20/09/2024 19:44
Getting your Trinity Audio player ready...

Para alcanzar la victoria en una guerra, no es imprescindible la destrucción o completa aniquilación del enemigo. Basta con anular su voluntad de lucha. Es decir, lograr su rendición, aceptando someterse a la voluntad del vencedor. Y para alcanzar este objetivo cada vez se utiliza menos la violencia física, sustituyéndola por la violencia ideológica o moral. Unas veces combinándola con violencia parcial o sectorial -como es el caso del terrorismo- y otras empleando «armas no letales» que tienen para el agresor indudables ventajas. Entre ellas que evita las bajas propias, es mucho más barata que la guerra convencional y consigue hacerse con el control del oponente sin causar destrucciones. Lo que le permitirá utilizar luego los recursos del enemigo sojuzgado.

Por ello la “guerra convencional” -la continuación de la política por otros medios según la clásica definición de Clausewitz- está siendo sustituida por otros tipos de guerras. Una de ellas es la acción terrorista que, sin alcanzar una «victoria militar» resolutiva, llega a doblega la resistencia y voluntad de vencer del oponente al que impone sus exigencias. Este empleo del terrorismo como instrumento de presión política, ya se analizó en otro artículo de El Español Digital: https://www.elespañoldigital.com/terrorismo-instrumento-presion-politica/

Pero por las razones que ya se han apuntado al comparar las ventajas de las guerras no letales, sobre la guerra convencional, los enfrentamientos armados tendrán cada vez menos protagonismo como forma de imponer la voluntad al enemigo. Y en consecuencia van adquiriendo mayor protagonismo los enfrentamientos que no entrañen el uso generalizado de las armas, ni una violencia que suponga derramamiento de sangre en ambos contendientes -aunque este derramamiento limitado- como es el caso de la acción terrorista. Por el contrario, cada vez tendrán más protagonismo otras guerras «no letales» como son la guerra económica y la ideológica.

Aunque se pretende analizar en este trabajo solamente la guerra ideológica, al estar en pleno confinamiento por el COVID-19 (en España COVID-8M) y a la espera de conocer las consecuencias sanitarias, económicas, políticas y sociales de la pandemia, parece necesario hacer una referencia a la guerra biológica.

Hasta la fecha no sabemos a ciencia cierta si la actual pandemia es consecuencia de una catástrofe biológica natural, de “un escape accidental” -dentro de un experimento sobre guerra biológica- o de un simple ensayo sobre sus capacidades letales de este tipo de guerra. Es preciso decir que ya desde el siglo XX se estudiaba la amenaza NBQ: Nuclear, Bacteriológica y Química. Por otro lado la guerra biológica y la química son tan antiguas como la misma guerra. Para corroborarlo basta recordar el envenenamiento de fuentes y pozos, o el lanzamiento con catapultas por encima de la muralla de la ciudad sitiada, de cadáveres de los muertos por la peste. Y por citar algo más sofisticado, que pone en  evidencia de lo que es capaz la imaginación del hombre cuando se enfrenta en una guerra, recordar que en los combates navales de las guerras púnicas (264 al 146 a.C) los cartagineses lanzaban sobre las cubiertas de las naves romanas, antes de llegar al abordaje, ollas de barro que contenían víboras. Y no es necesario un derroche de imaginación para comprender el efecto que esta arma biológica produciría al romperse los recipientes  sobre las cubiertas de las naves enemigas. Teniendo en cuenta que los ofidios estarían hambrientos y altamente cabreados por el confinamiento… y que los soldados iban en sandalias y con las piernas al aire. Puede que el procedimiento no causara muchas bajas, pero a buen seguro crearía pánico, y sobre todo desorganización en el “zafarrancho de combate”. Sirva esta digresión para poner de manifiesto que en lo tocante a guerra, “nihil novum sub sole”

Antes de proseguir es necesario hacer referencia también a otra guerra no letal, la guerra económica, que comparte las ventajas ya apuntadas de la guerra ideológica. Y con la que no pocas veces colabora o se complementa. Pues aunque la guerra económica abarca muchos aspectos, se sintetiza en dos: lograr el control de los mercados y conseguir el endeudamiento del oponente, que de esta forma será esclavo del acreedor con mucha mayor eficacia que mediante una invasión y la ocupación de su territorio. Por ello la mejor, la única forma, de alcanzar la anhelada «libertad» y «soberanía» es no endeudarse. O por lo menos no hacerlo por encima de las posibilidades de devolución de la deuda. Algo que a toda costa, y recurriendo a diversos procedimientos, tratará de lograr el acreedor fomentando el gasto, y en mayor medida el despilfarro, hasta lograr ser dueño de la deuda nacional de su contrario. Que es en definitiva la expresión de la victoria en una guerra económica. Y podemos finalizar diciendo que en la guerra económica se pretende el sometimiento financiero del contrario, mientras que en la ideológica el objetivo es lograr su vasallaje moral y político.

