22/11/2024 00:33
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Por si no fueran suficientes las decenas de miles de muertos causados en España por el COVID-19 y la mala gestión del gabinete de Sánchez&Cia, el Gobierno del Reino de España quiere acabar el año 2020 e iniciar el 2021con dos nuevas leyes, sobre la eutanasia y la educación, que, aparentemente dispares, son inconcebibles la una sin la otra, porque la primera busca matar los cuerpos de los españoles y la segunda sus espíritus.

Hace pocos días que la Proposición de ley orgánica de regulación de la eutanasia culminaba su primera etapa de tramitación parlamentaria en virtud de la cual el nuevo y pretendido “derecho a morir” aunaba la mayoría de los grupos políticos y podría convertir a España en el sexto nación del mundo y la cuarta en Europa en legalizar la eutanasia. Y sólo bajo el subjetivo pretexto de que la emergencia del valor de la autonomía personal ha modificado profundamente los valores de la relación clínica, que debe adaptarse ahora a la individualidad de la persona enferma. En una sociedad democrática, el respeto a la libertad y a la autonomía de la voluntad de la persona ha de mantenerse durante la enfermedad y alcanzar plenamente al proceso de morir y de la muerte.

Por otra parte, el 23 de diciembre el Senado debatirá la Lomloe (Ley Orgánica de Modificación de Ley Orgánica de Educación) popularmente conocida como ley Celaá, que si sufriera alguna enmienda volvería al Congreso el 29 de diciembre. Es como si el Gobierno y los partidos marxistas y separatistas que lo sostienen como se sostiene un títere, renunciaran a sus vacaciones navideñas, lo que no hicieron en verano y en plena pandemia, en su aberrante, es decir “que se aparta claramente de lo que se considera normal, natural, correcto o lícito” afán de seguir, insisto y me reitero, matando los cuerpos y las almas de los españoles.

La Ley Celaá carga de plano contra el derecho natural de los padres a educar a sus hijos -algo que debería garantizarse por el denominado cheque escolar- así como contra otros muchos aspectos vitales de la educación. Veamos algunos.

Al más puro estilo del totalitarismo soviético, la educación pública pasa a  constituir el eje vertebrador del sistema educativo, y ataca los centros concertados eliminando la «demanda social» para abrir nuevos centros o aumentar plazas, ni se podrá percibir cuotas de las familias por recibir las enseñanzas de carácter gratuito ni imponer aportaciones a fundaciones o asociaciones.

Podría pensarse que, como en España nos sobra el dinero esto es ignorar los miles de millones que la Iglesia -igual que con Caritas, los comedores sociales, albergues… como si del Cuerpo místico de Cristo no pudiera salir nada bueno- ahorra anualmente al Estado con la enseñanza concertada impartida en cientos de centros religiosos. Por eso cabe sostener que, en realidad, la LOMLOE es un ataque contra la Iglesia y la libertad religiosa. A partir de ahora lo legal será que los  valores cívicos y éticos se estudiarán en Primaria y Secundaria, con especial atención al respeto de los Derechos Humanos y de la Infancia y a la igualdad. Mientras en Secundaria se conocerá el papel social de los impuestos y la justicia fiscal ¿Y qué hay de la Religión? Pues apenas va a quedar nada porque en Primaria y Secundaria se podrá establecer la enseñanza no confesional de cultura de las religiones.

Por otra parte, se atenta contra la ética y la naturaleza y diversidad de los alumnos. Contra la ética porque frente a los Valores naturales, los citados valores cívicos imponen, como ya se sufrió con la Educación para la Ciudadanía, una cultura de la muerte, el permisivismo y el subjetivismo, donde aborto, eutanasia, inclinaciones sexuales, credo… degeneran de categorías de la razón a actos volitivos de cada individuo.

