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Este elemento imprescindible para la vida siempre ha estado rodeado de la consideración mágica de ríos, lagos, pozos y fuentes. Se creía que el destino estaba escrito en ella y por ello se ponía al aire una vasija con agua para expresar un deseo. También se atribuyó ciertas propiedades curativas en días señalados: día de la Resurrección y vísperas de San Juan. Sin embargo, comprar o vender agua pensaron que acarreaba mala suerte.

Entre los judíos, cuando fallecía una persona, arrojaban toda el agua que había en casa: el muerto podría haber lavado su alma en ella; es agua impura que ni siquiera era utilizada para regar las plantas. En Navas del Madroño, localidad cacereña donde habitaron los judíos mucho tiempo, se desprendían del agua, por la ventana o por la puerta, cuando moría alguien de la familia. Práctica que aún mantienen muchos pueblos españoles para conjurar los maleficios. Y un recipiente de agua fresca bajo la cama de la parturienta ayudaba a ésta a soportar los dolores del sobreparto.

Desde antiguo, los que sufrían persecución de la justicia, siendo inocentes, se salvaban si saltaban tres veces sobre una corriente de agua. De ahí viene la creencia de españoles, irlandeses y bretones, de que las almas en pena no pueden atravesar un río.

Las mozas casaderas asturianas saben que encontrarán esposo si beben agua de la gruta de Covadonga:

                           La Virgen de Covadonga

                           tiene una fuente muy clara:

                           la niña que bebe en ella

                           dentro del año se casa.

                           ¡Oh Virgen de Covadonga!

                           Bien de verdad vos lo digo:

                           que no vengo más a veros

                           hasta que me deis marido.

 

Algunas muchachas gallegas solían salir la noche de San Juan a coger la flor del agua que brota al alba y que dura un instante: quien la encontrara conseguía novio:

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 Erguete do leito, nena,

ven cara á banda do mar,

qu’anque ti veñas soliña

en compaña has de tornar.

 

Porque el agua casamentera es uno de los ritos populares más antiguos. Las andaluzas, en aquella festividad, veían el rostro de quien sería su marido si se asomaban a un barreño de agua. Echaban también un par de alfileres en una palangana con agua y si por la noche se juntaban, habría boda; alfileres que también dan juego en la verbena madrileña de San Antonio de la Florida, el día del santo. Las granaínas acuden a la Fuente de la Bomba para lavarse la cara en vísperas de San Juan.

 

Las fuentes de amor, tradición que viene del mundo clásico, han dejado amplio rastro en el folclore: el agua corriente cura enfermedades y sana el mal de amores; tomaban agua en el cuenco de la mano derecha y mirando al cielo la bebían para burlar a los duendes.

 

Lo tribunales inquisitoriales de siglos pasados condenaron a una mujer por haber rociado una rama mojada el cielo para atraer la lluvia: fue tomada por bruja. Derramar agua augura tristeza, duelo y lágrimas; brindar con agua mala suerte; soñar con ella, disgustos; que en sueños aparezca calma y clara, en buen augurio. Lo deseable es soñar que se camina sobre ella.

 

Es voz latina, de aqua (agua), de uso en castellano desde sus orígenes. Cita el autor Pancracio Celdrán que, en el siglo XVI, el escritor ascético Pedro Malón de Chaide, en el Libro de la conversión de la Magdalena, al aludir al uso supersticioso que el agua tuvo en el mundo bíblico: “El agua de la celotipia era la prueba de los celosos, como se dice en el Libro de los Números”.

 

Volviendo al título de este comentario, no hay pueblo ribereño de un río que no se considere dueño y señor del caudal de éste. Por eso, para algunos, el agua puede ser el elemento menos solidario de la vida urbana y rural. Pocos son los que tienen en cuenta el agua que se pierde a cada instante, sin aprovechar a nadie, cuando podría reutilizarse para mitigar la sed de muchos pueblos y para regar enormes extensiones de campos fértiles. La tecnología puede calmar la sed de todos, si el Estado es capaz de imponer su autoridad, sobre los intereses partidistas de algunas regiones.

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Terminamos con una ocurrente coplilla que cantaba la abuela de Pancracio Celdrán:

 

                           No quiero que a misa vayas,

                           ni que a la puerta te asomes,

                           ni toques agua bendita

                           donde la toman los hombres.

 

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REDACCIÓN