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La plebe, que en la antigua Roma era la clase ciudadana distinta de la patricia, adoptó después la noción de pueblo, es decir, aquellas personas sin título de nobleza, o de jerarquía o posición económica especial.  Pero como lo que es susceptible de degradarse, acaba degradándose, ahora, despojado el concepto de su primitivo decoro, se emplea despectivamente para referirse al populacho, a la chusma, es decir, a esa parte del pueblo considerada como gente ausente de valores cívicos e, incluso, soez y despreciable.

Lo preocupante es que dicha clase, en España, haya crecido hasta sobrepasar el 70% de la ciudadanía. La plebe -no el sufrido pechero, el esforzado y estoico pueblo llano- es insensible por naturaleza, y si la duda o el escepticismo pueden hacer sabios, es seguro que la insensibilidad hace monstruos. Por eso, lo preocupante es vivir en un país en el que siete de cada diez habitantes tienen una preparación cívica, moral o cultural deforme.

De ahí que no sea casual que en los últimos tiempos el Diablo haya elegido a España como patria, y si alguien lo duda, sólo tiene que usar los ojos para ver y los oídos para oír. Por amplia que sea la duda del indeciso, por dilatada que sea su incredulidad en este aspecto, es seguro que, aunque no se ponga antiparras en las orejas, va a desayunarse día a día con unos cuantos acontecimientos escandalosos y degradantes, reveladores de una atmósfera mefítica y de la actitud acrítica e insolidaria de la muchedumbre.

Una nación que se ha distinguido a lo largo de su historia por las virtudes de su raza, por su vigor espiritual y por la fortaleza de sus raíces, ha sido elegida por el NOM para sus ingenierías sociales, no por casualidad, sino porque su plebe y sus políticos han hecho de ella una guarida de zorros, un receptáculo de ladrones y criminales, una topera de separatistas, una oficina de monederos falsos y un escondite de traidores. Un país en el que, casi sin excepción, los que menos valen y los que más demencia y delitos arrastran son los que llegan más alto.

Los mastines del NOM -que sobreviven a expensas de la plebe- saben perfectamente que según los gobernantes, así sus gobernados, y se dedican a alimentar a sus cabilderos y mandarines a la manera de los tiranos y de los malos abogados: con el sudor y la sangre de sus súbditos y de sus defendidos. Este NOM y sus esbirros odian a los que quieren ser libres, y su moral consiste en no tener moral. ¿Y cuál es la reacción de la mayoría de españoles ante la befa y el desprecio del Sistema a nuestra historia y a nuestra libertad? No otra que la humillante aceptación o el indigno silencio.

El PSOE, uno de los instrumentos de tal Sistema, ha sido durante muchos años el partido político de la burguesía financiera española más «moderna», aquella que, tras la muerte de Franco, comprendió que los modelos del franquismo habían quedado obsoletos o, si no, había que disfrazarlos y mostrarlos como arcaicos y desusados.

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Y tras convenir que la única ideología funcional en España sería la que lograra enmascararse bajo una aseada etiqueta de legitimidad democrática, se dedicaron a pergeñar y a financiar un PSOE fraudulento, que jamás había asomado la cresta durante los años del franquismo, a la espera de tiempos mejores para retomar su corrupción y radicalidad.

El acceso al poder de la oligarquía socialfelipista se nos vendió como un gran hito histórico, pero en pocos meses nos dimos cuenta de que aquel influyente prototipo resultaba insufrible para cualquier progreso verdadero. En lo social, en vez de incidir en los valores de la responsabilidad y del esfuerzo, se ensalzó el subsidio y la vida disoluta y se subrayó la imagen de un ser humano arrogado de derechos, obviando a propósito que nuestros derechos acaban donde comienzan los del prójimo.

Y en cuanto a la economía, lejos de enfocarse hacia la productividad, se volvió esencialmente especulativa y, por ello, incapaz de competir, salvo excepcionales casos dentro de cada sector; en consecuencia, el déficit comercial se hizo insoportable, sobre todo por su permanente incremento, abocándonos a una crisis de insospechadas consecuencias, como así ha venido acaeciendo sucesivamente. 

