20/09/2024 17:52
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Hace unos días escribí sobre «el síndrome Romanones» para recordar las «pillerías» que se han utilizado en España desde que aparecieron las primeras urnas y en especial las que utilizó el sempiterno diputado y ministro Don Álvaro de Figueroa. Aquella primera de poner a la puerta de los colegios electorales a uno de sus empleados con una bolsa de monedas y comprar votos, a tanto la pieza (según de reñidas estuviesen las elecciones).

O aquella otra más sibilina que se inventó, ya en tiempos de la II República, de pagar por líneas o adjetivos a los periodistas que escribiesen bien de él (con un precio prefijado, un «Bien» un duro; un «Muy bien», dos y un «Excelente» o «Magnífico», diez) y que le permitió ser el único diputado monárquico en las Cortes constituyentes, el único que habló a favor del Rey Don Alfonso y el más aplaudido (más que Azaña)… lo que le costó, según las malas lenguas, 20.000 duros de los de entonces, o sea, 18 fanegas de olivos. Y es que nadie había sabido comprar votos desde que se votó por primera vez allá por los años del Rey Pelayo mejor que el conde de Romanones.

 

Álvaro de Figueroa, Conde Romanones.

Bueno, no se asusten. He dicho que nadie había sabido comprar votos como él, porque ya sí se sabe que ha aparecido otro caballero (conde o duque) que está demostrando que en eso de comprar votos le da tres vueltas al Señor Conde de Romanones. Entre otras cosas porque aquel Conde compraba los votos con su dinero y sus olivos o sus vides y éste los compra con los barrotes de oro del Banco de España (si es que quedó alguno que no se fuera camino del Volga) ¡La repera!… y parecía un «casto» profesor.

Pienso que ya sabrán a quien me refiero…y mencionar su nombre ya empieza a ser peligroso. Pero veamos: Con el INV (Ingreso Mínimo Vital) ha comprado 2,3 millones de votos, pues ya saben eso del refrán, de bien nacidos es ser agradecidos. Con la Reforma del «SD» (Subsidio de Desempleo) comprará 980.000 multiplicado por 3. O sea, 2.940.000.

Y con la «RPP» (Reforma Prestaciones Paro) 3.500.000 multiplicado por 2 = 7. 000.000 millones. Lo que hace un total de 12.240.000 millones…que serán los millones que le voten en las próximas elecciones… si es que las hay, porque es histórico que al «Padrecito» le gustaba más el sistema de «mano alzada». ¡Ah, y a esta compra del duque o conde de Galapagar habrá que sumarle los que proporcionen los «chiringuitos» de la Ministra Doña Irene!

Está claro. Estos son más listos que aquel Conde de Romanones y mil Casados que aparezcan.

 

«El Síndrome Romanones»

Hoy me van a permitir que les hable del «Síndrome Romanones» y les cuento la historia tal como me la contaron mis amigos, los veteranos Eduardo de Guzmán, que fuera director de «La Tierra» y «La Libertad» durante la República, y Adolfo Lucas Reguilón, el ultimo guerrillero de España y colaborador de prensa de la embajada rusa en Madrid durante la Guerra Civil. Un día hablando con ellos surgió lo del «Síndrome Romanones» y los dos se echaron a reír ante mi ignorancia.

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– Ja, ja, ja… no me digas, Director, que no sabes lo que fue el «Síndrome Romanones».

– Pues, no, no lo sé. Sé lo que se cuenta de Romanones cuando quiso ingresar en la Real Academia («¡qué tropa!») y sé lo que se contaba de la compra de los votos (a tanto el voto ante las urnas), pero lo del «Síndrome» nunca lo había oído.

– Cómo se nota que no viviste aquellos años de la República…pues te lo voy a contar…es mucho más gracioso que lo de la Academia y la compra de los votos, que las dos cosas son verdad. Lo del «Síndrome» vino después. ¿Por qué crees tú que siendo un fullero, un pillo, un golfo y encima cojo, como era, tuvo siempre a la Prensa de su parte? ¿Sabes lo que se inventó en los años anteriores a la Dictadura y durante la República? Como sabía, porque también él había tenido diversos periódicos, que los periodistas estaban siempre lampantes y hasta muertos de hambre, la mayoría no tenían sueldo fijo y se las veían para cobrar las colaboraciones, el muy pillo hizo saber a los «plumillas» que al que escribiese a su favor les pagaba y, claro está, había hostias por echarle piropos cada vez que intervenía en las Cortes. Porque no sólo pagaba por líneas sino también por adjetivos.

