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Había que esperar a manifestarse sobre la cuestión. Había que hacerlo, porque cuando se habla, y no precisamente bien, de quien se supone es el Vicario de Cristo en la tierra, el católico tiene que ser prudente. Y es a la prudencia a la que me he debido.  

Desde el minuto siguiente de ser elegido Pontífice de la Iglesia, el cardenal Berglogio, con su habitual verborrea que ha tenido que interpretarse y casi diría que traducirse, no se ha recatado de manifestar su oposición frontal a este sector de la Iglesia que somos los tradicionalistas, calificándonos con todo tipo de epitetitos hasta llegar a compararnos con los islamistas que asesinan como fue el caso de lo que dijo de vuelta de su viaje a Marruecos cuando le preguntaron sobre la “intolerancia religiosa” en ese país respecto al cristianismo, a lo que Berglogio respondió que lo comprendía perfectamente porque esa intolerancia también se da en el seno de la Iglesia católica por parte de los “rigoristas” (es decir, los tradicionalistas). Aunque con la diferencia que con los musulmanes –en palabras de Francisco- “hay que tener paciencia”.

En qué nos diferenciamos de Berglogio los llamados, por él, “rigoristas”. Sobre todo en dos aspectos. En primer lugar, en cuanto a la noción de libertad, que siendo el lugar de encuentro entre la cultura moderna y el cristianismo no comparten el mismo sentido. Y no lo hacen, porque para la cultura moderna la libertad es una manifestación de ese egocentrismo endémico al que ha llegado el hombre moderno, para quien el respeto de la libertad de cada uno constituye menos el reconocimiento de una exigencia ética que una  reivindicación individual. Y en segundo lugar, respecto a todo lo que concierne al ecumenismo que se viene implementando desde el Concilio Vaticano II. Siendo que, aunque es verdad que la religiosidad humana cuando es auténtica, es camino hacia el reconocimiento del único Dios, y que las religiones de la tierra que manifiestan la búsqueda sincera de Dios y respetan la dignidad trascendente del hombre tienen que ser respetadas, solamente en Cristo, Dios se revela al hombre… “Para esto he nacido y para esto he venido al mundo –afirma Jesús ante Pilatos-; para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad escucha mi voz” (Jn, 18,  37). Que es por lo que el cristianismo puede hablar de Dios sin riesgo de intolerancia, porque el Dios que el exhorta a reconocer en la naturaleza y en la conciencia de cada uno, es el Dios que ha creado el cielo y la tierra, el mismo Dios de la historia de la salvación que se ha revelado al pueblo de Israel y se ha hecho hombre en Cristo. Itinerario seguido por los primeros cristianos que rechazaron que se adorara a Cristo como uno más entre los dioses del Partenón romano.

Ahora bien, pese al desviado juicio de Berglogio, los tradicionalistas, al contrario que los progresistas modernistas laicistas, nunca hemos pretendido romper la unidad de la Iglesia, de la que somos parte, y parte fundamental, porque el cuerpo es uno más los miembros son varios. Monseñor Lefebvre no rompió con Roma, siendo que su obediencia fue a todo aquello que manda la ortodoxia, algo que finalmente vio Roma con el Motu Proprio. Concesión que el Papa Emérito, Benedicto XVI, reconoció como justa y de gran riqueza para la Iglesia, sobre todo a tenor de los tiempos que corren. Hoy Francisco, argentino de ideología peronista- izquierdista, populista en el más amplio sentido de la palabra, y de escasa preparación teológica y formación intelectual, rompe con aquello con toda solemnidad mediante otro Motu Proprio, prohibiendo la Misa tradicional y de  espaldas a los fieles. Esto es, prohíbe la liturgia milenaria de la Santa Misa oficiada por el sacerdote en persona de Cristo de cara a Dios, que es a Quien se da culto y tributa la liturgia. Y es así, porque el sacerdote oficiando la Santa Misa no es el animador de una comunidad.

Hablamos, además, de una prohibición que pone en una muy difícil situación a muchos obispos que no están de acuerdo con tal decisión, y que seguramente se tendrán que enfrentar a muchos de sus sacerdotes. Curiosamente a los más jóvenes. Bien es cierto que a Francisco, sinodal para otras muchas cuestiones, le importa un bledo lo que se pueda opinar de la decisión, ya que lo suyo es un propósito. Con todo, mal ha calculado Berglogio su decisión, a la que no se le va hacer ningún caso. Siendo que muchos católicos que asistíamos a misas tradicionales de vez en cuando -pongamos que una vez al mes- lo haremos ahora todos los domingos y fiestas de guardar, con o sin la aprobación del obispo de la zona. Y ello, porque, aun habiéndonos calificado Berglogio de tales, en absoluto somos “clericalistas”.

Una cosa está muy clara, Berglogio sabe de sobra que sus días como Pontífice de la Iglesia están contados, que en cuanto fallezca Benedicto XVI y él termine de oficiar su funeral, será él quien ocupe los aposentos que hoy ocupa Benedicto, por eso, antes quiere completar parte del programa que traía: dar voz a homosexuales y lesbianas dentro de la Iglesia, promocionar a la mujer al diaconado y romper toda oposición al modernismo dentro de la Iglesia.

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Vuelven a nuestra memoria las certeras y graves palabras que Pablo VI pronunció el 29 de junio de 1972 cuando finalmente advirtió la  destrucción a la que se había llegado tras el Concilio Vaticano II, del que Berglogio es su gran adalid: “…por alguna rendija misteriosa el humo de Satanás entró en el templo de Dios”. Constatando sus enormes consecuencias: “Hay duda, incertidumbre, problemática, inquietud, insatisfacción, confrontación”. Para seguir diciendo: “Ya no se confía en la Iglesia. Se confía en el primer profeta pagano que vemos que nos habla en algún periódico, para correr detrás de él y preguntarle si tiene la fórmula para la vida verdadera. Entró, repito, la duda en nuestra conciencia. Y entró por las ventanas que debían estar abiertas a la luz”.    

Algunos estamos convencidos que Jorge Mario Berglogio pasará a la Historia de la Iglesia como uno de los peores Papas.

P.D. Sigo con profundo pesar todo lo relacionado con la “ley de memoria democrática”, y como muchos de vosotros temo que no me quede más remedio que pisar la cárcel o quedar en la indigencia a consecuencia de las sanciones económicos a las que pueda enfrentarme después de una vida personal honrada y puesta al servicio del bien común de mi patria. Ahora bien, que nadie se confunda, todo lo que ha ocurrido, lo que ocurre y lo que finalmente pueda ocurrir se hace con el concurso de todo el aparato del  Estado, que es más que el Gobierno.

Autor

Pablo Gasco de la Rocha