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Todos tenemos, en nuestro más antiguo recuerdo infantil, la imagen de aquel precioso arcoíris que contemplamos por primera vez cuando, un día lluvioso, íbamos al colegio. Y  cuando el maestro nos explicó cómo se formaba; y, un poco después, entendimos lo de la refracción, la ·»gota de agua», etc… 

Aquellas bellas imágenes, nos han acompañado toda la vida, y las hemos admirado y reconocido como  manifestación de la grandeza de la naturaleza y -o- del generoso poder de Dios. 

Esa belleza, esa grandeza gratuita, fue rápidamente  reconocida como símbolo  de la paz, enfrentada a los agresivos colores guerreros. Y comenzó en Italia, como protesta por la primera guerra del Golfo, con miles de «arcoíris» en los balcones… 

Y ese símbolo se ha mantenido , en su ingenua belleza, hasta ser «secuestrado» por el poderoso «lobby» LGTBI , cuyas siglas representan a muchos, muchas y «muches»   con  tendencias y comportamientos sexuales  respetados por las leyes, pero entre los que no están representados los que son considerados «la norma» , (hetero, nos llaman ellos). 

No puedo imaginar lo que mis  nietos pensarán cuando, al ir al colegio, vean su primer arcoíris, pero dudo que reconozcan un símbolo de paz, de belleza, de grandeza de la naturaleza , y del poder benévolo de Dios. 

Mi esperanza está en que en el arcoíris reconozcan el color «celeste», símbolo de pureza ; color que ha sido suprimido- obviamente- en la bandera LGTBI. 

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