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Siniestros patológicos y embusteros compulsivos; en el terreno intelectual -del que presumen, dándonos clases de la gramática que ignoran- aun son menos cosa que en el práctico de andar por casa. Su meta en la paranoia de inutilidad es engañar y robar al que lo ha trabajado, lo tiene y es suyo. De ahí el eliminar la propiedad privada. Su filosofía de «lo mío es mío, y lo de los demás, también», la llevan hasta sus últimas consecuencias. «Te robo lo tuyo, y si te resistes, te mato». En ambos caso están autorizados por el partido. Y como eso sí que es verdad, ya quedan tranquilos, para seguir delinquiendo.
Romper el orden natural les gusta como hundir el barco común en que viajamos todos, para preparar el terreno que les llevará a sus oscuros fines. No están mentalmente capacitados para discernir el bien del mal; para ver la luz y distinguir la sombra. Ni tienen conciencia en su inconsciencia, porque su gusto -a la vez instinto- es que, aunque se quemen, pegarle fuego a España. Empiezan como el perro del hortelano, pero luego siguen, al no saber parar. Envidiosos con avaricia. Quizá la envidia sea el motor de su perversidad, y de ahí su obsesión por eliminar la religión católica. En ella los fieles se resignan a vivir en paz y gracia de Dios, aceptándolo todo. Ellos no aceptan nada; no hay amor ni perdón, que es la consigna católica, y por eso lo detestan y persiguen. Y bien podemos imaginar lo que es un ser sin amor. Ahí está el prototipo y de ahí su inferioridad moral. Si donde habita el bien y la paz allí está Dios, ellos nunca tendrán ahí su sitio. Les come esa envidia que lastra todas las realizaciones. Su naturaleza de escorpión se representa en la fábula de la rana y el escorpión. No se aguantan: son así por naturaleza, igual que las malas hierbas; “progresistas” en el mal. Mueren matándose en la desesperación de la guerra que provocan. Matándose sin honor, valor y verdad. Y llegan mirándote con asco por encima del hombro y perdonándote la vida. Hablando su lenguaje distintivo, vomitivo, inclusivo y absurdo. Diciéndote indirectamente que eres un ser inferior y abyecto, equivocado, eliminable, y que tu único derecho es a morir. Presumen de lo que carecen; con su verborrea de la «superioridad moral», que escupen como reptiles. En su inmoralidad, al no conformarse con robar, parten de ahí. Su ética es esa. Quieren hacerte comulgar con ruedas de molino, si les aguantas, antes de que te insulten escupiéndote, fascista, y te vayas.
Cohabitan con el diablo, y por eso están, además de locos, endemoniados. Quien no cree en el demonio, es que no conoce a la izquierda que es su personificación. Tanto los que mangonean desde el poder haciendo daño, como sus votantes y palmeros, son igual de repugnantes. Llevo mucho tiempo observando a semejante tropa inmunda, variopinta y desquiciada; a esta exclusiva manada que es un arma cargada de odio. A los ejemplares de esta especie, los vengo estudiando desde antes de nacer. Desde que torturaron a mi pobre familia y a las humildes y honradas gentes trabajadoras de los pueblos del Norte, tomados de rehenes, cuando los invadieron en agosto de 1936. ¿Qué justificación tenían para ello? La misma que hoy con lo que hacen. Tras la invasión roja vino el martirio, la ruina y tortura, y la muerte, hasta que, tras 15 meses de clavario terminó aquella historia cruel, pegándoles fuego a los pueblos, reduciéndolos a cenizas, al marcharse. Cuando por fin, «manus militari», pudo ser liberada la zona. Mejor dicho, no hubo resistencia, se marcharon con el rabo entre las patas como perros acobardados, pegando fuego a todo lo que no pudieron robar. Por eso les profeso tan especial cariño…
«Salvaos de esta generación perversa», dijo Jesucristo. Corrompieron la juventud y dividieron a los españoles. Hasta ahora, todos los que presumen ser de izquierdas, progresistas, feministas y demás estupideces, y zarandajas, miembros y «miembras», son responsables del mayor atentado que cambió el rumbo de España: el 11-M. Tras él cometieron un rosario de maldades y se fueron de rositas. Escándalo tras escándalo para tapar al anterior. No descansaron nunca. Son incansables en el mal. Ahora es la corrupción que tienen con lo del Coronavirus y su latrocinio, en la distribución del material sanitario y ese dinero público que dicen no ser de nadie, y que hacen suyo.
¿Cuántos murieron por su causa? Rompieron el equilibrio de la ejemplar transición, de paz y progreso que alumbró al periodo más fértil tras la muerte de Franco, adonde se dio la mejor democracia, la cual el mismo jefe de Estado que había levantado a España, creó las condiciones para que así se diera. La clase media es la democracia. Es su mejor creación, esa estabilidad, concordia y paz, en ilusión, trabajo y mejora, que salvo la ETA comunista que alimentaban los mismos que hoy la subieron al poder con ellos, no había otra mancha en el sistema. Esos mismos viejos socialistas que hoy parece que recobran la cordura y el sentido común, cuando ya nada pintan en la escena política, y dicen la verdad, que entonces ocultaron, para inyectar el virus letal que se fue desarrollando y manifiesta hasta hoy, con la peste roja del Covid-19. Consiguieron embarrar el río por donde iba el agua clara, revolverlo y ensuciarlo todo para destrozarlo, empezando por la justicia. Jamás la respetaron. Después fue el periodismo al que corrompieron y compraron. Hoy no hay otro tema que el político del que viven y abusan. Así todo lo politizaron y crearon los lodazales, porque los cerdos disfrutan en el fango.
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