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Desde un tiempo para acá, se ha impuesto una costumbre, o una moda más o menos justificada  por parte de muchas personas, el ocultar o en el mejor de los casos camuflar, simular e incluso renunciar a su historial falangista, si lo tuviera, hablando claro está, de la coincidencia con algunas de sus propuesta, de un pasado común, de la siempre simpatía hacia esa ideología que, en definitiva no es,–o eso me parece- sino una pobre invocación a las denominados cambios sociales. Hoy, declarase falangista está muy mal visto, y entonces se necesita caer bien entre los ciudadanos, a in de no verse estigmatizados por ser falangista. Hoy se tiene pudor a que se los  identifique como tales, porque- avant la lettre-, declarase falangista supondría para ellos su propia desaparición.

      Asi vemos numerosas páginas digitales, alguna que otra web, mucho asociacionismo tenuemente teñido de azul, eso sí, descartando reconocerse como  falangista, por aquello de una “real política” no vaya a ser que se les señale, como los nazis a los judíos en Alemania, táctica esta que, inventada hace lustros, no conduce casi nunca a resultados positivos como bien sabemos por la experiencia acumulada. Consigna: Esconder su condición nacional sindicalista, falangista en última instancia, para no impresionar negativamente sus proyectos culturales, sociales, deportivos o políticos- Recuerdo que en hace ya años, publiqué un articulo bajo el titulo de Yo confieso. En la que porfiaba en exponer siempre, ante un histórico de la Falange,, mi filiación falangista cono un timbre de honor y nunca como un equipaje oneroso. Que me avergonzara.

          La Falange me dio la oportunidad de hacer cosas, no muchas es verdad, por el bien de los españoles, apresé sus valores de justicia y, solidaridad, de convivencia y respeto; y además y sobre todo me ilusionó una ideología que se basaba en unas nuevas relaciones del trabajo y la asignación de las plusvalías directamente al trabajador y  por otra parte en Falange, primaba el papel esencial del sindicalismo. Por supuesto todo dentro de lo que podríamos llamar un humanismo cristiano. Había también una aportación a la estructura del Gobierno, en base a las unidades naturales de convivencia que, naturalmente hoy, habría que perfeccionarlo y compartirlo con la presencia real de los partidos, que desde mi putno de vista y así lo defendí en varias ponencias ideológicas, por cierto coincidente con el estudio de algunos intelectuales azules, como el catedrático de Filosofía del Derecho Alberto Montoro, de la Universidad de Murcia. También formaban pate del afán humano por defender sus condiciones laborales.  Recuerdo a estos efecto, lo que escribía mi homónimo Eduardo Adsuara en su libro La democracia mixta.

        Claro que la postura de enmascarar la ideología nacional sindicalista,  o simplemente arribarla en el cajón de los trastos viejos, es hoy mucho más cómoda, resguardados por un vergonzoso- (sin ánimo de ofender sino de expresar solo una opinión- -retiro, que los libere de etiquetas perversas. A ellos y a los que de buena fe, creen que la Falange) , es decir, el pensamiento jose antoniano hay que reducirlo a una dimensión menos comprometida, no tengo más reproches que el que sigan ofreciendo el color azul en sus lejas personales. La revolución, no en términos peyorativos, sino tal como lo expresaba el en otro tiempo destacado personaje azul, José Luis Aranguren, -sin ser una cita literal-, que decía “Habría que hacerla paso a paso, poco a poco, pero convencidos en su realización; una realización que desechara todo atisbo de violencia social”-. En efecto ni el mundo ni España viven en los años treinta del siglo pasado, pero lo que importa es que persistan las voluntades para llevar a cabo aquel mensaje que aprendimos de jóvenes: por lógica con palabras y hechos propios del siglo que vivimos: Por Dios, España y su revolución nacional sindicalista Ahí me quedo..

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REDACCIÓN
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