22/11/2024 01:45
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Es obvio que el globalismo trata de concordar la Historia universal, pese a haber estado siempre definida por la división racial, cultural, religiosa y étnica, es decir, por el enfrentamiento. Resulta imperativo romper dicha tendencia, ese oscuro objetivo del Estado Profundo de homogeneizar los valores culturales nacionales o la individualidad de las naciones y de las personas que forman el conjunto. 

Que haya una única Historia a pesar de la diversidad de puntos de vista nacionales e individuales resulta una utopía, pero podríamos verlo como un ideal si no fuera porque los objetivos globalistas son tenebrosos. No los mueve un pensamiento magnánimo, sino el más perverso afán de represión. Pero, a pesar de los terribles sufrimientos que van a padecer las actuales generaciones por culpa de esta demente plutocracia, es imposible que Europa -el Mundo- se transforme por decisión política en un sólo pueblo, en un solo pensamiento. 

También está claro el patético papel de la mayoría de los cronistas que, al dictado, difunden o silencian información, o el de los historiadores y profesores que imparten Historia en los foros y universidades bajo sospecha. Gracias a sus libros y a sus enseñanzas, es decir, a su sectarismo o a su ignorancia, han conseguido que salgan generaciones de universitarios incrédulos o con ideas distorsionadas acerca de los verdaderos hechos y valores históricos.

Son gravísimos los peligros que plantea una realidad falseada, ejemplificados tanto en el interés por la excesiva homogeneización universalista en detrimento de las culturas nacionales, como en el proteccionismo hacia los intereses y valores de sus poderosos lóbis por mantener el sistema que les conviene. 

Uno de los caminos previstos por la estrategia globalista, socapa de solidaridad, es el de la inmigración, de permanente vigencia. Nadie, salvo las voces críticas marginadas por los poderes fácticos, habla de invasión al respecto, sino de «altruismo», que es una de las innumerables etiquetas que utiliza el Sistema para representarse, variantes todas ellas -«libertad», «democracia», «diálogo», etc.- de una misma doctrina que persigue el objetivo liberticida, la destrucción del humanismo, del Derecho y de la dignidad.

Los Reyes Católicos -y sus inmediatos sucesores- tuvieron bien claro que para construir una gran nación era preciso acabar con el pluriconfesionalismo. Es cierto que los tiempos han cambiado, pero sigue siendo obvio que la convivencia entre dos o más religiones bien dispares, que tratan de ser todas ellas hegemónicas, sólo trae inconvenientes. Y no hablo de dificultades ligeras, sino de gravísimas perturbaciones sociales, incluso de revoluciones y guerras. El fanatismo islamista es un serio obstáculo para la armonía social en un país de raigambre católica o, mejor, cristiana, un germen de confrontaciones y catástrofes. 

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Traigo este dato histórico a cuento para advertir a los incautos de que creer o ignorar las victimistas explicaciones que nos dan para justificar la invasión de inmigrantes es caer en la trampa de la propaganda frentepopulista y la de sus jefes. No es difícil revelar con hechos sus mentiras.

Por ejemplo, si sus ansias de «solidaridad», como dicen, igualaran sus deseos de poder, si de veras estuvieran impacientes por ayudar a los que abarrotan las pateras, habría sido un privilegio para ellos abrir las puertas de sus mansiones a esos «desheredados» en vez de dejarlos a la buena de Dios, deambulando por los barrios populares, mendigando en la puerta de los supermercados, delinquiendo y violando, o viviendo a la sopa boba a cargo del erario público, es decir retrayendo lo aportado por los trabajadores españoles mediante sus impuestos.

Y no menos demostrativo de su generoso talante también habría sido acudir a los países de origen de dichos inmigrantes para luchar in situ contra la desigualdad y corrupción de los respectivos gobernantes, que se aprovechan personalmente de las ayudas al desarrollo que sus países reciben, en vez de emplearlas para el bienestar común.

Por eso, todo nos lleva a la conclusión de que el único objetivo de la antiespaña en el poder,   de los solidarios de salón y de los poderes fácticos que los compran y utilizan mediante un salario de sangre, consiste en debilitar más aún al pueblo como una necesidad política para su absoluta manipulación. Infiltrar en la sociedad y en la cultura española otras tradiciones y culturas facilita la pérdida de su identidad. Y sin identidad no hay nación.

La fe musulmana en España puede ser tolerada en determinadas personas, individualmente, pero nunca constituirse en plataforma para edificar una cierta estructura política que niegue, se oponga u obstaculice el espíritu de la civilización occidental. Porque si el aceite pide permiso para entrar en un vaso de agua, el agua se lo negará, ya que al no poder mezclarse subirá a la superficie y, se haga después lo que se haga para limpiar el vaso, éste quedará aceitoso.

 

El último numerito montado por la antaño respetable Cruz Roja, con algunos de sus miembros trenzando burdos compases de la mano de los estupefactos inmigrantes, es suficientemente expresivo. Tan ilustrativo como que nuestras autoridades, al servicio de la inhumana plutocracia, y sus sicarios globalistas, todos ellos instalados en la jactancia y la impunidad, quieren convertir a los pueblos de España en una selva urbana.

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Una estrategia que ya han practicado en la islamizada Cataluña, donde se hallan el 80% de las mezquitas en las que el salafismo predica la aniquilación de todos los «infieles» en España. Si todo sigue así, si el pueblo sano no sale a la calle para impedir este desastre, Cataluña, con 500.000 musulmanes censados y más de 250 mezquitas -muchas de ellas adscritas a Justicia y Caridad-, cuyos ideales chocan con los valores de la civilización occidental, dejará de ser la excepción en una España babélica y desarraigada. 

Mientras se destrozan los símbolos cristianos y se denigra la religión católica en la sociedad en general y en la educación en particular, colegios autonómicos varios imparten el Islam o están dispuestos a impartirlo. Y más de un Gobierno autonómico ha desarrollado, desarrolla o tiene en proyecto desarrollar con las Comunidades Islámicas contactos de trabajo para la aplicación de la enseñanza del Islam.

 

A todo ésto, nuestro Gobierno -y otros gobiernos de la cuerda- ocultan datos de violaciones y demás delitos cometidos por inmigrantes, o descuidan informar de la nacionalidad de los delincuentes. Como sabemos que tales omisiones no son por incompetencia profesional, cabe preguntarse: ¿por qué lo hacen? Sólo puede haber una respuesta: por imposición de su dueño. Es decir, porque la estrategia del Nuevo Orden Esclavista que los compra así se lo dicta.

Son ellos o nosotros. Los fanáticos del mal, contra el pueblo trabajador y libre. No nos conviene seguir indiferentes ante los atropellos. Ni olvido ni perdón. ¿Hasta cuándo seguirán los españoles sin poner pies en pared?

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.