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Releyendo el artículo que escribí hace poco sobre el conflicto en Ucrania, antes de que comenzara el ataque ruso, salta a la vista un error de bulto: no consideré posible que realmente Rusia fuese a embarcarse en una guerra terrestre clásica, lanzando una ofensiva a gran escala en el territorio ucraniano.
El resto de aquel artículo y lo esencial de su contenido lo suscribo íntegramente. Claro estaba que Rusia no iba a aceptar que la OTAN llegase otra vez (después de las repúblicas bálticas) a un paso del corazón de Rusia; incluyendo poblaciones y territorios que, a causa de las desafortunadas fronteras heredadas de la era soviética, están actualmente bajo soberanía ucraniana.
Mientras Ucrania era un estado amigo o al menos neutral, el estado de las cosas era aceptable para Rusia. Pero ese equilibrio fue roto en 2014 por uno de esos golpes de estado orquestados por las élites de Occidente, presentados como “revoluciones populares” por ese imperio de los medios del que hablé en el otro artículo, la gran agencia de noticias oficial de Occidente.
Desde entonces la población rusa en Ucrania ha sido maltratada, las escaramuzas y los bombardeos constantes en las dos regiones que tuvieron la fuerza de oponerse al nuevo gobierno anti-ruso. La guerra empezó realmente en 2014, con esa jugada occidental cuyo objeto era provocar el conflicto entre Ucrania y Rusia, utilizando tensiones que ya existían, para enfrentar ambas naciones y enemistarlas. En los últimos meses, la nueva jugada de ventilar el ingreso de ucrania en la OTAN buscaba directamente recrudecer este conflicto y provocar a Rusia, empujándola a una solución militar.
¿Tenía otras opciones Rusia? Nadie está obligado a iniciar una guerra, desde luego; pero Occidente con sus continuas provocaciones ha cruzado una línea en la que Rusia se siente directamente amenazada en su existencia como gran potencia. A nadie se le escapa que la OTAN es una alianza militar hostil a Rusia; además, el objetivo no declarado de las élites occidentales desde la caída de la Unión Soviética, es el de desmembrar la gran nación eslava. Una nación demasiado grande y fuerte aun cuando es débil.
Tan propaganda son los medios rusos como los medios occidentales: nos presentan los puntos de vista de quien está detrás de ellos. En toda la llamada información que se propina a los ciudadanos de Occidente y también en la mayor parte de la opinión, falta el punto de vista ruso; para Rusia este conflicto es casi como una guerra civil, en la que Occidente ha enfrentado a unos pueblos eslavos contra otros; desde la perspectiva rusa, toda la política de Occidente ha sido una agresión geopolítica a gran escala y una serie de provocaciones.
Al menos deberíamos reconocer que en ello hay parte de razón. ¿Qué parte? Concretamente en el caso ucraniano, la parte de verdad expresada por el punto de vista ruso es más o menos igual a la proporción de ucranianos que prefieren Rusia a Occidente; pues esos ucranianos existen y son numerosos, como sin duda son también numerosos los que piensan lo contrario.
La voluntad occidental de desmembrar Rusia y anularla como gran potencia no es una paranoia de las élites rusas, surgida en noches de vodka y blinis con caviar: es un diseño geopolítico real ya avanzado, logrado en parte en el Cáucaso, fracasado en Bielorrusia, medio fracasado en Asia Central. Si Moscú hubiera aceptado la pérdida de Crimea, si permite que Occidente tome el control total de Ucrania, lo siguiente sería ver cómo se fomentan las tensiones internas y el separatismo en la misma Federación Rusa. Recordemos que se trata de un país inmenso y no homogéneo con decenas de pueblos diferentes, con un mapa étnico y un sistema de equilibrio político cuya complejidad es poco conocida en el exterior.
