un mero arrabal militar sumiso al Sultán marroquí. La cesión del Sahara fue ILEGAL, y tan es así que la ONU siguió reconociendo a España como potencia administradora. Por ello Marruecos y Francia presionaron a España para que reconociera los planes de anexión. Y ahora, EEUU ha reconocido definitivamente la anexión.
El 19 de noviembre, horas antes de morir Franco, apareció la Ley 40/1975, sancionada por Juan Carlos, y que autorizaba al gobierno a descolonizar el Sáhara y contenía una falsedad palmaria: “el Sáhara nunca ha formado parte del territorio español”. A partir de entonces, comenzaron a entrar las fuerzas marroquíes en el Sáhara, y comenzó su brutal represión sobre los saharauis: saqueos, violaciones, encarcelamientos y ejecuciones.
El 26 de febrero de 1976 se arrió la última bandera española en el Sáhara. Las autoridades políticas españolas y el jefe del Estado interino, de espaldas a Franco, habían cedido ilegalmente el Sáhara, habían traicionado al ejército que esperaba la orden de combate y habían pactado una retirada vergonzosa que traicionó los compromisos alcanzados por Francisco Franco de defender la integridad e independencia del Sáhara.
EEUU fue clave en este proceso de claudicación: quería consolidar su control desde el Estrecho de Gibraltar hasta el Atlántico y decidió favorecer la estabilidad y refuerzo de la monarquía déspota y corrupta de Hassan II que garantizaba a su aliado estadounidense seguridad en el mediterráneo. El príncipe Juan Carlos y el gobierno de Arias Navarro renunciaron a un pulso con Marruecos que habrían ganado militarmente y decidieron rendir el honor de España y los compromisos alcanzados antes que producir una guerra que molestase a EEUU y sobre todo, que empoderase a nuestro ejército español, entonces prestigiado y que habría podido tutelar con facilidad la “transición” tras la muerte de Franco. EEUU no quería ni la guerra, ni la fortaleza del ejército español; su ambición era un rey y una “transición” tutelados por EEUU, como así fue.
Desde entonces hasta ahora, en que Trump ha reconocido la soberanía marroquí sobre el Sáhara, ningún gobierno español de la democracia ha exigido lo que hubiera correspondido: la recuperación para España del Sáhara, pues ni siquiera la ONU ha reconocido jamás la legalidad de la cesión del Sáhara a Marruecos, y tras ello, y tal y cómo la España franquista acordó con los saharauis y la ONU, la realización de un referendum de autodeterminación donde los saharauis decidieran su destino. Nunca, desde 1975, ningún gobierno -ni siquiera el de Aznar que sí se mostró partidario de la autodeterminación- ha hecho los deberes con el Sáhara: pedir su devolución a la soberanía de España, pues es una provincia española usurpada, y desplegar el compromiso adquirido por España en 1963 y luego reafirmado en 1974, de tutelar –desde España- un proceso de autodeterminación.
Es normal que ante la incomparecencia de España para defender sus intereses, y ante su política dubitativa y estúpida, cargada de cobardía, EEUU haya decidido reconocer a Marruecos la soberanía sobre el Sáhara. EEUU quiere aliados fuertes y firmes, para su interés geopolítico y geoestratégico de cara al Mediterráneo y al Atlántico. España no lo es, pero Marruecos sí lo es. Marruecos se rearma a pasos agigantados y posee una indeclinable alianza con EEUU. España se desarma a pasos agigantados, no invierte en Defensa nacional y, para postre, su actual gobierno socialcomunista presenta una alianza abierta y enconada con los enemigos sudamericanos de EEUU: los narco regímenes de Venezuela, Cuba y Bolivia. Nuestra única política exterior es ejercer como enemigos de EEUU y renunciar a nuestros intereses.
Que Pedro Sánchez, Rodríguez Zapatero y Pablo Iglesias sostengan al “ampa” del socialismo “bolivariano” y condenen sistemáticamente a Donald Trump increpándolo de las formas más estruendosas, no podía tener su falta de respuesta: aranceles a los productos españoles y, ahora, la bomba de relojería que para España y nuestra integridad territorial va a significar el reconocimiento de la anexión del Sahara a Marruecos.
Desde el minuto uno en que, hace semanas, estalló la guerra entre el Frente Polisario y Marruecos, con el telón de fondo de la invasión migratoria propiciada por Marruecos sobre las islas Canarias, Pablo Iglesias apoyó al Frente Polisario, con lo cual ha cavado la tumba de la estabilidad territorial española en Canarias y en nuestro territorio nacional de Ceuta y Melilla. El podemita de Galapagar ha pedido un “referéndum de autodeterminación” para el Sáhara y lo ha hecho con plena intencionalidad: sabía que apoyando al Polisario Marruecos nos enviaría más inmigrantes y aumentaría su chantaje sobre España; sabía que EEUU rompería definitivamente con España y reconocería la anexión del Sáhara; y sabía que de este modo las islas Canarias quedaban al abasto definitivo de Marruecos. Pablo Iglesias quería empoderar el proceso de invasión inmigrante sobre España apartándonos de EEUU, y lo ha logrado.
La hora amarga que vive España como potencia sin política exterior, sin honor, sin aliados poderosos y habiéndose ganado la bofetada de EEUU y una invasión inmigrante que va a proseguir, es culpa única y exclusiva de un doble proceso histórico: la mentira y traición a los saharauis, de espaldas a Franco, en 1975; y un gobierno actual que culmina ese proceso letal al que le añade la invasión inmigrante apoyada por la izquierda para destruir la civilización europea y española.
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