25/11/2024 05:04
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En la actual guerra de Ucrania, el bando de Zelenski, de la OTAN y de Occidente, ha destruido el puente de Crimea para felicitar con ello el cumpleaños de Putin, y ha colgado en las redes el pavoroso incendio producido por el bombardeo junto al «cumpleaños feliz» que una deteriorada Marilyn Monroe cantó, hace seis décadas, como homenaje a su amante Kennedy. Así, con macabros sarcasmos destinados a dispersarse por las redes sociales, estos pacíficos defensores de la libertad y de la democracia entienden las guerras que ellos mismos provocan, y para las que exigen a otros que acudan a ellas como carne de cañón.

La respuesta no se ha hecho esperar y el chascarrillo mediático lo han sufrido los habitantes de la capital, Kiev, además de otras ciudades ucranianas. Pero, ¿a quién, entre los amos y esbirros del NOM, le importan las catástrofes ajenas que originan estas escaladas bélicas? Ellos ya han cumplido su programa, provocando y demonizando una vez más al enemigo.

En la pasada y devastadora guerra de Vietnam hubo algún general USA que confesó cosas de este jaez: «Nos hemos visto obligados a destruir la aldea X para salvarla». Porque los amos de Occidente, con Anglosajonia a la cabeza, siempre se han sentido salvadores. Salvadores ¿de qué?, deberíamos preguntarnos. De sus negocios, de sus intereses particulares y geopolíticos, de sus privilegios de clase.

En aquella guerra vietnamita los americanos se justificaron con la etiqueta de cazacomunistas y querían salvarnos de ellos. Ahora, aliados en la conformación de su nuevo orden con esos comunistas de los que antaño nos salvaron, además de con doctrinarios extremistas de todo tipo, tanto marxistas como sus teóricos contrarios -y sin olvidarnos de la mafia del narcotráfico-, también quieren salvarnos del terror. ¿De qué terror?, deberíamos volver a preguntarnos. 

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La respuesta correcta sería: del terror o del error de no querer acatar sus directrices y proyectos, pues en realidad estos criminales lo único que pretenden siempre es reafirmar su hegemonía. Y para ello exigen la complicidad y la financiación de unos aliados o adictos, forzosos o no. Y a los que reniegan de sus razones y rechazan la esclavitud ofrecida los obligan a ser sus enemigos.

En realidad, el uso de guerras o de drogas o de virus lo utilizan, además de para proteger sus beneficios, para mortificar, envilecer y liquidar a la población sobrante, esos millones de habitantes de urbes, campos o guetos que el Sistema ha clasificado como excedentes, y que no le sirven como productores ni como consumidores.

Hay dos fuerzas contrarias que tienden a producir grandes guerras. Por un lado, está la arrogante ambición de los fuertes; por el otro, el descontento de los menos afortunados o de los que han sido provocados por los fuertes. Y en esta tesitura sólo los más voraces defienden el pozo sin fondo de sus privilegios. Mientras, con todos los medios imaginables, se empeñan en que los demás acepten que la guerra es inevitable, y que la culpa de ella corresponde al provocado.

En la actual guerra de Ucrania –en todas las guerras actuales y futuras, las promocionadas o provocadas sobre todo por la OTAN- me gustaría ver a los hijos de los plutócratas o de sus ministros, o de sus progres y cómplices, en el frente de batalla. Quisiera que fueran ellos o sus hijos los que detuvieran con su pecho las balas, los que se vieran en la tesitura de masacrar a otros como ellos, mientras los miran a los ojos, defendiendo sus ideales. Pero, no; si los veo es haciendo o proyectando negocios, o repartiéndose el dinero de sus lóbis, en nombre de una paz abominable, por ficticia, que quieren construir sobre la sangre inocente derramada, en aras del sufrimiento de sus despreciados prójimos.

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Ellos y sus hijos son mercaderes y tienen linaje de mercaderes; y siempre, entre los de su naturaleza, ha existido el culto por la sangre y por las divinidades sanguinarias. Y son, además, mentirosos, y cobardes y traidores, como todos quienes los apoyan, en especial sus esbirros políticos y mediáticos globalistas, que justifican o fomentan la barbarie que sus amos iniciaron.

Luego, sus perros de presa camuflados, sus minadores o intelectuales áulicos, su ralea de incondicionales se permiten llamar cegatos a quienes denuncian la tragedia, a quienes les acusan por el terrible engaño sobre el que se alza el holocausto. Porque los patronos y sus embozados saben que, ausente la sociedad de justicia, el poder nunca se equivoca, y que la sangre que ellos directa o indirectamente derraman sirve para construir esa paz impostada que a ellos les hace más poderosos, más impunes en su perversión.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.