Y el remedio no estaba en «enfriar la economía», como solían recomendar los expertos cortesanos, ni en retirar el dinero circulante congelando salarios o disminuyendo los créditos. No, la medida correcta pasaba por enfriar las engañosas expectativas socioeconómicas, acabar con la disolución moral y el compulsivo y estéril consumismo que nos convertía en una nación alegre y confiada, vacía de valores, y a sus habitantes en ciegos hacia el abismo.

Pero nunca regresamos a la cultura de la austeridad, del ahorro y del esfuerzo, sino que seguimos trovando como cigarras y escuchando los cantos de sirena de aquellos que ya habían trazado su hoja de ruta, que era la de convertir a los españoles en babosas con mascarilla. Y todo porque a la estrategia socialista les iba el negocio en el triunfalismo ficticio, en proclamar engañosamente a través de su propaganda que ellos representaban una época de esplendor y habían sido la panacea que España necesitaba para salir del pozo

Y contra toda razón, contra todo sentido común, y contra toda verdad histórica, aquella hojarasca, aquel autobombo, dio sus frutos con la complicidad de las Instituciones -todas- y de los Medios de Información, que paulatinamente fueron plegándose a los poderes fácticos, contribuyendo así a alimentar la vacua jactancia, el ignominioso engaño, el nuevo derrumbe programado por el perenne rencor de la antiespaña.

Por eso, aunque ahora algunos traten de hacernos olvidar aquellos años pútridos, blanqueando incluso a la oprobiosa X, la realidad dice que el socialfelipismo fue el germen que ha fructificado en esta irrespirable actualidad socialcomunista, pues consistió en hacerse soluble en las instituciones para manejarlas desde dentro, nunca para ser manejado por ellas. Se trataba de conservar el poder, aún sin la necesidad de estar en el poder. Algo que ha sido una constante durante la nefasta Transición.

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De este modo, una parte de la nación alegre y confiada va a descubrir en pocas semanas – si no lo ha descubierto ya- que el melocotón tiene hueso, topándose al cabo con el horror de su degenerada clase política -elegida y reelegida a pesar de sus taras, o gracias a ellas-; una casta que nos ha llevado a una crisis profunda en la forma y en el fondo, que puede resumirse en la desunión nacional, en la catástrofe económica y sanitaria, y en la pérdida de la libertad, no sólo política.

Aquel crecimiento económico de los tiempos felipistas, no por pregonado menos artificioso, se ha ido por las alcantarillas hace ya muchos años. Y la orfandad económica ha hecho más evidente la resaca causada, un callejón sin salida en el que estamos atrapados pagando un precio ético y unas consecuencias socioculturales gigantescas.

No sé hasta cuándo la colectividad anestesiada va a seguir instalada en el engaño absoluto, incapaz de lanzar un solo grito o, si se prefiere, un solo balido; pero lo que hay que proclamar alto y claro, hasta que se despierte, si es que algún día lo hace, es que a España fue Franco quien la sacó del pozo después de dos siglos de incuria rematados con la envenenada guinda del criminal frentepopulismo republicano, y que lo llevó a cabo con firmeza, inteligencia y patriotismo.

Y recordar que, aunque en el tenebroso subconsciente de las izquierdas resentidas permanezca bien vivo, como una maldición que los persigue, ya hace casi medio siglo que Franco ha muerto, dejándonos un legado modélico; y que, siguiendo la constante histórica que define al socialcomunismo autóctono y a sus cómplices, han sido sus sucesores en la jefatura del Estado y en el Gobierno los que han vuelto a precipitar a España en los infiernos, convirtiéndola de nuevo en una nación en ruinas, irrelevante y desmoralizada. Una tierra empobrecida y descompuesta, pasto de diablos.

O acabamos con esta cuadrilla de dementes y delincuentes, o ellos acabarán con nosotros.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.