¿Y qué decir de la Historia? Por si la ley, aún en proyecto, de Memoria democrática no cercenara suficientemente derechos fundamentales como las libertades de expresión, cátedra u opinión, tergiversando y alquitarando los hechos históricos hasta el paroxismo, a partir de la nueva ley,  los alumnos deberán adquirir un conocimiento profundo de la historia de la democracia en España, que, si alguno lo entiende, le ruego que me lo explique, deberá plantearse desde una perspectiva de género.

Sin embargo tal perspectiva de género ignora que las capacidades cognitivas y perceptivas son distintas entre hombre (más teórico) y mujer (más pragmática) o que la mujer madura mentalmente antes que el hombre y se impone la Separación de alumnos por sexo, al tiempo que, ahondando en lo anterior, se va impulsar el incremento de alumnas en ciencias, tecnología, ingeniería, artes y matemáticas, y promoverán la presencia de alumnado masculino en estudios con notoria mayor matrícula de mujeres.

Más allá de lo sexual, esta ley conlleva otra fuerte injusticia para los alumnos que precisen de una educación especial. Parece que en diez años los centros ordinarios deberán tener recursos para atender alumnado con discapacidad. Las administraciones prestarán apoyo a los centros de Educación Especial para alumnos que requieren atención muy especializada. Yo sobreentiendo que hasta dentro de diez años este problema no podrá ser afrontado con los debidos recursos. Pero lo más probable y deseable es que en esta década tengamos otro gobierno de signo no distinto sino contrario, que no juegue corrompiendo a aquéllos en quienes ha de recaer el futuro de la Nación.

Por último, cualquier nación tiene su base en un credo común y en un proyecto y una lengua común. Con lo ya dicho, sobre el credo y la historia, si vamos a ocuparnos de la lengua, lo que encontramos también es desolador: El Español o Castellano deja de figurar como lengua vehicular de la enseñanza y como lengua oficial del Estado. Las administraciones garantizarán el derecho a recibir enseñanzas en castellano y en lenguas cooficiales para alcanzar un dominio pleno y equivalente, al tiempo que la asignatura de Lengua Cooficial y Literatura pasa a llamarse Lengua Propia y Literatura ¿Según eso las filologías hispánica, vasca o catalana pasarían a llamarse Filología propia?

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Este apartado atenta más contra la unidad nacional que contra la dignidad de la persona, siendo una cesión del PSOE a los partidos secesionistas. Pero este año hemos padecido públicamente, por primera vez que yo recuerde, que el Olenchero coaccione a los niños para que le escriban en esa entelequia –que nada tiene e lengua propia- que es el Batúa. Con esta politización de las ilusiones infantiles de la Navidad, bien podemos establecer un paralelismo entre el Herodes que mató a los inocentes y el Olenchero que busca matar la inocencia.

Aunque ya es una vergüenza en sí mismo el hecho de que cada partido que llega al Gobierno implante su peculiar legislación educativa, creo que he hecho un esbozo de cómo con la nueva ley del peor de los gobiernos de la democracia se va a atacar el alma de nuestros niños desde diversos frentes.

Con este relativismo antihistórico, ateo, amoral y transversalmente antropocéntrico y su deificación del hombre trajo, entre otras consecuencias, es lógico que, al despreciarse lo que el hombre tiene de espiritual, no sólo sean cada vez más hondas y profundas las diferencias sociales entre unos ricos cada vez más ricos y unos pobres cada vez más pobres, o pierdan su valor la vida humana y el sufrimiento su dignificación salvífico de ayuda a la corredención con Cristo.

Pronto llegará la Navidad, ya estamos en el cuarto domingo de Adviento, y muchos cantaremos villancicos. Me viene a la memoria con este tema el Dime Niño de quién eres… “Soy amor en el Pesebre y sacrificio en la Cruz”.

