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José María Gabriel y Galán es un destacado poeta español que nació en la localidad de Frades de la Sierra, Salamanca, en 1870, hijo de campesinos que se dedicaban al cultivo y cuidado de la tierra y la ganadería.

     Poseedor de una profunda convicción religiosa, residió en su comunidad de origen hasta los 15 años. Después, se trasladó a la capital Salamanca donde prosiguió estudios y se graduó de maestro.

     Era un hombre sabio, pues conocía que lo esencial y verdaderamente importante iba más allá del artificio y las presuntas modernidades, especialmente las urdidas en torno a hipocresías y vaivenes de egoístas autómatas.

     Falleció en 1905 y la casa en que residió al momento de su muerte, se conserva como museo con algunas de sus pertenencias.

     Cuando contrajo matrimonio, experimentó un cambio en su enfoque poético y técnica poética, escribiendo sobre temas raciales, retratando la vida de los humildes, reprobando la pena de muerte, y es de esa época es “Fe”, el poema que tiene hoy mucha más vigencia que cuando se escribió hace ya mucho tiempo, cuando, en teoría, España estaba mucho mejor que ahora en muchos sentidos, representa el auténtico dolor de los españoles que ven a su patria postrada y malherida. Para mí este poeta ha sido un descubrimiento nuevo, y espero que ponga en su boca las impresiones que, como yo, otros patriotas tenemos.

    Y ha sido el poeta que inevitablemente ha tornado en oración el final de sus versos o, mejor dicho, todos sus versos han acatado siempre la voluntad divina, reconfortándose con la auténtica resignación cristiana, que lejos de todo panteísmo a lo clásico se hacen adoración y acción de gracias a lo creado.

    De toda su vida orientada a Cristo nació ineludiblemente el hombre-poeta-social y el poeta cantor de la familia. Me refiero someramente a este segundo aspecto, para abordar por último la cuestión social.  De entre los temas inagotables de su poesía, la familia se nos acerca entre sus versos como una constante envidiable y dulce; aquí y allá, donde menos se espera, apareciendo la alusión a un padre, a un hermano, a un hijo o a un abuelo. No en vano la madre y el campo hicieron al poeta, porque en todas las pequeñeces de lo doméstico, nacen las grandezas del hombre:  el sentido religioso, el amor, la fecundidad que sacude a la muerte…

    Los hermosos versos de “Fe” rebosan de verdad, razón, dolor por todo el daño y la traición, impune, queja por la desviación religiosa de la patria…, sentimientos puros de amor a España y su pueblo, que conmueven el corazón y elevan el alma de los patriotas, implorando a Dios nuestro Señor por la Patria….

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   Y, sin más comentario, a continuación, transcribo el poema “FE” de José María Gabriel y Galán:

 

:

 

                                            I

                   ¡Señor! ¡Mi patria llora!

            La apartaron, ¡oh Dios!, de tus caminos,

            y ciega hacia el abismo corre ahora

            la del mundo de ayer reina y señora

            de gloriosos destinos.

           

               Hijos desatentados,

            que ya la vieron sin pudor vencida,

            la arrastran por atajos ignorados…

            ¡Señor, que va perdida!

            ¡Que no lleva en su pecho la encendida

            luz de tu Fe que alumbre su carrera!

            ¡Que no lleva el apoyo de tu mano!

            ¡Que no lleva la Cruz en la bandera

            ni en los labios tu nombre soberano!

            ¡Señor! ¡Mi patria llora!

            ¿Y quién no llorará como ella ahora

            tremendas desventuras,

            si fuera de tus vías

            sólo hay horribles soledades frías,

            lágrimas y negruras?

           

               ¿Quién que de Ti se aleje

            camina en derechura a la grandeza?

            ¿Ni quién que a Ti te deje

            su brazo puede armar de fortaleza?

           

               Solamente unos pocos pervertidos,

            hijos envanecidos

            de esa Madre fecunda de creyentes

            pretenden, imprudentes,

            alejarla de Ti: son insensatos;

            olvidan tus favores: son ingratos,

            desprecian tu poder: están dementes.

           

               Pero la patria mía,

            por Ti feliz y poderosa un día,

            siempre te ve, Señor, como a quién eres,

            y en Ti, gran Dios, en Ti solo confía;

            que es grande quien Tú quieres,

            fuerte quien tiene tu segura guía,

            sabio quien te conoce,

            ¡y feliz quien te sirva y quien te goce!

           

               ¡Señor! ¡Mi Patria llora!

            Ebria, desoladora,

            la frenética turba parricida

            la lleva a los abismos arrastrada,

            la lleva empobrecida…,

            ¡la lleva deshonrada!…

           

               ¡Alza, Señor, tu brazo justiciero,

            y sobre ellos descarga el golpe fiero,

            vengador de sus ciegos desvaríos!…

            ¡No son hermanos míos

            ni hijos tuyos, Señor! ¡Son gente impía!

            ¡Son asesinos de la patria mía!

           

 

                              – II –

               ¡Señor, Señor; detente!

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            ¡No hagas caer sobre la impura gente

            el rudo golpe grave

            de la iracunda mano justiciera,

            sino el toque suave

            de la mano que funde y regenera!

           

               Y a Ti ya convertidos,

            los hijos ciegos a tu amor perdidos,

            aplaca tus enojos,

            la noche ahuyenta, enciéndenos el día

            y pon de nuevo tus divinos ojos

            en los destinos de la patria mía.

           

               ¿No es ella la que hiciera

            con los lemas sagrados

            de la Cruz y el honor una bandera?

            ¿La que tantos a Ti restituyesen

            pueblos ignotos de tu fe apartados,

            que con sangre de intrépidos soldados

            y con sangre de santos redimiera?

           

               ¿Y Tú no eres el Dios Omnipotente

            que quitas o derramas con largueza

            gloria y poder entre la humana gente?

           

               ¿No eres prístina fuente

            de donde ha de venir toda grandeza?

            ¿No eres origen, pedestal ingente

            de toda fortaleza?

           

               ¿No es toda humana gloria

            dádiva generosa de tu mano?

            ¿No viene la victoria

            delante de tu soplo soberano?

           

               ¡Señor, oye los ruegos

            que ya te elevan los hermanos míos!

            ¡Ya ven, ya ven los ciegos!

            ¡Ya rezan los impíos!

            ¡Ya el soberbio impotente

            hunde en el polvo, ante tus pies, la frente!

            ¡Ya el demente blasfemo, arrepentido,

            cubre su rostro, el pecho se golpea

            y clama compungido:

            «¡Alabado el Señor; bendito sea!»

           

               Y los justos te aclaman,

            alzando a Ti los brazos, y te llaman;

            y porque España sólo en Ti confía,

            al unísono claman

            todos los hijos de la Patria mía:

           

               ¡Salva a España, Señor; enciende el día

            que ponga fin a abatimiento tanto!

            ¡Tú, Señor de la vida o de la muerte!

            ¡Tú, Dios de Sabahot, tres veces Santo,

            tres veces Inmortal, tres veces Fuerte!…

 

 

    

 

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