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Él huye de sí mismo, obsesionado, errante por congresos y asambleas, engranando discursos de estadista e intrigando en conflictos que utiliza como proyecto vil de autodefensa. Mas sabe que no avanza. Tan sólo que no puede detenerse, condenado a soportar el peso de una conciencia infame. Quiere huir de un destino de sangre y de soberbia. Es un hombre de Estado. Un tirano arbitrario y fratricida que maneja un impuro concepto del poder. Está jugando un rol espeluznante: el dirigente espurio a quien designan los dioses insidiosos, las masas subsidiadas o ignorantes. Y por su alma y las de sus sicarios sólo el recelo y el rencor alientan, nunca el puro ideal de enaltecer o redimir al hombre. Tan sólo la mezquina pulsión de mancillarlo y humillarlo.
Este líder representa la negra carnavalada progresista y su camino de iniquidades para zafarse de la justicia. Desde el mismo instante en que pusieron en marcha su ideología, inventaron un mito para poder instalarlo en el olimpo de los equívocos. Sus «100 años de honradez» es la etiqueta de los farsantes. Siempre el poder ha sido para ellos una ocasión para espiar a los rivales políticos, extorsionar a las diversas personalidades e incluso aprovechar los propios resabios para fabricar material de chantaje y con él amenazar al mismo Estado, hasta apropiárselo.
Los jefes y cachorros del soviet, cuando ven en peligro su arte de mutar la sangre en poder y el estiércol en dinero, apuntan sus baterías contra todo lo que se mueve, prioritariamente contra los jueces y fiscales que rastrean el oscuro corredor de sus horrores. En la defensa de esos escasos, y más o menos quiméricos, magistrados que intentan o han logrado adentrarse en esa selva de cadáveres, liberticidio y robo, convirtiéndose en blanco móvil de todas las infamias, se juega nuestra libertad y dignidad ciudadana. Pero con los rufianes gobernando, es arduo ver una justicia independiente del poder. Y ahora, una vez más, sus señorías repiten su papelón de fregonas de este socialcomunismo, que en España siempre deviene en frentepopulismo, limpiando tanto la sangre de las víctimas como la corrupción y las secreciones de la secta.
El desenfrenado empeño de la inservible canalla por sustraerse al imperio de la ley, aun a costa de demoler los cimientos del Estado y destruir a España, desde el dios X hasta los monaguillos S o Z, con su recua de secuaces, es proverbial. Cuando la distinción de las naturalezas está enmascarada, la más indigna puede parecer noble bajo la máscara. Por eso, en estos duros tiempos es preciso mantenerse en permanente vigilancia, sin dejar de reivindicar lo obvio: que la ley debe cumplirse y ser igual para todos. Y que la última esperanza de España se juega en el arriesgado empeño de un ilusorio puñado de jueces -o de militares- por establecer la verdad.
Unas personas que se crecen entre fanáticas consignas, lemas de timadores, enredos y aderezos y no son claras en el discurso no pueden ser fiables. Conviene insistir en que todo abuso de lenguaje es abuso de poder, y quien es capaz de engañarte con palabras, lo que en el fondo persigue es robarte la cartera, la libertad o la vida. En sus actos es difícil concebir mayores disparates lógicos, mayor infamia moral; todos sus juicios, sus ideas y sus consensos son un mercado persa, un agravio a la verdad y una pantomima donde toman por tonto al público que pagó la entrada.
Como refinados saqueadores que son, se acuerdan muy bien de todos los crímenes cometidos, particulares y partidistas, pero a los viejos zorros les gusta andar con silencios, hipocresías y astucias, intentando siempre conciliar la col con la cabra y a sus dioses de azufre con la carne, incendiando iglesias con una mano y saludando Pontífices con la otra. Ello sin abstenerse de utilizar los astutos efectismos de un harakiri con zumo de tomate o el viejo truco de ponerse por encima del bien y del mal cuando les va mal o cuando quieren pasar por dialogantes. Los socialcomunistas, con sus líderes a la cabeza, son inmensamente astutos, pero algunos ciudadanos no están dispuestos a rendir homenaje a sus delitos ni a sus perfidias.
La prelación de un delincuente en el interrogatorio consiste en aislar mentalmente el dato esencial que se debe silenciar, declarando abundantemente sobre los asuntos accesorios. Es obvio que ellos y sus medios tienen bien aprendida esa lección. El socialcomunismo es una organización criminal sobre la que pesan millones de asesinatos, decenas de miles de millones de patrimonio robados, estados saqueados, unos monopolios informativos tan venales que dejan a los protagonistas de la historia de la infamia como unos párvulos, y una justicia que es la moraleja del retrato de Dorian Gray. La memoria democrática del frentepopulismo se ha convertido en la crónica de la inmoralidad y de la indignidad. No obstante, aún son capaces de encontrar compradores para sus burras cojas y ciegas.
En cuanto nuestros liberticidas y sus cómplices acceden al poder, se dedican a enriquecerse y a enriquecer a los ricos -sin duda para que no vayan al cielo, según su hipócrita discurso-, lo cual es lo contrario que enriquecer a España y a los españoles. Dejan a su paso una terrible herencia de latrocinio, represión, ruina y horror, pues el socialcomunismo y la miseria absoluta son compañeros inseparables. Con ellos gobernando, la parte de la sociedad que trabaja y se esfuerza, que se sacrifica, que es abnegada y solidaria, comprueba cómo sus ahorros se van a aquella otra parte de la sociedad que ni trabaja, ni se sacrifica, ni se esfuerza ni se solidariza, y sólo se limita a ser instrumento a la orden de dichos gobiernos.
No son heraldos de progreso, sino mercachifles de consumismos y hedonismos varios, mafiosos de perversiones y libertinajes, lacayos del Capital y de Sodoma, aduladores de la plebe. Bazofia empeñada en destruir todo aquello que crea trabajo y empleo. Nunca se ha visto mayor paradoja que un socialcomunista elegido para ministro de Trabajo, porque no se conoce ninguno que trabaje. Sólo pretenden apoderarse del patrimonio de los que trabajan o trabajaron. Por eso serán buenos ministros de Vagos y Maleantes, no de Trabajo. Cuando su chusma anda a palos, que es lo que suele ocurrir entre ellos en su afán de llevarse el mejor bocado, siempre los explotados piensan: No se matan, no… que eso sería lo bueno…
Su salida del poder carece siempre de grandeza. Dejan sus foros y poltronas cargados con un peso muerto más ignominioso aún que el que tenían cuando llegaron. Y entran en la Historia con el baldón de haber sido los grandes muñidores de la corrupción y del crimen de Estado como factores de gobierno. Las recurrentes ejecutivas que les hemos sufrido han tenido que traicionar siempre a España para seguir siendo fieles a su ideología, esa sombra chinesca que se proyecta como una maldición sobre nuestra patria.
Es terrible que, por su intrínseca maldad, por ese instinto sucio de sobrevivir, inoculando su veneno a cualquier precio, estos desalmados nos hayan retrotraído a los primeros años 30 del pasado siglo, y que, por ese hediondo afán suyo de saciar sus mugrientas venganzas, sus odios fratricidas, tengamos que estar planteándonos otra salvífica regeneración, un nuevo alzamiento liberador, para recordar al mundo -como ocurrió con el franquismo- lo que puede ser España sin la lacra de las izquierdas resentidas y de su amalgama frentepopulista.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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