24/11/2024 18:40
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El peruano César Vallejo es el más grande poeta católico desde Dante, y entiendo por católico lo universal.

Thomas Merton.

«Los heraldos negros»

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,

la resaca de todo lo sufrido

se empozara en el alma… ¡Yo no sé!

 

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras

en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.

Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;

o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

 

Son las caídas hondas de los Cristos del alma

de alguna fe adorable que el Destino blasfema.

Esos golpes sangrientos son las crepitaciones

de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

 

Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como

cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;

vuelve los ojos locos, y todo lo vivido

se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!

De este celebrado poema afirma lo que sigue Claudia Gómez Molina ( graduada en Literatura y Humanidades y traductora) en un sitio de Internet que se hace llamar Cultura Genial:

El poema «Los heraldos negros» es una de las grandes obras maestras de la lengua hispanoamericana. Fue escrito por César Vallejo a los 25 años y publicado en su primer libro, también titulado Los heraldos negros, en 1919. Es, quizás, el poema más conocido de Cesar Vallejo, y también el más querido.

El poema trata de la condición humana: el ser humano en tanto que da cuenta de su dolor. Especialmente, el dolor que es difícil definir, decir o comprender.

 

Adviértase que esta autora pondera esta composición poética de “una de las grandes obras maestras de la lengua hispanoamericana”; por derecho o méritos propios, “quizás el poema más conocido de César Vallejo, y también el más querido”, concluye Claudia Gómez, contundente.

Vamos a ponderar por nuestra parte la suya como opinión valiosa. Sobre todo porque para mí Los heraldos negros sigue siendo, particularmente, uno de mis poemarios favoritos de la literatura en español; y en general, César Vallejo, su autor, uno de mis poetas favoritos, no en balde uno de los más señeros de todo el siglo XX (para algunos, exactamente el más grande, en cualquier lengua y lugar).

De hecho, cuando yo barajaba la posibilidad de realizar una tesis doctoral sobre la obra poética del peruano, acabó sorprendiéndome que la crítica especializada coincidiera en este dictamen: Los heraldos negros está bien, qué duda cabeen efecto, una obra no poco estimable; solo que el César Vallejo realmente rupturista, innovador, decantadamente original, vanguardista y genial (autor de una obra poética de voz o estro inconfundible, digamos que inimitable) es el de Trilce, el de Poemas humanos, el de España, aparta de mí este cáliz, toda vez que Los heraldos negros exhibe algo así como una deuda excesiva con el modernismo.

Sí: la exhibe. Pero nunca entendí muy bien, ni siquiera entonces en que me ocupaba más de este particular, por qué tal deuda, tal influjo, había de entenderse necesaria o inevitablemente como algo negativo, impropio, como en este caso, de un gran poeta. Porque en todo caso tal deuda convive, en la selva de versos que constituye Los heraldos negros, con poesías de una profunda humanidad desgarrada y desgarradora, aspecto nuclear en la obra literaria toda del peruano (incluida su prosa).

Para mi gusto (a mi juicio), en Los heraldos negros hay poemas que, si bien todavía teñidos de una estética modernista que acabó siendo postmodernista antes de desaparecer desembocando en ese río común que nos lleva de la poesía, ya exhiben una estética alejada del modernismo. Y sobre todo exhiben una condición que es el sello inconfundible de la poesía toda de Vallejo, a saber: la inconsolable amargura como agridulce que produce la sola toma de conciencia de la condición humana.

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Recuerdo y considero ahora una composición poética de ese libro como esta que reproduzco:

«A mi hermano Miguel»

In memoriam

Hermano, hoy estoy en el poyo de la casa,

donde nos haces una falta sin fondo!

Me acuerdo que jugábamos esta hora, y que mamá

nos acariciaba: «Pero, hijos…»

Ahora yo me escondo,

como antes, todas estas oraciones

vespertinas, y espero que tú no des conmigo.

Por la sala, el zaguán, los corredores,

después, te ocultas tú, y yo no doy contigo.

Me acuerdo que nos hacíamos llorar,

hermano, en aquel juego.

Miguel, tú te escondiste

una noche de agosto, al alborear;

pero, en vez de ocultarte riendo, estabas triste.

Y tu gemelo corazón de esas tardes

extintas se ha aburrido de no encontrarte. Y ya

cae sombra en el alma.

Oye, hermano, no tardes

en salir. Bueno? Puede inquietarse mamá.

 

 

Ciertamente, con el permiso de los tres títulos más celebrados de nuestro poeta (Trilce, Poemas humanosEspaña, aparte de mí este cáliz), los versos reproducidos de Los heraldos negros constituyen, “por méritos, por derecho propio”, una de las composiciones poéticas de más intensa emoción contenida (emoción humana) que creo haber leído en mi vida. De suerte que su lectura, una y otra vez sucedida en el tiempo, me estremece, me eriza la piel.