En la conciencia modernista parece antitética la dualidad amor y sacrificio. Es sólo un   fruto de las estructuras de pecado de la moderna sociedad, donde cada vez es mayor el interés de contraponer el cristianismo y el humanismo como conceptos excluyentes o incompatibles. Pero recordemos la enseñanza de San Juan Pablo II en Salvifici Doloris (1984): “Quienes comparten los sufrimientos de Cristo tienen ante sus ojos el Misterio Pascual de la Cruz y la Resurrección, en el que Cristo desciende, en una primera fase, a los límites últimos de la debilidad e impotencia humanas: en efecto, muere clavado en la Cruz. Pero si al mismo tiempo en esta debilidad se realiza su elevación, confirmada por el poder de la Resurrección, entonces esto significa que las debilidades de todos los sufrimientos humanos pueden ser infundidas con el mismo poder de Dios manifestado en la Cruz de Cristo. En tal concepto, sufrir significa volverse particularmente susceptible, particularmente abierto a la acción de los poderes salvíficos de Dios, ofrecidos a la humanidad en Cristo. En él Dios ha confirmado su deseo de actuar especialmente a través del sufrimiento, que es la debilidad y el vaciamiento del hombre”.

Y nada hay más opuesto a la verdad ni a la naturaleza humana, entendida desde Aristóteles como unión sustancial de alma y cuerpo, que esta pretendida disyuntiva “amor, Sacrificio. La creencia central del cristianismo afirma que un Dios, uno y trino, eterno omnipotente y omnisciente, se encarnó en la humilde existencia de un hombre, con la misión de redimir a la humanidad. Con palabras del evangelio de San Juan (3, 16-17) “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. Por consiguiente el cristianismo es la religión de la “Palabra de Dios”, “no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo”, como afirma San Bernardo. Así pues para que la que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas.

Esto, que a veces se hace tan difícil de entender, se aclara parcialmente desde la ciencia filológica, que nos enseña que en griego, lengua original de los evangelios  Λόγος [logos] es un término biunívoco que puede traducirse como “palabra”, en latín “verbum”, y como “conocimiento”, en latín “cognitio” pero también “scientia”. Véase el ejemplo de cuantas ciencias terminan en “-logía”. Así se comprende mejor el principio del Evangelio según San Juan 1, 1 “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.” [ην αρχή ήν ο Λόγος και ο Λόγος ήταν με τον Θεό και ο Λόγος ήν Θεός]. Por eso “Juan , 1, 14 “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” [Verbum caro factum est et habitavit in nobis].

Dios es el ser eterno y subsistente per se, no contingente ni creado, es “el ser” como se definió a Moisés “Yo soy el que soy” y, por consiguiente, la idea, el conocimiento, el Λόγος, que Dios tenga de Sí ha de ser un conocimiento generado por toda la eternidad y engendrado en la mente divina de iguales características –de la misma naturaleza o consustancial- y a este Conocimiento, se le llama Λόγος [Verbum] y se corresponde con la segunda Persona trinitaria. Con palabras de Leo J. Trese “También se le llama el Verbo de Dios, porque es la “Palabra mental” en que la mente divina expresa el pensamiento de Sí mismo”.

Desde luego, el cristianismo, en cuanto a religión revelada, es algo radicalmente divino y tanto se puede entender en Juan 18, 36 “Mi reino no es de este mundo”, como en la interpretación de San Agustín del mundo como aquello que nos aparta de Dios. Pero al mismo tiempo no puede haber mayor humanismo que el que se da en una divinidad que toma la naturaleza humana para redimir al hombre del pecado original –la soberbia- la misma que impulsó Luzbel, el Ángel caído o “príncipe de este mundo” y tentar a Adán y Eva a querer ser como Dios comiendo del fruto prohibido.

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Por ello, no es de extrañar que, ante un Dios que se revela por medio de su creación, Santo Tomás defina la teología como “Ciencia de Dios”, cuyo objeto material es Dios o las cosas en cuanto ordenadas a Dios, y cuyo objeto formal o punto de vista es desde la revelación, es decir, estas mismas cosas en cuanto reveladas. Así su objeto material diferencia la teología de las otras ciencias que estudian el fenómeno religioso pero no a Dios mismo. Su objeto formal la diferencia de la teodicea o teología natural, que estudia a Dios desde la razón natural.

