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Francisco en Malta (2 y 3 de abril / 2022): simple, confuso y oscurantista.

No hace falta ser un erudito para advertir, que frente a la personalidad de los últimos cuatro papas, Francisco (simple, confuso, perturbador y para muchos el Papa de los errores de interpretación del Concilio Vaticano II), pasará a la historia de la Iglesia como un pontífice de transición, que ni siquiera tendrá para la historia la impronta que dejó en sus apenas treinta y tres días Juan Pablo I. El paso de Jorge Mario Bergoglio será más bien el de un cura párroco argentino al que se le nombró Pontífice. Está claro que en Francisco sorprenden muchas cosas. Bien es cierto que el nivel en la cúpula de la Iglesia ha bajado considerablemente. Ya saben, los alegres años 60.  

    Está bastante claro que Francisco prefiere el proselitismo sobre base evangélica como diálogo con el mundo a fin de captar voluntades, atemperando cuestiones morales y doctrinales, frente a la auténtica evangelización sostenida por el mismo Cristo «Id por el mundo entero y anunciad a todos el Evangelio. Quienes crean y se bauticen se salvarán, pero quienes no crean se condenarán”, continuada por los Apóstoles, los Santos Padres y la Tradición. Amén de lo que es obvio para todos, su constatada simpleza a la hora de dar solución a determinados problemas mundiales. Todo ello más que suficiente para desear que el próximo Pontífice esté a la altura en esta hora difícil de la Iglesia y de la humanidad. Una hora que exige, porque nos jugamos la salvación, anunciar el Reino a una Europa perdida, más que a esas periferias musulmanas, taoístas o tribales. En este sentido, debería hacer reflexionar lo que el mismo Cristo les dice a sus discípulos… “No os dirijáis a las regiones de los paganos ni entréis en los pueblos de Samaria; id más bien a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”.

    Y si hablamos de simplezas por parte del Papa, la pregunta que da título a esta colaboración es absolutamente pertinente, ¿sigue siendo moralmente legítimo que “la caridad bien entendida empieza por uno mismo”?

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    Así pues, estaría bien que desde su Magisterio dejase clara esta cuestión por las constantes y reiteradas llamadas que hace a que Europa acoja a todo el que quiera venir, y de la forma que sea, que también esto lo ha pasado por alto como si no tuviera graves e importantes consecuencias.  

    Permítasenos, entonces, a quienes nos preocupa, y mucho, el problema de la inmigración, que con el mayor respeto al Papa hagamos las siguientes consideraciones en forma de preguntas.    

    ¿Es moralmente lícito que antes de pensar en las necesidades de los demás, uno deba atender a sus propias necesidades?   

    La invasión migratoria que ya soporta Europa ¿puede ser la razón de que cada vez importe menos la suerte que estas gentes corren en el mar?

    ¿Es pecado que un católico europeo sea partidario de mantener y ampliar vallas con concertinas como medio de frenar una invasión que nos puede traer problemas muy graves?

    En lugar de clamar porque Europa deje entrar a todo el que quiera, ¿no sería más conveniente que se les animase a que crecieran por ellos mismos, aunque tuvieran necesidad de la ayuda europea?

    ¿Es inmoral, incluso pecado mortal, oponerse a que lleguen a Europa más musulmanes?

     Siendo el acto bueno por su objeto, intención y circunstancias, ¿qué Europa se oponga a recibir más inmigración estaría moralmente justificado?

    ¿Puede la inmigración desbordada de diferentes continentes, etnias y culturas interferir negativamente en la cultura de Europa, que tiene un significado que va más allá de la persona aislada, por cuanto es el bien común de la civilización occidental, expresión de su dignidad, su libertad y creatividad; no otra cosa que el testimonio de su camino histórico?

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   Siendo Bergoglio no sólo el pontífice de la Iglesia de Cristo, sino el líder moral del mundo, ¿cómo cree que se pueden juzgar sus constantes y reiteradas declaraciones a favor de la acogida a toda la inmigración que está llegando a Europa?   

    ¿Debería el Papa rectificar y rectificarse en esta cuestión, como ha tenido que hacer en otras, al menos para disolver confusiones, incluso escrúpulos de conciencia en muchos católicos que se debaten entre la acogida masiva sin condiciones y las necesidades de sus patrias?

    Por cierto, ¿acaso no se está tergiversando la palabra caridad, la tercera de las virtudes teologales por un buenismo filantrópico inconsistente y perturbador? En este sentido, ¿cuándo la Iglesia de Cristo ha tenido que advertir que no es una ONG como se hace reiteradamente ahora?

Autor

Pablo Gasco de la Rocha