Como me ha erizado la piel (me ha estremecido todo, hasta las fibras más recónditas de mi alma) el conocimiento de un caso. He sabido del mismo a través de Caso cerrado, de Telemundo. Este programa, reproducido a través de Youtube y tengo entendido que muy seguido en gran parte de Hispanoamérica, lo conduce muy bien la cubano-estadounidense Ana María Polo, abogada (tiene un doctorado en Derecho), cantante y presentadora de televisión. Programa que trata de casos o asuntos desde una perspectiva que calificaríamos de sensacionalista, hipermundana y morbosa, «reales como la vida misma» y en verdad incluso moralmente depravados: Fulano se separa de su pareja tras esta descubrir que practica zoofilia para el negocio de la pornografía, prostituta que queda embarazada de uno de sus clientes, tía que mantiene relaciones íntimas con su sobrino de apenas 18 años, joven prometida con Fulano que acaba yéndose con Mengano, joven que se siente depredadora sexual, embarazada del papá del novio, mujer que mantiene la leche nutricia y natal de sus senos para ofrecer a hombres unos minutos de lactancia previo pago… Casos y testimonios todos de personas que a todas luces no parecen vivir en verdad en el temor de Dios; que no caminan con paso medido, escrutador y sereno por el camino espinoso y estrecho que conduce a la salvación. 

Pero en fin, siempre viene bien pedir en oración: creo, Señor, pero aumenta mi fe. Con todo, me quiero referir a uno de esos casos sucedido a una chica mexicana. Ni que reconocer habría que ignoro si por hacer públicas tales intimidades pagan a los invitados que las exponen morbosas -me figuro que sí-, ni hasta qué punto los guionistas y realizadores de un programa como este reconducen hacia espacios ya pactados a los personajes que desnudan parte de su intimidad ante las cámaras, solo que vamos a dar crédito a lo confesado por la chica mexicana. Ergo, según su testimonio, a los siete años queda huérfana de madre; seis años más tarde, cuando ella es una púber de trece, muere su padre. Fallecidos los progenitores, quedan su hermano y ella, él dos años mayor. Sus destinos se separan, tal vez para siempre, pues, huérfanos que son, salen acogidos por distintas familias. Pero no sin antes hacerse una promesa: una vez alcanzada la mayoría de edad de ella, se reencontrarían.

Y así lo hicieron. Sin embargo, al poco de tal reencuentro él muere, en accidente automovilístico. Entonces a ella el mundo se le viene abajo, hecho añicos. Completamente sola en el mundo, desolada y rota le sobreviene una crisis existencial que la lleva a querer rebelarse contra Dios vengándose de este bajo la forma de seducir a sus ministros ordenados.

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En furiosa rebeldía contra Dios, tras múltiples aventuras amorosas con hasta tres sacerdotes (en las que no faltan episodios de tríos con una monja, un cura y ella), se queda embarazada de un muy joven sacerdote, recién ordenado. Él también aparece en el episodio correspondiente de Caso cerrado, y da su visión de los hechos. Solo que el drama en la vida de esta chica no acaba con lo dicho. No: en plena gestación de la criatura que lleva en su vientre los médicos le comunican que padece un cáncer del que prácticamente no tiene esperanzas de sanación.

Con todo ella decide no abortar; la poca salud que pueda quedarle, la aplicará en lograr la feliz gestación de su nasciturus. Ella desea que en efecto la criatura nazca, por más que ella esté convencida de que inmediatamente luego de haber dado a luz le tocará morir. La criatura, una vez nacida, es su deseo darla en adopción, a una familia “como Dios manda”. El padre biológico, el joven sacerdote, está en desacuerdo: él manifiesta estar dispuesto a colgar sus hábitos para ejercer de esposo y padre, aunque como esposo sea por un breve tiempo, dando por seguro que la joven madre morirá.

Morbo y sensacionalismo aparte, no encuentro palabras para describir el desgarro que me produce la peripecia vital de la joven mexicana (el caso este es de hace como cuatro años; ignoro su desenlace). Inevitablemente me ha llevado un caso así a los versos reproducidos de “Los heraldos negros” de César Vallejo, porque, en efecto según testimonio de la protagonista, tantos palos recibidos en su vida, tanta desgracia, tantos “golpes como del odio de Dios” (el quedarse sola en este mundo con apenas 20 años tras el fallecimiento de toda su familia directa), la llevaron a querer tomar venganza de ese Dios injusto con ella seduciendo a algunos de sus sacerdotes o ministros ordenados.

Qué fuerte, que diría cualquier joven de nuestro tiempo. Y sobre todo cómo nos pone un caso como este en una experiencia de fe tan bíblica, tan veterotestamentaria, como es la experiencia del santo Job, justo entre los justos: en la rica abundancia y también en la más nociva y dramática adversidad, dar gracias a Dios.

Pero ciertamente que no es fácil ese dar siempre gracias a Dios, también en los momentos de más desgarradora tragedia existencial, o incluso de persecución por causa de la fe. Solo que no otra es la petición del Padrenuestro: “No nos dejes caer en tentación, y líbranos del mal”. 

La tentación de acabar queriendo tirar la toalla ante el peso que parece como insoportable de las cruces y pruebas de la humana existencia, máxime en este mundo nuestro tan despiadadamente paganizado, secularizado, descristianizado, sumido en el desamor, individualista a tope y tremendamente vacío de Dios (en plena apostasía), en el que el lema de muchos asumido no parece ser otro que el de sálvese el que pueda.

Sálvese el que pueda, sí. Y que es como si los demonios estuviesen desatados, enloquecidos, sintiendo que el final se acerca: la certeza de que, desde la experiencia de la fe en Cristo y en su Iglesia, la única obsesión del Maligno y de toda su corte de demonios es la de engañar a cuantas más personas puedan, a fin de llevarlas a la perdición eterna.

 

Autor

REDACCIÓN