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Los debates políticos y mediáticos de las últimas semanas demuestran como la derecha ha abandonado la lucha cultural hasta fechas muy recientes en las que la aparición de Vox la ha reactivado, si bien lleva un retraso de décadas frente a la izquierda en ese sentido.
Se acusa, por ejemplo, a la derecha de utilizar los crímenes de ETA como la izquierda utiliza los supuestos crímenes del franquismo en el debate político. No estoy de acuerdo por diversas razones. Para empezar, lo de ETA es más reciente y todavía hay huérfanos, viudas y padres desolados por los 400 asesinatos sin resolver y, es cierto, algunos etarras están en la cárcel, pero otros están libres y sus amigos están negociando los presupuestos, mientras que la guerra civil terminó hace 80 años y ya hablamos de nietos o bisnietos de los supuestos represaliados, mientras que los presuntos franquistas a los que increpan nacieron todos después de la muerte de Franco y nada tienen que ver con sus cacareados crímenes, aun suponiendo que estos existieran, sobre lo que habría mucho que objetar.
Además, en la guerra civil hubo dos bandos y mataron los dos, de hecho, en la última fosa que abrieron buscando republicanos lo que había eran nacionales asesinados por el otro bando, mientras lo de ETA fue una actividad terrorista donde solo hubo un bando que mataba y otro que moría.
No tiene sentido olvidar los crímenes de ETA porque ya no mata y abusar de la historia, manipulándola y retorciéndola para obtener una sobrelegitimación a cuenta de una dictadura que hace mucho que no existe y que la mayoría de los españoles vivió con normalidad, mientras se alaba a dictadores presentes como los Castro en Cuba o Maduro en Venezuela, que matan literalmente a sus pueblos de hambre.
Otro ejemplo del retraso de la derecha en la lucha cultural son las reacciones a la muerte de la escritora extremista de izquierdas Almudena Grandes. No soy partidario de cebarme con ningún personaje en la hora de su muerte, que nos llegará a todos, y lo primero es respetar el dolor de sus seres queridos, entre ellos, el de su hija falangista. Pero una cosa es hacer leña del árbol caído y atacar a quien ya no se puede defender, como, por cierto, hace la izquierda continuamente, y otra tragar con ruedas de molino. No se interpreten mis palabras contra la escritora fallecida, por tanto, sino contra el tratamiento mediático del hecho.
Sobre su calidad literaria no sabría qué decir. Leí «Las edades de Lulú» en mi juventud, que me pareció interesante y divertida, pese a la temática poco edificante que trata, pero no dejaba de ser una obra juvenil. Luego, la autora ya se politizó tanto que no tuve estomago de leerla más. Es sobre sus posicionamientos políticos sobre lo que los medios, incluso los de derechas, han mentido descaradamente llamando en tono elogioso «compromiso político» y «firmeza de ideas» a los exabruptos de ultraizquierda, a la manipulación de la historia y a la falta de empatía por las victimas de su bando, que eran habituales en la escritora, que otras virtudes tendría, entre ellas, tal vez, la de escribir bien, pero no precisamente la nobleza de sus ideas.
Particularmente despreciables fueron sus burlas de las monjas violadas por los milicianos en la guerra civil. Ninguna pretensión política ni literaria justifica esa bajeza. Mientras, a los escritores no radicalmente izquierdistas, incluso a estos cuando se salen del rebaño de la corrección política, les practican la cultura de la cancelación y tratan de condenarlos al ostracismo, como recientemente a la autora de Harry Potter, por no ir más lejos. Ese doble rasero es injustificable.
Si nuestros medios querían ser elegantes, podían haber obviado sus delirios políticos indefendibles o haber hablado de «sus polémicas declaraciones» o alguna expresión neutra semejante, pero presentar el fanatismo como una virtud, cuando se es de izquierdas, mientras se censura abiertamente cualquier discrepancia con el consenso progre-globalista dominante es miserable. Y que eso lo haga, insisto, no solo la prensa de izquierdas sino también la de derechas demuestra la completa renuncia de la derecha pepera liberal a la lucha cultural.
Lo dicho, que la tierra le sea leve a Almudena y un abrazo a su familia, pero presentar sus excesos políticos como una virtud no cuela. Y a ver si la derecha política y mediática entiende de una vez que no se puede ganar a la izquierda dándole la razón… salvo que una buena parte de esa derecha haya traicionado ya sus valores esenciales y forme parte del enemigo. Quizá ya no se trate de izquierdas contra derechas sino de globalistas contra patriotas. Y solo los patriotas podremos salvar nuestra Civilización, que nunca se nos olvide.
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