20/09/2024 13:37
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Leo en el diccionario de la RAE que un partido bisagra es un partido político que funciona entre otros dos mayores asegurando con su apoyo la función del que gobierna. Y ya es curioso que su significado proceda de partir y que también quiera decir: provecho, ventaja o conveniencia, sacar partido. La ley D´Hondt tiene mucho que ver con esta situación con su representación proporcional.

 

Nuestro sistema electoral produce en demasía partidos bisagra, que nunca ganan elecciones, pero si mantienen la llave de gobierno cuando alguna de las formaciones bipartidistas; no consiguen la mayoría absoluta. No quiero decir que la actuación de estos partidos sea ilegal. Pero si me parece que la legislación electoral es muy permisiva, por actuaciones demasiado abusivas de aquellos. Los beneficiarios de esta situación acostumbran a ser casi siempre partidos que nunca llegarían a alcanzar el poder por sí solos, y para que uno de los partidos del bipartidismo pueda gobernar, necesita aceptar el parasitismo del partido bisagra. Lo malo es que se lo crean, claro.

En las elecciones andaluzas aparecieron comportamientos muy curiosos. Uno de los partidos que sale más reforzado es Izquierda Unida. Este partido ha conseguido doblar su representación en el Parlamento y ha superado el 10% de los votos emitidos, lo que le dió la llave del gobierno autonómico. Sucedió lo mismo con Eusko Alkartasuna, año 1998, en las elecciones de Euskadi o con Esquerra Republicana de Catalunya, año 2003, en las elecciones al Parlament catalán, y también con el BNG, el año 2005, en las elecciones al Parlamento gallego. Y no digamos con lo de Asturias. La experiencia de estas “llaves” en todos los casos ha sido desastrosa para ellos mismos.

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Hay razones que lo justifican. Los partidos bisagra suelen pagar ante su electorado las decisiones de un gobierno que no coincide con su color. El voto útil se tensiona después de que los partidos pequeños toquen poder porque el electorado los identifica como socios de gobierno de un partido mayor. El electorado de los partidos bisagra suele ser reticente a los pactos porque quieren cambios radicales en las políticas. Hagan lo que hagan siempre pierden crédito.

Aquí el meollo de la cuestión se encuentra en si el partido bisagra debe asumir, en cierto sentido, y casi nunca declarado, el programa electoral del partido mayoritario, o éste el de aquel. En ese terreno podrían vislumbrarse posibles matices de fraude de Ley. Otra cosa muy distinta es cuando el partido bisagra se hace el gallito, actuando como líder de la situación, y quiere mandar en todas las decisiones como si los votos de la mayoría de los electores fueran propios. En este caso la palabra más adecuada es: chantaje.

Ha sucedido demasiadas veces en la democracia española. Los partidos vascos y catalanes han utilizado frecuentemente el chantaje para lograr sus objetivos, debido a que el sistema electoral les ha dado el papel de bisagra para poner o quitar gobiernos sin mayoría absoluta. Insisto, será legal, pero a mi me parece que es una manera de fomentar la chapuza nacional.

Habría que empezar por evitar que las promesas electorales sean sólo marketing vacío de campaña. Evitar que se utilice el instrumento bisagra con el que los partidos nacionalistas han venido hipotecando a todos los gobiernos de España, pero en lugar de hacerlo en beneficio de un partido y de un territorio, se haga en beneficio de todos los españoles; en vez de separar, que sirva para unir; en lugar de alimentar aspiraciones ideológicas o de identidad de un partido político, que permita aumentar la calidad de vida de todos los españoles, sin excepción.

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En la vida municipal también hay que estar atentos a estos comportamientos, que pueden convertirse en fraudulentos para con los electores. Más aún si el partido bisagra desea actuar como árbitro único de la situación, por debilidad del mayoritario, o por la razón que sea, apareciendo como el listillo y mandamás en los órganos de gobierno locales. La mujer del César no sólo debe ser honrada, además debe parecerlo; es una frase de Cayo Julio César al divorciarse de Pompeya, que viene muy a cuento de lo que queremos decir hoy en esta columna.  

Y hoy no comentamos el coladero de puestos de privilegio que siempre rondan a los políticos de turno con nombre de asesores o la sobredimensión de los políticos que sólo sirven para levantar la mano cuando se lo pide su jefe de filas y administrador de los presupuestos ¿Para qué sirven los altos funcionarios del Estado? ¿Les están quitando funciones los políticos de medias tintas?

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REDACCIÓN