Pero tal como se indica en el título, vamos a centrarnos en la guerra ideológica, y dentro de ella, en el lenguaje como arma esencial para la victoria. «En la guerra ideológica, la primera batalla que se gana o se pierde es la semántica» Esto es un axioma; como lo evidenciará el análisis de unos pocos de entre los centenares de ejemplos que pueden proponerse.

De pedir el reconocimiento del “hecho diferencial” a exigir la independencia.

Hasta que los “nacionalismos” se han quitado la careta proclamando sin ambages su objetivo -que no es otro que alcanzar la independencia- han ido sucesivamente empleando el lenguaje para alcanzar la finalidad propuesta. Primero fue exigir el reconocimiento del “hecho diferencial» Luego el empleo de los  términos “nacionalismo” y  «nacionalista» que se han ido asumiendo. Cuando nacionalista implica la voluntad de pertenecer a una nación. Y por inaudito que parezca, con el torticero empleo del lenguaje, se consiguió que en el propio texto constitucional, mientras se proclamaba la indisoluble unidad de la Nación Española en el Art. 2, se reconocían la existencia de regiones y «nacionalidades». De igual forma que, aunque en el Art. 14 se proclama la igualdad de todos los españoles, queda establecido que unos pertenecen a “Comunidades Autónomas” y otros a “Nacionalidades” Lo que forzosamente invalidaba esa “igualdad de todos los españoles” que por fuerza tenía que conducir a la ruptura de la unidad nacional.

Naturalmente, al no haber presentado batalla en la ofensiva semántica de esta guerra ideológica, los siguientes hitos al “nacionalismo” han sido el «soberanismo» (es soberano el sujeto político que tiene voluntad y capacidad para decidir en su propio y único nombre) «autodeterminación» «estado libre asociado» “desconexión”…. y finalmente, ya sin tapujos, reclamación de la independencia con la consecuente ruptura de la unidad nacional.

Este hecho es un claro ejemplo de como, mediante el empleo de palabras y términos propios de la guerra ideológica, el independentismo ha ido consiguiendo paulatinamente acercarse a su objetivo final sin necesidad de un enfrentamiento armado. Y esto es igualmente válido para todos los «independentismos», tanto el de Las Vascongadas como el de Cataluña y de los que quieren irles a la zaga. Es preciso poner de relieve que ambos movimientos han estado perfectamente coordinados: Mientras el vascongado reforzaba la acción psicológica mediante el empleo de la acción terrorista -sin desdeñar la educación en las ikastolas- el catalán se centraba en la guerra ideológica por el dominio de los medios de comunicación y la enseñanza. Aunque aprovechando indirectamente la violencia terrorista de la ETA en una doble vertiente: primero como elemento de distracción, pues mientras la atención del Estado se centraba en el lacerante problema de las víctimas causadas por la acción terrorista en las provincias Vascongadas, el independentismo catalán progresaba «a la chita callando» -sin prisa pero sin pausa- para ir alcanzando los sucesivos objetivos intermedios que tenían previstos en pos de alcanzar su objetivo final. Lo que ahora se denomina, en un manido lugar común, como «hoja de ruta».

           

                

Por otra parte ese elemento de distracción era complementado con la difusa amenaza de que el progreso pacífico del “soberanismo” catalán, podía tornarse en violento en el caso de que se pretendiera detenerlo. Y esta dualidad de ambos movimientos independentistas, funcionó hasta que en un momento dado se cambiaron los papeles. El independentismo vasco se «puso al pairo» mientras que el catalán tomaba la iniciativa en el avance, sin desdeñar ya la violencia -aunque sin derramamiento de sangre- por simple cuestión de táctica. A la vista de las negativas consecuencias que había tenido el terrorismo etarra en la esfera internacional. Y de igual forma que el «soberanismo» catalán había aprovechado la violencia de ETA para ir alcanzando los objetivos intermedios de su avance, en la nueva situación creada tras el cambio de papeles, era el independentismo vasco el que seguía recogiendo las nueces. Que si antes caían sacudidas por el terrorismo etarra, lo era ahora por la acción política y mediática del gobierno autonómico catalán.

Pues como ya se ha dicho, era precisamente la acción terrorista de ETA la que había dificultado la búsqueda de apoyos internacionales. Cosa que al no suceder en Cataluña, fue hábilmente explotado por el «Govern» y sus “embajadas” con la inaudita pasividad de los diferentes gobiernos de España, en flagrante vulneración del Art. 149-3 de la CE que  reserva al Estado la competencia exclusiva de las relaciones internacionales.

Este procedimiento de avance alternativo no tiene ningún misterio para quien tenga elementales conocimientos de táctica. Cuando una división pretende romper un frente, y avanzar para alcanzar un objetivo final, normalmente elige dos direcciones de ataque: Una principal y otra secundaria. El avance se inicia por aquella en la que se espera encontrar menor resistencia. Y por ello se piensa avanzar con mayor celeridad para alcanzar el objetivo propuesto. Pero si en un punto del avance, una de las direcciones se encuentra una resistencia mayor de la esperada, se establece a la defensiva consolidando los objetivos alcanzados y vuelca el esfuerzo principal en la dirección secundaria. Y este «avance por saltos» tendrá lugar cuantas veces sea necesario, ejerciendo el esfuerzo en una u otra dirección -según la resistencia encontrada- hasta “cumplir la misión”. Que en el caso que nos ocupa es alcanzar la independencia.

