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Era un 14 de julio de 1986. Un Destacamento de la Guardia Civil llegaba a la Plaza de la República Dominicana, a primera hora de la mañana, cuando quedó reventado en la misma plaza. En ese momento cambió la vida por la muerte de doce de sus integrantes, y la vida útil por graves lesiones incapacitantes para otros muchos. Eran jóvenes de entre 18 y 25 años, algunos casados, y de entre ellos algunos recientes padres. El Destacamento salió de la Escuela de Tráfico de Príncipe de Vergara, con una mañana luminosa en el estío madrileño acompañada de risas y bromas gastadas entre sinceros compañeros, y algunos verdaderos amigos, que eso lo da el uniforme y la camaradería.

Por sus cabezas no pasaba la idea de la realidad que habrían de sufrir. El comando España de ETA-MILITAR les había preparado un atentado. Ese se dijo y se dice aún, que fueron víctimas de un atentado. Yo digo que un verdadero acto de guerra, no solo por la brutalidad del mismo, sino por la condición aceptada por ETA de un carácter militar. Frente a este acto de guerra el Gobierno de aquel entonces, el de Felipe González, dio como única respuesta la mera actuación policial. Un Gobierno de la verdadera España no hubiera dudado en hacer frente a esa ETA-MILITAR con fuerzas militares, como LA LEGIÓN, la BRIPAC, la INFANTARÍA DE MARINA y la propia GUARDIA CIVIL.

Meses adelante llegaron a mi Despacho algunos de estos jóvenes, buscando un asesoramiento que, por aquel entonces, no daba la Guardia Civil ni el Ministerio del Interior. Asesoramiento relativo a las indemnizaciones económicas correspondientes, así como la solicitud de la Medalla de Sufrimientos por la Patria, al que a uno de ellos, el entonces Narcís Serra, Ministro del Ministerio de Defensa del PSOE (y que no hizo el Servicio Militar), le negó la misma, lo que me obligó a recurrir tal decisión para, finalmente, serle reconocida. Mi identificación con estos jóvenes Guardias fue inmediata, no solo porque nos unía el mismo amor a la Patria, sino porque muchos de mis compañeros de LA LEGIÓN pasaron luego a engrosar las filas de tan Benemérito Cuerpo. Todos a los que conocí el acto de guerra de ETA les truncó su carrera en la Guardia Civil, pues todos pasaron a retiro por incapacidad permanente derivada de las secuelas físicas y psíquicas que sufrieron. Que sufrieron en sí mismos, pero también las sufrieron sus padres, sus esposas, sus hijos.

Recuerdo que me referían no sufrir dolor personal, sino dolor por los compañeros muertos, algunos destrozados, no tener conciencia -en los primeros momentos- de qué había pasado. Cómo buscaban sus armas para repeler el ataque, y ver que estas se habían desintegrado, pues en aquella época ya se había hecho entrega del CETME L, que a diferencia del CETME C, estaba compuesto prácticamente de plástico.

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Con el devenir de los años cada uno de nosotros hemos seguido nuestro camino y desconozco, en la actualidad, sus vicisitudes. Pero a buen seguro que, ante la continua rendición de los sucesivos gobiernos a ETA, y ante las noticias actuales del compadreo habido entre Instituciones Penitenciarias y aquella, favoreciendo un relajamiento a su prisión junto con un acercamiento a prisiones cercanas a los domicilios de sus familias, pensarán que estamos en un mundo de locura. Como lo pienso yo, puesto que quien se supone que tiene la obligación de hacer cumplir la Ley, no lo hace. Se habla del “rigor de la Ley”, pero no hay rigor, como tampoco Ley.

No entiendo que haya que comprender a los condenados de ETA, como tampoco a sus familiares. Porque bastante es que se libraron de la pena de muerte, castigo del que la sociedad, más aún, el Estado tiene legitimación de hacer uso. Como se libraron y libran de una cadena perpetua de por vida, para, como la mayoría de los integrantes del comandado España, estar ya libres. Libertad a la VIDA que negaron a doce jóvenes cargados de un futuro lleno de ilusiones, y libertad para VIVIR dignamente que negaron a los que sobrevivieron.

Los integrantes del comandado España fueron condenados a un total de 14.694 años de prisión, entre todos ellos. ¿De qué han servido estas condenas? De nada. En el castigo se piensa en la redención del autor del delito, pero en este caso, no estábamos hablando de un delito, sino de un acto de guerra y, como tal, debió darse la adecuada respuesta militar. Pasarán esos 14.694 años como árido polvo sobre las víctimas, pero no han pasado ni 40 años y los asesinos continúan sus vidas, a los que se les montan recibimientos de héroes que no son cortados de raíz por el Estado, sino que son cubiertos bajo consejos de moderación para que no salte la alarma social. Alarma que, desgraciadamente, no salta ni saltará porque nuestra sociedad actual ha devenido en un estado de adormecimiento tal que, aun sin pasar 14.694 años el polvo, sobre la tierra toda, nos ha hecho olvidar las tumbas y la sangre de nuestros muertos.

Autor

Luis Alberto Calderón