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En las Sagradas Escrituras aparece en muchas ocasiones la palabra prosélito, en ninguna de ellas con un sentido negativo. En el Nuevo Testamento aparece cuatro veces. La primera vez que aparece en Hechos de los Apóstoles es en el contexto de Pentecostés, cuando se enumera la multitud que estaba presente y oía hablar a los apóstoles en sus propias lenguas: «en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de Africa más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos». La segunda vez es en Hechos 6,5, cuando se enumera a los siete diáconos elegidos, entre los que se encuentra «Nicolás, prosélito de Antioquía». Cabe señalar aquí el sentido positivo, ya que se dice que esos diáconos habían sido elegidos por su buena fama, por estar llenos del Espíritu Santo y por su sabiduría. La tercera vez que aparece el término es en Hechos 13,42-43, cuando acabado el discurso de san Pablo en la sinagoga «muchos de los judíos y de los prosélitos piadosos siguieron a Pablo y a Bernabé, quienes hablándoles, les persuadían a que perseverasen en la gracia de Dios». En Mateo 23,15 la palabra aparece en un contexto negativo, cuando Jesucristo recrimina a los escribas y fariseos buscar a prosélitos para hacerlos dos veces más hijos del infierno que ellos. Sin embargo, es obvio que la misma palabra no se utiliza negativamente, pues de ser así se hubiera limitado a recriminarles el hacer proselitos, sin añadir lo que hacían después con ellos.

Tampoco los Padres, Doctores y santos de la Iglesia católica han utilizado esa palabra en sentido negativo. San Agustín dice que hacer prosélitos es como engendrar hijos. Pero aparte de la palabra literal, es evidente para cualquiera que estudie la Patrística y las épocas posteriores del cristianismo, que el sentido de proselitismo, en cuanto convencer, debatir, predicar, defender y promocionar la religión católica no sólo nunca fue criticado, sino que es el espíritu fundacional y conservador de la misma.

Pero si ni las Escrituras, ni la Tradición ni el Magisterio de la Iglesia han dado al proselitismo el sentido que algunos católicos le dan actualmente, ¿de dónde sale ese sentido? La respuesta no es menos sorprendente que el hecho que la suscita. Fue el mundo secularizado, que quería y quiere hacer desaparecer la religión católica, quien comenzó a usar el término en ese sentido negativo, llamando «proselitismo» no al ejercicio y desempeño del mismo, sino a sus abusos, y es el propio mundo quien ha convencido a no pocos católicos de que el proselitismo no es, como siempre fue, un acto de promoción y fomento de la religión católica a través de la evangelización, la apologética y la controversia, sino la imposición de la fe por medios violentos y coercitivos.

Es decir, que tomaron algunos ejemplos de mala praxis proselitista y los generalizaron para definir el proselitismo por ellos, confundiendo así el uso con el abuso. No hay que olvidar que el mundo que daba este sentido al proselitismo en base a ejemplos históricos era y es el mismo que creó y difundió parte de la Leyenda Negra contra la Iglesia católica, tergiversando, inventando o manipulando acontecimientos históricos a su antojo para desacreditarla.

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La infiltración de este sentido negativo de la palabra en la Iglesia católica puede rastrearse a través de varios documentos pontificios posteriores al Concilio Vaticano II, donde unas veces se habla del proselitismo diferenciando y aconsejando diferenciar su verdadero sentido del falso ( Tercera relación oficial del Grupo Mixto Iglesia Católica-Consejo Ecuménico de las Iglesias, 1971), mientras que en otros aparece sin aclarar la distinción. Así, en en un documento de 1995 del Grupo mixto Iglesia Católica Consejo Ecuménico de las Iglesias, se dice que el término proselitismo «ha adquirido recientemente una connotación negativa cuando se ha aplicado a la actividad de algunos cristianos dirigida a hacer seguidores entre los miembros de otras comunidades cristianas», si bien históricamente «ha sido empleado en sentido positivo, como concepto equivalente al de actividad misionera… en la Biblia este término no tiene connotación negativa alguna. Un «prosélito» era quien creía en el Señor y aceptaba su ley, y de este modo se convertía en miembro de la comunidad judía. La cristiandad tomó este significado para describir a quien se convertía del paganismo. Hasta época reciente, la actividad misionera y el proselitismo se consideraban conceptos equivalentes». Juan Pablo II, en la Carta Mentre si intensificano de 1991 habla del «rechazo de toda forma indebida de proselitismo». En otros documentos, como uno de la Comisión Pontificia pro Russia, de 1992, esta distinción no aparece, y se acepta directamente el sentido peyorativo.