Rusia está combatiendo por su supervivencia como potencia, contra un Nuevo Orden Mundial cuya aspiración al gobierno planetario y la destrucción de las patrias, de todas las patrias, encuentra un obstáculo importante en la existencia y la pujanza de la Federación Rusia.
En toda la cobertura mediática de esta guerra, en todas las actitudes de los voceros de Occidente, resalta una actitud de superioridad moral a priori bastante insoportable, cuya verdadera raíz no es sólo política en el sentido de “estoy con quien me da de comer” sino ideológica. Esta pretensión de representar la Verdad, la Justicia y la Moral con mayúsculas, es lo que hace particularmente intolerable la manipulación y las actitudes de superioridad moral de los santurrones hipócritas de Occidente.
El simple ejercicio de invertir las partes nos lo muestra con claridad: si Rusia u otra potencia, por algún milagro geopolítico consiguiera desestabilizar Canadá o Méjico, colocando un gobierno anti-USA y luego pretendiendo incluir a ese país en una alianza militar hostil, Estados Unidos no tardaría ocho años en intervenir sino ocho semanas, por no decir ocho días.
La hipocresía y doble moral occidental ha condonado invasiones y agresiones recientes, con justificaciones menos válidas que la rusa actual, a miles de kilómetros del territorio americano o europeo, no a las puertas de casa como en Rusia. ¿O nos hemos olvidado de la invasión de Irak y de Afganistán, de las agresiones contra Serbia, la guerra provocada en Libia para derrocar a Gadafi, la agresión fallida hasta ahora contra Siria para derrocar a Assad? Por mencionar sólo las principales.
Las razones esgrimidas por Rusia, en el sentido de querer liberar a los ucranianos de su propio gobierno, pueden parecer un cínico pretexto; pero son verdaderas y legítimas relativamente a esa parte del pueblo ucraniano que, efectivamente, desea ser liberado por los rusos; naturalmente, no lo son relativamente a esos otros ucranianos que no tienen ningún deseo de ser “liberados” con una invasión.
Pero la justificación rusa es al menos tan válida (si no más) como la occidental de haber querido “liberar” a los afganos o a los iraquíes o a los libios: en esos casos lo de “liberar” hay que ponerlo sin duda alguna entre comillas.
Cuántos de los afganos deseaban ser “liberados” se ha visto recientemente, cuando, después de veinte años de “liberación” y cientos de millones en ayuda militar, el gobierno pro-occidental se disolvió como nieve al sol antes de que se marchara el último soldado occidental. La “liberación” rusa de Afganistán fue desde luego mucho más creíble, pues el gobierno comunista que dejaron resistió tres años tras la salida de las tropas soviéticas.
Por lo que respecta a los iraquíes, se sintieron tan “liberados” por Occidente que la oposición militar contra los ocupantes duró años, hasta el punto de que, en una ciudad como Fallujah, para acabar con la resistencia tuvieron que recurrir abundantemente a bombas incendiarias de fósforo blanco, provocando un número de bajas desconocido entre los civiles liberados.
La histeria absurda a la que asistimos, por parte occidental, no se ha visto en ninguna de las invasiones y agresiones por parte de Occidente, por no hablar de las sanciones ad personam que Occidente está adoptando. Castigar a funcionarios y militares de una potencia soberana es una manera de decir nosotros somos los buenos, es la enésima ridícula, impúdica pretensión de darse a sí mismos un certificado de superioridad moral, por parte de los santurrones hipócritas de Occidente.
Podemos hacer la valoración moral que queramos de este conflicto, pero es segura una cosa: nada de esto habría sucedido si Occidente se hubiera abstenido de provocar a Rusia y hubiera respetado el statu quo. Esta desgraciada guerra entre europeos no se habría desencadenado si la Unión Europea no fuera la ramera de Occidente, sometida a las élites globalistas y en particular militarmente a Estados Unidos través de la OTAN. Una alianza militar que expresa intereses occidentales y globalistas, que son contrarios a los de la verdadera Europa.
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