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“Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir (…)”
Esta elegía del siglo XV, obra magna (una más) de las denostadas letras hispanas, hay que escribirla ahora de esta manera:
“Nuestra muerte es el mar
que va a anegar los ríos,
que son el vivir (…)”
El motivo de esta actualización es el estado de miedo perpetuo en el que vive la población mundial, ahora a un ritmo exponencial gracias al congojavirus. La magnificación necrófila que es está haciendo de este virus y la inane pandemia que está provocando, causan sonrojo, tanto por vergüenza como por enfado contenido, en cualquier mente letrada y carente de miedos infundados e inoculados. La respuesta de los jerifaltes mundiales, declarando un estado de alarma casi uniforme a nivel mundial sólo es la guinda del pastel de la pusilanimidad en la que está sumida el paisanaje, en todos los puntos de la rosa de los vientos.
¿Por qué no prohibir las armas de fuego o los vehículos a motor? Pongo estos dos simples ejemplos porque este es un tema tan sencillo que no hace falta complicarse la vida y hacer un esfuerzo filosófico, psicológico ni literario. Las gilipolleces, como matar moscas a cañonazos, se las dejamos a las élites mundiales. Tanto armas de fuego como vehículos a motor, están controlados, restringidos, mesurados y humanizados, para que causen el menor daño posible del que, inevitablemente, van a causar al ser humano. Pero tanto unas como otros, son usados masivamente y causan millones de muertes anuales, “y lo que te rondaré morena”, porque somos seres mortales y con una forma de vida que mata. Pero no podemos olvidarnos de vivir, porque el otro verbo, morir, lo tenemos asegurado todos los seres vivos sobre la tierra: TODOS.
Sólo asumiendo nuestra condición mortal, que nos hace nacer bajo la enorme paradoja: nacer para morir; podemos intentar vivir plenamente, dentro de las posibilidades de cada cual, pues la igualdad es una falacia partidista más. Que en pleno siglo XXI las religiones y sectas (cuya única diferencia es el poder sociopolítico y económico de unas respecto a otras), lejos de disminuir, sigan aflorando más, es delirante y deprimente. Pero lo es más aún el hecho de que los Estados se hayan convertido en una suerte de nuevas religiones (en su manejo de la población, a la cual han tornado en feligresía : el Dios Estado vigila y rige tu vida por la senda del bien redentor), cuando encima no ofrecen la única prebenda BUENA Y ATRACTIVA que tienen todas las sectas y religiones ancestrales o nuevas: la promesa de la vida después de la muerte… ¡y mejorada, ojo, una vida mejorada y todo por la muerte!. Vamos a ver… yo soy metafísico y esotérico cuando ni mi razón ni las leyes físicas conocidas le demuestran a mis ojos lo que sucede en la realidad… pero estas cualidades son para mejorar mi vida sensible, el gozo de mis cinco sentidos y de mi raciocinio… ¡no son para menoscabarlas, sino que se complementan!.
Actualmente la superstición, las obsesiones, la aprensión y el miedo se han apoderado de las mentes humanas, hasta el punto de haber implosionado en la crisis del congojavirus… un virus más simple que el mecanismo de una pandereta. Pero al igual que ese instrumento puede ser usado para matar (creedme, se puede, todo sirve para eso), un simple virus también. Unos miles de muertos, y bajo las condiciones previas de edad, enfermedades y falta de higiene y civismo que he comentado en muchos artículos, han servido para provocar una crisis social y económica sin parangón desde la II Guerra Mundial. Parece que nos gusta dejar una pandereta rota en medio de una guardería… mientras los empleados de la misma están mirando el móvil y chateando sobre los peligros que hay en la vida…
Un poco de sentido común, junto a una pizca de amor a la vida, es el único remedio para que la mayoría de seres humanos dejen de ser esclavos de sí mismos y, sobre todo, dejen de esclavizar a personas que como yo tenemos muy bien agarrada la sartén, de nuestra vida, por el mango y ya empezamos a estar cansados de quemarnos tantas y tantas veces, por los manotazos que nos da la sociedad mientras cocinamos nuestra vida, en esa sartén, sin meternos con nadie ni interferir en la manera de vivir muriendo que tienen la mayoría.
Recordad siempre que nuestra libertad termina donde empieza la de los demás… y actualmente todos vivimos privados de libertad. No creo que haya que ser Marañón para entender este axioma vital, ¡joder ya!
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