Por lo tanto, los mismos documentos eclesiásticos nos muestran cómo la interpretación secularizada y anticatólica se va infiltrando en el ámbito católico y eclesial, y cómo cambia desde dentro su criterio sobre el proselitismo.

Es necesario señalar que paralelamente a esta infiltración, y sobre ella, el mundo secular estaba preparando las bases de su propio proselitismo, el cual vemos en nuestros días extendido y asentado oficialmente. El aborto, la eutanasia, la ideología de género o el llamado LGBT se han instalado aprovechando el vacío que la retirada del proselitismo católico ha dejado. Esto es lo que coloquialmente se llama un «cambiazo».

Algunos católicos creyeron realmente que podría existir un mundo sin proselitismo, algo que la Historia de la humanidad desmiente tantas veces como se lee. En realidad, no se puede no hacer proselitismo. El hombre por naturaleza quiere convencer de lo que está convencido y quiere participar su fe, cualquiera que ésta sea, y de este hecho universal es un gran ejemplo el escepticismo, pues basándose esta filosofía en la idea de que nada se podía saber con certeza, sin embargo los escépticos no escatimaron medios para convencer a los demás de que no había que estar convencido de nada, lo que demuestra que el proselitismo es algo tan connatural al hombre que ni siquiera se detiene en las contradicciones.

Puesto que el mundo tiene su proselitismo que va contra la fe católica y vemos que es muy eficaz, el católico que de alguna manera no hace proselitismo a favor de su fe lo hace tácitamente en contra. Y digo «de alguna manera», porque su ejercicio nada tiene que ver con la caricatura que precisamente los enemigos del catolicismo le han querido dar, pintándola como feroz, inclemente y brutal. Desde el ejemplo en nuestro entorno familiar hasta la simple confesión de nuestra fe pueden ser considerados proselitismo. Por otra parte, no sólo el fogoso y temperamental san Atanasio es un modelo de proselitismo; también lo es el dulce y paciente san Francisco de Sales, que repartía sus escritos apologéticos por todas las casas protestantes (¡sin consentimiento!), y cuya misión en Chablais sería hoy acusada de fundamentalista y exaltada incluso por algunos dirigentes de la Iglesia católica.

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Algunos católicos no se percataron de que el mundo sólo quería introducir sus dogmas ideológicos y anticristianos asegurándose antes que los católicos dejaban el terreno libre. Fueron engañados con apariencias de verdad y sobre la marcha, de modo que puede comprenderse que cedieran. Bien. Lo que no se comprende es que haya católicos hoy en día que viven entre los efectos de aquel engaño, que presencian cómo el proselitismo mundano le disputa sus hijos y pone en tela de juicio su patria potestad, que ven decrecer drásticamente el número de fieles, que escuchan a algunos sacerdotes negar el Catecismo sin ninguna consecuencia, que deben sufrir la legalización de la blasfemia y de la ofensa a los católicos; que esos católicos, digo, todavía piensen que es buena idea y un servicio a la Iglesia católica no exponer y defender su fe a tiempo y a destiempo (2 Tim 4,2), y que todavía no vean que la propaganda contra el proselitismo católico sólo fue la primera medida para hacer oficial y estatalizar el proselitismo anticatólico.

El mundo tiene ahora carta blanca para llamar «proselitismo» a lo que quiera, y cada vez más actos de fe, incluso los más simples, serán abarcados por esa palabra. Vemos hoy que rezar ante una clínica abortiva es llamado «acoso». Pronto santiguarse en público se considerará violencia, confesarse católico será discriminación y educar a los hijos cristianamente estará penado. Puede que entonces algunos católicos se den cuenta que el proselitismo es un relevo que nunca interrumpe su marcha, sino que cambia de manos. Se seguirá convenciendo, predicando, defendiendo, ganando seguidores y creando leyes para proteger la fe. La cuestión es si esa fe será la católica o será la del mundo moderno y sus ideologías. No hay alternativa: no hacer seguidores de Cristo es hacerlos del Anticristo. (Nota del escritor: las referencias escriturísticas y eclesiales están tomadas del artículo Evangelización, proselitismo y ecumenismo escrito por Mons. Fernando Ocáriz y publicado en 2006 en la revista Scripta Theologica)

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