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Este martes 8 de marzo, celebración del Día Internacional de la Mujer, lo primero que he encontrado al salir de casa ha sido la confluencia de dos manifestaciones, con origen en distintos barrios y que se dirigían hacia el centro de Pamplona, de mujeres afines a la izquierda y al separatismo que reivindicaban la jornada portando pancartas y banderas en las que se podía intuir verdaderas aberraciones contra su sexo y contra el género humano en general. Por eso deseo pararme a hacer unas consideraciones.

La primera es que por su ADN, sus cromosomas y toda una serie de factores determinantes en la persona, es imposible afirmar que física o genéticamente sea serio hablar del HOMBRE y la MUJER como seres iguales. No obstante las sentadas diferencias no privan ni a unos ni a otras de su condición de seres humanos, con toda la dignidad que ello implica como criaturas creadas a imagen y semejanza de Dios; ni les privan de su alma inmortal y libre albedrío, lo que les pone por encima del resto de las criaturas vivientes, al ser la unión sustancial de un cuerpo, una inteligencia (a decir de algunos autores desde Aristóteles a nuestros días más teórico en el hombre y más práctico en la mujer); y un alma insuflada por Dios, que les concede el libre albedrío para optar por el bien y, con ello, la capacidad de salvarse o de condenarse. Sin embargo, y luego volveremos sobre ello, el origen de la celebración del 8 de marzo hunde sus raíces, más allá de un lamentable hecho histórico, en el marxismo y su lucha de clases.

Se puede afirmar que a lo largo de la Historia, desde la antigüedad la mujer no ha venido recibiendo ni mucha atención mediática ni mucha formación académica. Lo que siempre le ha solido relegar a un segundo plano, aunque siempre quepa la excepción de testimonios y figuras como Lisistrata, protagonista de la comedia homónima de Aristófanes (quien  realiza una huelga sexual contra los hombres para forzar a que pongan fin a la guerra) o la matemática y astrónoma Hipatia de Alejandría (370-415). Igualmente, pasando por la reina y faraón  Hatshepsut o la famosa Cleopatra, son muchas las mujeres que han protagonizado destacados papeles en la historia hasta nuestros días, ahí están Juana de Arco, Catalina de Siena, María Pita, Catalina de Erauso (la Monja Alférez), Isabel I y Victoria de Inglaterra o Agustina de Aragón, son ejemplos más que significativos.

Incluso en la Revolución francesa fueron las mujeres quienes iniciaron la marcha sobre Versalles reclamando una  igualdad social bajo el lema “libertad, igualdad y fraternidad” que haría tambalear y sucumbir el Antiguo Régimen.

En plena Revolución Industrial, con el surgimiento de los movimientos obreros, vieron que estos en su lucha de clases no contemplaban la lucha por la igualdad de su género, esto es, la plena igualdad social de la mujer por la que debían luchar, tal y como refleja la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, redactada en 1791 por Olympe de Gouges.  

¿Qué conmemora el Día el Día Internacional de la Mujer, anteriormente denominado Día Internacional de la Mujer Trabajadora, cada 8 de marzo? Ni más ni menos que la marcha silenciosa que las trabajadoras de la fábrica “Textilera Cotton”, realizaron una gran manifestación por las calles cercanas a la fábrica, para reclamar mejores condiciones de trabajo y la reducción de la jornada laboral el 8 de marzo de 1909. La manifestación fue brutalmente reprimida por la policía, dejando un saldo de 120 mujeres muertas, unas por disparo de arma de fuego, otras quemadas en el incendio provocado en las instalaciones de la fábrica.

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Pero he anunciado que volvería sobre el origen marxista de este día 8 de marzo. Pues bien, resulta que el 28 de febrero de 1909 se convocó la huelga de los trabajadores textiles y mujeres del Partido Socialista de los Estados Unidos protestaron también contra las condiciones laborales en Nueva York, algo que en 1917, mueve a las mujeres de Rusia a protestar de nuevo, y luchar por «Pan y Paz» en el último domingo de febrero (cayó en un 8 de marzo en el calendario gregoriano)  llevando a la adopción del voto femenino en Rusia y consagrando la fecha en la naciente y revolucionaria Unión Soviética. Así se realizó una marcha silenciosa, que más adelante se volvería en símbolo del movimiento obrero mundial. 8 de marzo de 1910, en Copenhague y en el marco de la Segunda Reunión Mundial de Mujeres Socialistas, siendo Clara Seltkin quien propuso la institucionalización del Día Internacional de la Mujer Trabajadora.

Esta jornada se que se comenzó a celebrar al año siguiente. La primera conmemoración se realizó el 19 de marzo de 1911 en AlemaniaAustriaDinamarca y Suiza; extendiéndose desde entonces a otros muchos países, hasta que, finalmnte 1972, la Asamblea General de las Naciones Unidas, en su resolución 3010, declaró a 1975 «Año Internacional de la Mujer»,​ y en 1977​ invitó a los Estados a declarar, conforme a sus tradiciones históricas y costumbres nacionales, un día como Día Internacional por los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional.

