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Leo con admiración la nota q ue mi colega y amigo Guillermo Mas Arellano publicara el pasado 10 de junio en este diario. “Adiós al mundo de ayer” se intitula, en clara alusión al libro exquisito que Stefan Zweig publicara como síntesis de su vida y de un tiempo que, en 1941, ya resultaba clausurado por el horror de la guerra. La Viena que había dado a un cúmulo de intelectuales de resonancia mundial – al menos, occidental – esa Viena que habían construido la tolerancia y el ecumenismo de Franz Joseph, la Viena de Freud y de Wietgenstein, de Kokoshka y de Roth, de Klimt y de Strauss, de Wedekind y de von Suppé había sucumbido bajo las garras miserables de los políticos franceses que odiaban y celaban a la capital de la Mitteleuropa por sus logros, pero, ante todo, por su monarquía tradicional de raíz católica y de dominio supra nacional – quizás el último bastión de un legado Habsbúrguico que recordaba los felices tiempos de Carlos V, en que las vocales eran su divisa: A E I O U, es decir “Austria Est Imperare Orbi Universo” (El destino de (los) Austria es gobernar el universo) -.

La escena en la que Zweig relata la salida del último emperador en un tren que lo alejará para siempre de su patria llena de tristeza a quien siente que con él se va, no sólo el trono de un rey – o emperador, en este caso – sino el punto de confluencia de una Europa que todavía danzaba bajo ciertos carriles de tradición, que se había armado para defender su raíz histórica – que los Habsburgo apoyaran a los carlistas españoles  en el siglo XIX no debe asombrarnos – frente al planteo republicano de una Francia infestada de iluminismo y, por ende, de secularización liberal, aupados ambos en el capitalismo sin fronteras de la isla imperialista triunfante en 1918. Europa, sus valores tradicionales, su grandeza épica y su gloria jurídica murieron en ese conflicto que vio perecer a la última ecúmene de la belleza y la convivencia, sin que exageremos en esto, puesto que bien sabemos que el mismo Freud tenía en su escritorio el retrato de Franz Joseph como veneración, porque el soberano había defendido la cátedra que el judío vienés había estado a punto de perder por esas rencillas que nunca faltan.

Cita Guillermo a Zweig: “su lucidez pasma: haciendo una reflexión aún válida para las puertas del siglo XXI. De hecho y como él mismo reconoce:Pero si con nuestro testimonio logramos transmitir a la próxima generación aunque sea una pavesa de sus cenizas, nuestro esfuerzo no habrá sido del todo vano”. La tradición, que no se trata del velatorio de un cadáver sino de la transmisión de una antorcha encendida que ilumina hacia el futuro, requería de un sacrificio, que el escritor austríaco consideraba su última contribución para que este mundo no fuera el matadero que terminó por ser, haciendo una paráfrasis de una frase de la película “Gran Hotel Budapest”. Todo lo que aún permanecía en cierto equilibrio en la Europa aún no dominada por las ideologías, fue malvendido por los ideólogos de la paz versallesca de 1919.

¿Y esto en qué puede motivar a los españoles, me dirán ustedes? Desde mi humilde lugar en una república periférica de América del Sur, siento que esa tradición dormida puede despertarlos, queridos españoles, para que se levanten del letargo miserable al que los obligan sus acuerdos con una Europa condenada a la muerte de sus tradiciones. Aquí, en el patio trasero de la gran potencia ganadora del siglo XX, aquí, donde se nos mantiene encapsulados en los nacionalismos de campanario, como dice mi compatriota Marcelo Gullo; aquí, donde se ha probado todo el materialismo ideológico del siglo XVIII francés y del positivismo del siglo XIX que nos ha escondido nuestra raíz hispana, aquí, muchos esperamos y bregamos porque España – y por qué no la solitaria Italia – las dos naciones del mediterráneo greco latino que tanto nos han legado, comiencen su camino de unidad con sus antiguas provincias, para recorrer un futuro común, que salde heridas fabricadas por la propaganda anglosajona, y nos reencuentre en un imperio común. El primer paso: la batalla cultural. Dejar atrás la oscura dialéctica del nacionalismo y sus progresismos de agenda. Separarse de la Europa mórbida, vacía de trascendencia, que odia lo hispano y lo latino en general, que los subyuga con el falso confort (palabra no hispana, tan afín al espíritu burgués) del crédito en cuotas, para acceder al cartón pintado de un paraíso donde se consume todo para lograr un instante de placer artificial. Y finalmente: crecer juntos, sin las taras de la impotencia que nos imponen sus mercados ávidos de nuestra pusilanimidad. Hispanoamérica también está sometida. Maastricht, Bruselas, su agenda autoinfligida, no son la esperanza de u futuro grandioso en torno de un pasado que debe enorgullecerlos. Tampoco lo es, para estas tierras desgajadas de su pertenencia, el sometimiento a la arbitrariedad yankee. La antorcha está encendida. Sólo espera que un brazo altivo la empuñe, y que seamos dignos de reverdecer el imperio que nos cobijó por tres siglos. Si no, seguiremos siendo colonias.

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Me atrevo a proponerles esta quijotada porque, así como en su momento, Don Miguel de Unamuno habló de “españolizar a Europa”, hoy el destino de España, si no quiere ser el furgón de cola de la Unión Europea, está unido a Hispanoamérica, a la que no hará falta españolizar, pues ya lo es. Sólo se trata de romper un documento falso, y quitar el polvo del verdadero documento de identidad. En cuanto a nuestros “estadistas”… ya habrá tiempo de demostrarles que lo que está vivo no es su desconcierto, sino nuestro convencimiento.

Guillermo cierra su nota con estas palabras: “Europa se encuentra a merced de los ataques exteriores, sí, pero hay algo peor: que va camino de vivir de las limosnas arrojadas por nuevas latitudes emergentes, como un gran museo conservado en formol a modo de parque temático veraniego del pasado para un mundo frenético orientado hacia el futuro. Quizás sea debido a que, por primera vez desde el nacimiento de la cultura griega clásica los europeos vamos a estar muy lejos del epicentro de la acción y de las decisiones, despojados ya de una identidad fuerte y definida acorde a las posibilidades políticas, económicas, culturales y tecnológicas reales. Veremos los toros desde la barrera de la irrelevancia, el miedo y el hastío. Es nuestra miseria: la que hemos heredado como signo de los tiempos; la que merecemos como traidores de la tradición europea. Esa será nuestra miseria.” Quizás sea así, como vos decís, querido Guillermo. Aunque me atrevo a recordarte que la cultura europea, su legado, su levadura que une jerarquía y libertad, heroísmo y hermandad, grandeza y caballerosidad no deben esperarse de los vecinos geográficos. Sino de los hijos, de aquellos que esperan crecer junto a su madre nutricia. Es hora de que España vuelva a América.

Autor

REDACCIÓN