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La crisis del pensamiento crítico en el marco pandémico y el avance del poder de las elites globalistas es una evidencia. Algunos hablan ya de Turboglobalismo, como fase superior del capitalismo posmoderno. La mayoría abrumadora de los llamados formadores de opinión, analistas y periodistas de los medios de comunicación han acordado una alianza planetaria de discurso único, instalando una narrativa dominante con la televisión como instrumento aún preponderante.
Nadie niega la importancia de la revolución tecnológica digital, cualquiera que sea la versión de la misma en el marco de la actual Revolución Tecnológica Industrial. Sin embargo, la televisión con sus telediarios y magazines de tertulia política, tienen el mayor peso en la construcción del relato único y políticamente correcto, ya sea en directo por las vías convencionales o retransmitidos y adaptado en internet.
Las redes sociales en manos de empresas privadas conocidas como Big Tech y sus popes dueños y desarrolladores han sido integrados en el proyecto de poder global conocido como Globalismo. Nadie escapa a su influencia e incluso a la necesidad de su utilización. Esto es evidente en el uso de las aplicaciones en un teléfono móvil usadas para comunicarse, ya sea por una abuela en una residencia con sus hijos y nietos, o un pijoprogre, yonqui del like, para enseñar sus ocurrentes memes antifascistas, progresistas e inclusivos, entre su legión de aduladores. Y las redes sociales las controlan ellos, los más poderosos, los dueños del poder tecnológico y financiero que marcan el rumbo del poder político supranacional, ahora ejerciendo la censura como antes lo hacían los Estados.
El mensaje global dice que hoy la pandemia está descontrolada -después de un año de la aparición del Covid-, con el efecto montaña rusa en número de afectados y restricciones y con la transmisión comunitaria desbocada. El miedo y la incertidumbre del discurso mediático han generado en la población el pánico y la petición del confinamiento total. Han conseguido que la perdida de derechos y libertades se truequen por la teórica seguridad y la salvación de la muerte con la implementación de las fracasadas decisiones políticas durante las primeras oleadas, sumando ahora la esperanza de las diferentes vacunas redentoras.
En esa narrativa dominante que lo abarca todo, impulsada y aceptada mundialmente por el organismo de poder burocrático supranacional por excelencia, las Naciones Unidas y su Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, se ha convertido en el catecismo de la población mundial sin siquiera saberlo a nivel consciente. En las escuelas, ya sean públicas, concertadas o privadas, laicas o confesionales, los niños repiten de memoria los 17 objetivos como si se tratase de un mandamiento o ley divina. Por diversos motivos no hay reacción ante la totalitaria imposición curricular. El pensamiento crítico ha muerto, como Montesquieu y la división de poderes, pasando de la Modernidad y Posmodernidad a la Turbomodernidad global.
Desde comienzos del 2020, pandemia y virus mediante, hemos visto y sufrido el establecimiento de un estado de excepción epidemiológico que permanece vigente y que va cobrando fuerzas. La pandemización de la sociedad trajo la excepcionalidad convirtiendo la pandemia en permanente. Así se volvió una peste sin fin y se eternizó en el miedo. Nadie tiene idea de cuando acabará y, si ello sucediese, tampoco se asegura que se retomará en algún momento la vida social anterior al virus chino. Si la pandemia es permanente, el estado de excepción epidemiológico y la infinita emergencia se vuelven también permanentes, imponiendo sin discusión la narrativa globalista dominante.
¿Cuándo acabará todo esto? Lo que parece es que, por conveniencia de los fuertes, no acabará. Ya lo advirtió la OMS, el virus llegó para quedarse, mutará o vendrá otro más o menos letal que el que campea hoy a sus anchas en todo el orbe. ¿Qué pasaría si la pandemia se acabase? Se terminaría el estado mundial de excepción, por lo tanto, esto sería un retroceso en los planes de reajuste de la economía mundial formulados por el Foro Económico Mundial -el Foro de Davos, el de los hombres más ricos y poderosos del planeta-, que busca abiertamente lo que denominan El Gran Reseteo. Curiosamente comparten los fines que están en línea con la Agenda 2030 de las Naciones Unidas. Algo hay que agradecer, y es que no se ocultan ni mienten: https://www.youtube.com/watch?v=ZzdCTyMWQBs&feature=youtu.be
El Turboglobalismo en este inicio del 2021 ha alcanzado la velocidad de crucero. Si antes no se encuentra de frente con el iceberg de los que aún se resisten a su trayectoria, me temo que más pronto que tarde, llegará a su destino. Tenemos la certeza de que la parte sumergida y que no se ve del bloque de hielo flotante es muchísimo más grande que la de su superficie. Recordemos que una vez, un solitario iceberg flotando en la oscuridad del océano provocó el inesperado hundimiento de una titánica nave, que la soberbia de los hombres llevó a considerarla como “insumergible”. Hoy el Titanic se encuentra para siempre en el fondo del mar.
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