Desde el pontificado de León XIII, con Rerum Novarum, y otros documentos a parte de los cuales ya hacía referencia en un artículo anterior titulado La Iglesia, los eclesiásticos y la política, el Magisterio católico viene trazando progresivamente un hilo conductor a lo largo del cual la Iglesia actualiza de forma acordemente con los tiempos, la “Doctrina social”, que hace trascender de la simple ética social o filosofía hasta una rama de la teología moral.

De los resultados de esta Doctrina la Conferencia Episcopal enseña que la Iglesia divina, madre y maestra, por su naturaleza, sabe multiplicar los talentos que recibe, produciendo, por cada euro que ingresa un beneficio cercano al  140% y que con esos beneficios, salidos en buena parte de la X que los católicos ponemos en nuestra declaración del IRPF, los católicos ahorramos al Estado, un Estado que ahora nos persigue de diversas formas, miles de millones de euros anuales en cuestiones tan básicas como atención a ancianos, pobres, enfermos, sanidad y educación, paliando las carencias de un estado donde las corruptelas y los intereses personales y partidistas han desplazado a lo que debería ser su finalidad fundamental, servir de la mejor forma posible al Bien Común de la Nación.

Si se es riguroso, partiendo del presupuesto de que el cristianismo, en cuanto a religión revelada, es algo radicalmente divino; en tanto que al mismo tiempo no puede haber mayor humanismo que el que se da en una divinidad que toma la naturaleza humana para redimir al hombre, en el actual contexto mundial de crisis tanto económica de valores de unos humanismos de raíz atea nacidos de la ilustración y del marxismo –como los que se nos quiere imponer con la LOMLOE- debe reivindicarse un humanismo sin miedo a las connotaciones, radicado en el cristianismo y derivado de la doctrina católica, a fin de  procurar que nuestra sociedad moderna sea tratada y estudiada en todas sus articulaciones sociales y políticas, para ser regenerada adecuadamente a la luz de los principios doctrinales fundados en la Revelación, en la Ley y en la Moral naturales. No es otra actitud que ésta la única consecuente y coherente, si se confiesa que Cristo Jesús ha sido dado a los hombres como redentor en quien confíen y como legislador a quien obedezcan.

Dicha soberanía  tiene una triple dimensión, en lo espiritual, en lo temporal y en lo individuos que integran la sociedad. Como enseña San Agustín, “porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos”, no deben negarse los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria. Porque, si los hombres, pública y privadamente, reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia. La regia dignidad de Nuestro Señor, así como hace sacra en cierto modo la autoridad humana de los jefes y gobernantes del Estado, así también ennoblece los deberes y la obediencia de los súbditos.

Por todo ello, un humanismo cristiano verdadero, como el que quisiera erradicar la Ley Celaá, es decir, con las debidas connotaciones religiosas y ordenado al Bien Común y respeto a la Dignidad humana, a la luz de los principios doctrinales fundados en la Revelación, en la Ley y en la Moral naturales, nunca podría admitir como legítimas “per se”, a pesar de cuales quiera consideraciones sociológicas, leyes como las que actualmente nos tiranizan y alienan en materias como el divorcio, el aborto, la concepción de la familia fuera de otros ámbitos que no sea la  familia tradicional, o actitudes socioculturales que se amparan en no se sabe qué pretendida libertad de expresión o cátedra para justificar una actitud de permanente hostilidad hacia el catolicismo, usada con frecuencia como cortina de humo para desviar nuestra atención de los desmanes y tropelías perpetrados por nuestros gobernantes contra la Solidaridad y la Justicia Social.

Concluyendo con unas palabras de Benedicto XVI en abril del pasado año: “La fuerza del mal proviene de nuestro rechazo del amor de Dios (….) Aprender a amar a Dios es, por lo tanto, el camino hacia la redención de los hombres” […] «La Iglesia de hoy es como nunca antes una Iglesia de mártires y, por tanto, testigo del Dios vivo«.

Autor

REDACCIÓN