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Los pemanianos, si los hay, que lean este artículo recordarán aquel memorable de don José María, publicado en una tercera de ABC, el 19 de abril de 1970, con el título de El catalán: un vaso de agua clara.
Hagamos un poco de historia. Finales de los 60. El Institut d’Estudis Catalans promueve una campaña para incentivar la enseñanza del catalán, especialmente en las escuelas. Detrás hay numerosas organizaciones, entre ellas, Òmnium Cultural (¿les suena?). La misma Diputación de Barcelona ofrece cursos a aquellos ayuntamientos que lo soliciten. Uno de los líderes de aquel movimiento es Josep Benet, que luego tendría un papel activo en la transición y sería nombrado por D. Juan Carlos I senador real en las primeras cortes del nuevo régimen. En general hay un amplio movimiento, propiciado también, sin duda, por los aires de apertura que soplaban en el Franquismo. No faltan, dentro del mismo régimen, los que se ponen en guardia. El filosofo y procurador en cortes Adolfo Muñoz Alonso, en el debate sobre la Ley General de Educación, la conocida como ley Villar Palasí, dice: “mucho cuidado con creer que la lengua es sólo vehículo a través del cual los hombres se comunican, porque también a través de ella se filtra el alma y, a veces, los virus para el alma». Los promotores del catalán, en este debate, buscan una personalidad intelectual de prestigio que pueda apoyar su causa. Llegan al escritor gaditano, que escribe y publica esta citada antológica pieza del periodismo español.
Hay que leer este artículo (¿habrá muchos miembros de nuestra clase política que sepan de su existencia?), primero para disipar telarañas mentales y disolver tópicos como “Pemán escritor oficial del Régimen”, etc., y para que se conozca la altura intelectual, la amplitud de criterios y la dimensión moral de su obra.
El artículo de Pemán tiene su marca personal (transparente rigor intelectual, toques de ironía y el fundamento de una vasta cultura y un amplio conocimiento de hombres y cosas). En el texto argumenta de una forma impecable. Frente a los que ven el catalán como un portador inevitable de virus malignos, Pemán afirma que el problema del catalán, en realidad, es “considerarlo un problema”. La lengua catalana es un hecho primario, histórico, cultural. Está ahí desde hace muchos siglos. Es la política la que problematiza y crea polémica de un hecho que, en su misma naturaleza, tiene poco que ver con la política. Es -dice Pemán- “una realidad evidente y biológica”. No tiene sentido prohibir el catalán para evitar que en ese idioma se puedan transmitir ideas peligrosas. Esto es lo que Pemán llama “soluciones absolutistas”. Y aquí don José María saca su gracia gaditana: “Dios prohíbe el adulterio, pero no prohíbe, curándose en salud, que salgan las mujeres a la calle”.
Es la política la que irrumpe en este campo de lo natural y espontáneo para distorsionar la realidad con sus prejuicios y apriorismos. Pemán, como buen conservador, tiene cierta desconfianza instintiva hacia la política, de la que hay que hacer uso en su justa medida, pero sin ahogar las realidades sociales, religiosas, culturales que los siglos han destilado y que las ideologías no deben violentar.
Para él la diversidad de lenguas es una suma, un enriquecimiento para el común patrimonio. ¿Lengua o dialecto? “Se es lengua -escribe con lógica aplastante- cuando se tiene alojada con sus palabras una gran literatura”. Y cita algunos nombres ilustres: Curros Enríquez, Rosalía de Castro, Verdaguer, Maragall, Sagarra. Termina el artículo de forma contundente y lírica: “Hablar o leer o aprender catalán es un hecho simplicísimo. Se trata de beber un vaso de agua clara”.
Desde que se escribieron estas palabras, han pasado por nuestra nación más de medio siglo y un montón de avatares históricos. Quizá pocos podían entonces imaginar que en la España de 2022 el español sería un idioma perseguido sin ningún disimulo, casi borrado de la escuela y de la administración en algunas regiones; que se produciría una censura casi totalitaria, que hace que muchas personas abandonen la tierra donde trabajan, que muchos niños en la escuela se vean marginados o señalados, que funcionarios competentes vean peligrar su promoción o su mismo trabajo; que se multe a comerciantes que rotulan sus negocios en español. Y un largo y doloroso etcétera.
Y, sin embargo, volviendo al límpido argumento del maestro gaditano, el español (o castellano, como algunos lo llaman) no es un hecho político, no es la lengua de ningún régimen ni partido; no es el vehículo de determinadas ideas políticas. Es algo muy simple: el idioma en el que piensan y hablan millones de personas. Podríamos reescribir el artículo de Pemán cambiando, en el título, “catalán” por “español” y, en los ejemplos literarios, a Verdaguer, Maragall, Sagarra, por (entre multitud de opciones) Cervantes, San Juan de la Cruz y María Zambrano.
Es triste comprobar que los españoles, condenados como el pobre Sísifo, seguimos dando vueltas a los mismos problemas con las mismas torpezas. Y, sin embargo, hablar o leer o aprender español es un hecho simplicísimo. Se trata de beber un vaso de agua clara.