– No me digas.

– Pues, te lo digo…y es más, hasta los adjetivos tenían su valor. Por un «bien» seco pagaba menos que por un «espléndido», y no me digas por un «genial».

– ¡Qué barbaridad! ¿Y eso le funcionaba?

– ¿Cómo que si le funcionaba? Vete a la Hemeroteca y te buscas los periódicos del día que intervino en el Congreso para defender al Rey en plenas Cortes republicanas… ¡y ya verás!… Ni Dios que hubiese bajado del cielo… Aquel día creo que se gastó media finca.

– Bueno, el Conde pagaba a los que hablaban bien de él, sólo a los que hablaban de él -intervino Adolfo Lucas Reguilón, que había sido Redactor de «Mundo Obrero» esos años- cosa que no era nueva, pues ya sabéis lo que pasaba, y pasa, en el mundo del toro y en el mundo del teatro. Lo malo es que el «Síndrome» del Conde lo copiaron otros y no sólo para que hablasen bien de ellos, sino también, y a veces pagaban más, por lo que escribiesen contra otros… y ya puedes ir buscando adjetivos en el diccionario de la Real Academia, que entonces todos eran pocos.

 

El Conde de Romanones
 

– Ojo, pero también pagaban los partidos, aunque estos como nunca tenían un duro lo que hacían es que se conquistaban a los periodistas y los hacían inmediatamente militantes e incluso a muchos diputados –agregó Lucas Reguilón.

– Bueno, famoso se hizo lo de la Embajada de Rusia. Porque allí, y lo puedo decir con certeza, ya que mi Redacción estaba justo al lado –dijo Eduardo de Guzmán – hasta se abrió una oficina de «colaboraciones». Y bien que recuerdo a mi amigo Vladimiro.

– ¿Quién era Vladimiro?

– El que pagaba. Un ruso muy simpático, más listo que el hambre. A quien no había quien le colara un gol, aquel cuando llegaba el que iba a cobrar su «colaboración», ojo, que a veces no iba ni el interesado y mandaba a la mujer, cogía la «cuenta» y no soltaba un real hasta que no contaba las líneas y los adjetivos, sólo entonces pagaba y lo más que decía era «¡Españoles, muertos de hambre!».

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– Bueno, yo recuerdo bien «el caso Muñoz Seca» -interrumpió Lucas Reguilón.

– ¿Qué pasó con Muñoz Seca?

– Fue a raíz del estreno de «La Oca» en el teatro de «La Comedia», el día 24 de diciembre de 1931 (justo la Nochebuena), aquella noche que llevaron en volandas al gaditano hasta su casa. Uno de los estrenos más sonados de la República, bueno también fueron muy sonados los de «El divino Impaciente» de Pemán y los de «Bodas de Sangre» y «Yerma» de Lorca. La obra, entre cachondeo y cachondeo y risas y carcajadas le daba tal palo a la Reforma Agraria que habían hecho las Izquierdas, que el PCE montó en cólera y fue a por el autor. Así que la Embajada rusa sacó la fábrica de hacer billetes y hasta triplicó el precio de los adjetivos en contra. ¡Joder, y cómo puso la crítica a la famosa «OCA»!

– Sí, eso lo recuerdo –añadió Adolfo– porque hasta Vladimiro me preguntó por el tal Muñoz Seca.

– Ea, Director, así se escribe la Historia

– ¿Comprendes ahora por qué dejé de ser anarquista?

– Y yo comunista.

– A mí me dio asco el periodismo y me marché a mi pueblo de Piedralaves. Luego, eso sí, ya durante la guerra, pegué más tiros que el capitán Líster de Machado, y no contento con eso después del desastre del 39 me eché al monte y me hice guerrillero, el último guerrillero de España. ¡Gilipollas!

– Pero, si quieres saber más del «Síndrome Romanones» vete un día a la Hemeroteca.

Esto me ha hecho meditar y preguntarme: ¿y quién será el Romanones de hoy? Porque, desgraciadamente, los periodistas y los que se dicen periodistas de hoy no parecen que estén muy lejos de los de aquellos años.

 

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.