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Todos conocemos la historia de la tregua de Navidad de 1914, cuando aliados y alemanes dejaron las armas e intercambiaron felicitaciones y regalos, se jugaron partidos de fútbol y e incluso se hicieron fotos juntos. Pero hay otra tregua de Navidad, mucho menos conocida, que tuvo lugar treinta años después, en la Nochebuena de 1944, en el fragor de la última ofensiva alemana en el oeste, durante la batalla de las Ardenas. En una cabaña de cazadores en el Hürtgenwald, en suelo alemán muy cerca de la frontera belga, cuatro soldados alemanes y tres estadounidenses dejaron las armas y compartieron la cena de Navidad.

La cabaña de la familia Vincken estaba habitada por Elisabeth Vincken y su hijo Fritz, de 12 años. Su marido, Hubert, era panadero, pero pertenecía al Reichsluftschutzdienst (servicio de protección aérea) en la ciudad alemana de Monschau, a unos pocos kilómetros de la cabaña. La familia era de Aquisgrán, pero debido a los bombardeos aliados, madre e hijo se instalaron en la cabaña.

Fritz Vincken en la década de los 40 y en 1996 con Ralph Blank

 

Hubert no pudo acudir esa noche, por lo que Elisabeth decidió posponer la cena de Navidad hasta la Nochevieja. Sin embargo, alguien llamó a su puerta. Frente a su cabaña había tres soldados estadounidenses, uno de ellos gravemente herido. Fritz Vincken lo recordaba así: “Cuando mi madre abrió la puerta, había dos hombres afuera. Hablaban un idioma extraño y señalaron a un tercer hombre sentado en la nieve con una herida de bala en la parte superior de la pierna. Sabíamos que eran soldados estadounidenses. Estaban cansados y tenían frío. Me asusté y me pregunté qué diablos haría mi madre. Ella dudó por un momento. Luego hizo señas a los soldados para que entraran en la cabaña, y me dijo que trajera seis patatas más del cobertizo”. Los soldados llevaban tres días perdidos y no hablaban alemán, aunque pudieron comunicarse con Elisabeth mediante señas y un poco de francés. La anfitriona decidió entonces servir la pospuesta cena de Navidad a estos nuevos invitados, así que metió en el horno a Hermann, el gallo cebado bautizado así en honor a Hermann Göring, y Fritz empezó a poner la mesa para cinco.

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La puerta tembló de nuevo, pero no se trataba de más estadounidenses, sino de alemanes, un cabo y tres soldados que también habían perdido a su regimiento. Armándose de valor, puesto que acoger a soldados enemigos significaba la muerte, Elisabeth salió y les dijo que podían entrar y compartir la comida, pero que había otros “invitados, a los que no considerarán amigos”. El cabo preguntó si eran estadounidenses y Elisabeth respondió que sí, y que uno estaba herido: “Es la Noche Santa y no habrá disparos”. Los soldados accedieron y Elisabeth les pidió las armas, entró de nuevo en la cabaña e hizo lo mismo con los estadounidenses.

Dentro de la cabaña los soldados se miraban con recelo, pero “la tensión entre ellos fue desapareciendo. Uno de los alemanes ofreció una barra de pan de centeno y uno de los americanos sacó café instantáneo para compartir. Los hombres estaban ansiosos por comer, y mamá les hizo señas para que se acercaran a la mesa. Todos nos sentamos mientras ella bendecía la mesa. Había lágrimas en sus ojos y vi que los soldados, cansados de la batalla, estaban emocionados. Sus pensamientos parecían estar a muchos, muchos kilómetros de distancia”. A la mañana siguiente, el cabo alemán les entregó un mapa y su brújula a los soldados estadounidenses y les indicó como regresar a sus líneas. Elisabeth se despidió de todos ellos: “Espero que algún día volváis a casa sanos y salvos a donde pertenecéis. Que Dios os bendiga y os cuide”. Alemanes y estadounidenses se estrecharon la mano y partieron en direcciones opuestas.

La revista Reader’s Digest publicó el relato de Fritz Vincken, “Truce in the forest” (Tregua en el bosque) en enero de 1973, pero el que la popularizó fue el presidente Ronald Reagan el 6 de mayo de 1985, en un discurso en el cementerio de guerra de Bitburg, en Alemania: “Esa noche, cuando la tormenta de la guerra sacudía al mundo, tuvieron su propio armisticio. Esos muchachos se reconciliaron brevemente en medio de la guerra. Sin duda, los aliados en tiempos de paz debemos honrar la reconciliación de los últimos 40 años”. La tregua de Navidad llegaría posteriormente a la televisión, con el programa Unsolved Mysteries (Misterios sin resolver) del 24 de marzo de 1995. En 2002 se estrenó Silent Night, protagonizada por Linda Hamilton, que, con las licencias habituales en las películas, relata lo ocurrido esa noche.

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Hubert y Elisabeth Vincken fallecieron en los años 60. Fritz se casó y abrió una pizzería en Honolulu. A raíz de la emisión de la historia en alguien se puso en contacto con el canal para contarles que un anciano que vivía en una residencia en Maryland llevaba años contando la misma historia. Fritz voló a Maryland en enero de 1996 y se reunió con uno de aquellos soldados, Ralph Henry Blank, que aún conservaba la brújula y el mapa que les había dado el cabo alemán. Ralph le dijo a Fritz: “Tu madre me salvó la vida”. Fritz falleció en 2001, sobre aquella tregua de Navidad siempre recordaba lo que decía su madre: “Dios estaba en nuestra mesa esa noche”.

Autor

REDACCIÓN