Todo lo anterior me ha traído a la cabeza el reciente artículo “Heterosexuales: ¡Hay que perder el miedo y salir del armario” firmado por Carlos Aurelio Caldito Aunión, donde podemos leer: “El feminismo, la ideología de género, se enmascara como un movimiento para los derechos de las mujeres. En realidad, es un engaño cruel al decirle a las mujeres que sus instintos biológicos naturales están «fabricados socialmente» para oprimirlas. El feminismo es una ingeniería social elitista diseñada para neutralizar a ambos sexos, convirtiendo a las mujeres en masculinas y feminizando a los hombres. De este modo, las mujeres son menos aptas para el matrimonio y la maternidad, encontrándose los hombres incapaces para dirigir y sacrificarse por una familia. Los Rockefellers y los Rothschilds crearon el movimiento feminista para debilitar la familia y envenenar las relaciones hombre-mujer (divide y vencerás)”.

Tras estas palabras, el artículo explica que es un fragmento del «Scum Manifiesto», publicado en 1967 por Valerìe Solanas, escritora estadounidense de acentuada misandria (odio a los hombres), famosa por atentar contra la vida del artista Andy Warhol en 1968. Y añade que “cuando uno lee el texto antes mencionado, y analiza la actual situación de España y algunos países más de nuestro entorno cultural, acaba llegando a la conclusión de que ya estamos en la situación que el nauseabundo «Manifiesto Scum» vaticina que se alcanzará, como paso previo a la «dictadura de género», al sistema de apartheid que pretende alcanzar el feminismo de «género», también denominado «feminazismo». Hemos llegado a tal extremo que son generalmente hombres, varones –supuestamente educados- quienes divulgan, hacen de trovadores de barbaridades a cual más increíble, como si de una competición se tratará, para conseguir el diploma de «feminista mayor del reino»… y por supuesto, aparte de decir lindezas tales como que han acabado encontrando «su lado femenino»,  rara es la ocasión que al abrir la boca no empiezan por pedir perdón por haber nacido con pene”. 

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Estos días, con motivo de la invasión rusa de Ucrania y la consiguiente guerra en legítima defensa de la nación agredida, Ucrania (por si alguien aún tiene dudas) estamos siendo testigos de que la presunta y antinatural igualdad entre los sexos es algo que se pregona sólo de cara a la galería. Por ejemplo, antes ceder el paso o el asiento a una mujer era un acto de galantería (para quien esto escribe lo sigue siendo) o era lo normal que en una catástrofe, las mujeres y los niños abandonaran primero el lugar de la tragedia.

¿Pero según esos postulados feministas debería ser así o deberíamos ser todos iguales? Está claro que, según convenga a la Valerìe Solanas o a la Olympe de Gouges de turno, sólo es así cuando a ellas les conviene y algunos hombres son tan tontos que les siguen como borregos. Vivimos en España, un país de feminismo de cupo donde no se valora a la mujer por sus méritos sino porque tiene que haber un tanto por ciento de mujeres en puestos directivos, estén o no capacitadas para ello. Ya hasta en nuestras Fuerzas Armadas tenemos dos mujeres generales (la “generala” puede ser un toque o la mujer del general, pero todavía no se contempla como empleo de nuestras FFAA). Y estas “generalas” lo son porque han podido ingresar a la Academia con un examen amañado, que les exige menores requisitos que a cualquier varón.

Y esa galantería a que aludía líneas arriba la están viviendo hoy los ucranianos y todos estamos siendo testigos. Mientras los hombres en edad militar no pueden abandonar la nación y están obligados a defenderla, no hay mujer que no tenga prioridad para huir a donde quiera o mejor pueda. Contemplando esta desigualdad, yo no puedo menos que evocar nuestra Historia. Una historia llena de mujeres heroicas en nuestra Guerra de 1808, en nuestras guerras carlistas o en nuestra Cruzada. Mujeres que, en los frentes se enfrentaban al enemigo, y mujeres que en las retaguardias prestaban gran apoyo en tareas auxiliares y humanitarias, cuidando heridos, alimentando a la población afectada…

Mucho se ha escrito sobre estas mujeres, verdaderas feministas, que no lo fueron ni por galantería, ni de cupo ni de conveniencia, pero, quizá una de las loas más bellas sea los versos que les dedica Bernardo López García en su “Oda o Elegía heroica al Dos de Mayo”, ejemplo con el que deseo concluir:

¡Guerra! clamó ante el altar
el sacerdote con ira;
¡guerra! repitió la lira
con indómito cantar:
¡guerra! gritó al despertar
el pueblo que al mundo aterra;
y cuando en hispana tierra
pasos extraños se oyeron,
hasta las tumbas se abrieron
gritando: ¡Venganza y guerra!

La virgen, con patrio ardor,
ansiosa salta del lecho;
el niño bebe en su pecho
odio a muerte al invasor;
la madre mata su amor,
y, cuando calmado está,
grita al hijo que se va:
«¡Pues que la patria lo quiere,
lánzate al combate, y muere:
tu madre te vengará!»

Autor

REDACCIÓN