Y cualquier general sabe -y el gobierno de la Nación así debe contar con ello- que llegado el momento en que las dos direcciones de avance quedan detenidas, merced a la resistencia encontrada, el enemigo buscará una nueva dirección -no pocas veces envolvente- para proseguir su avance en pos de alcanzar su objetivo que, es preciso reiterarlo, no es otro que lograr la independencia. Por ello la decisión para impedirlo habrá de tomarse, como es preceptivo, en función de la hipótesis más probable. Pero estableciendo la seguridad en base a la más peligrosa. Y esa hipótesis más peligrosa es sin duda que, superado el parón coyuntural, prosiga el avance en cuanto se le presente la ocasión. Por ello es imprescindible aprovechar la detención temporal para lanzar un brioso contraataque que permita recuperar el terreno perdido, haciendo retroceder al enemigo a sus bases de partida. En el caso que nos ocupa obligarle al puntual cumplimiento del espíritu y la letra de la CE. Blindando las prerrogativas del Estado y embridando las Autonomías,  mediante la recuperación de competencias que jamás debieron cederse. Pero que se transfirieron, merced al permanente chantaje político, ante el que se claudicó por el mercadeo de unos votos necesarios para la gobernabilidad del Estado. Y esta recuperación de competencias debe llevar aparejada la modificación de la ley electoral para evitar que se vuelva a las andadas. No hacerlo sería como tratar de llenar un cesto de agua. Es preciso insistir en que tanto el independentismo vasco, como el catalán, se han regido en sus procedimientos por este avance alternativo. Y que la momentánea detención que se ha logrado, debe servir inexcusablemente para hacerles retroceder al punto de partida. La letra y el espíritu de la Constitución de 1978 cuyo «limes» jamás se les debió dejar rebasar.

No se habría llegado a esta situación si desde un principio se hubiera hecho frente, también en el terreno de la semántica, a estos avances. Cuyo punto de partida fue, no debemos olvidarlo, algo tan inocente como las proclamas de “libertat, amnistía, estatut de autonomía” que se prodigaron al iniciarse la Transición. Porque en la guerra ideológica la palabra, las palabras, tienen una importancia esencial. Y deberá contarse con que esta imprescindible defensa de la unidad de España, será combatida por el independentismo, en el terreno de la semántica tachándola de un intento de “recentralizar”. Idea que habrá de combatirse -también en el terreno de la semántica- calificándola como una acción imprescindible para la defensa de la unidad de España y de la Constitución.

Ya hemos visto como mediante los combates de una batalla ideológica, iniciada en la Transición con los estatutos de autonomía, se ha transitado hasta las puertas de la secesión de lo que antaño eran regiones españolas. Veamos ahora un nuevo ejemplo de la victoria alcanzada, mediante el empleo de la semántica, en otra batalla ideológica. Y como para muestra vale un botón, sólo llamar la atención sobre la influencia que en este contencioso, cuyo objetivo final es la ruptura de España -su desaparición en definitiva- supuso la eliminación de tan sólo tres palabras: Una, Grande y Libre que campeaban en el escudo de la Enseña Nacional.

LEER MÁS:  Alto y claro. Por Amaya Guerra

De la “Apertura” a un nuevo “Gobierno del Frente Popular”

Quienes ya peinan canas que hagan memoria: 1973 socialistas y comunistas proscritos por el «Franquismo». Pero a partir del asesinato de Carrero Blanco -nunca aclarado y sin voluntad de hacerlo… ¿cui prodest?- se fue introduciendo una idea mediante una nueva palabra: «apertura». Más tarde vino el «espíritu del 12 de febrero» Luego, partidos políticos no, sólo asociaciones políticas. Después, partidos políticos sí: Todos menos el comunista. A continuación partidos políticos sí, todos, incluido el comunista…. y así llegamos al año 2007 en que el «franquismo» es perseguido por la infame ley 52/2007  y sus símbolos, héroes y mártires proscritos. Siendo sustituidos por monumentos y honores a sus enemigos y verdugos. Y ahora vemos como en este año 2020, el nuevo “Frente Popular” (conjunción rojo-separatista ahora como en 1936) que okupa el Gobierno, tiene el designio de aprobar una nueva ley “de memoria democrática” con la que pretende, no sólo hacer desaparecer la ingente obra social del franquismo -tras haber profanado su sepulcro- sino también enterrar a la Corona y sepultar en el olvido las atrocidades cometidas por sus ancestros ideológicos; la República y el Frente Popular de 1936.

Pues bien, en menos de cincuenta años, mediante la guerra ideológica (coadyuvada en principio por la acción terrorista no debe olvidarse) y luego solamente mediante el dominio de los medios de comunicación, se le ha dado «la vuelta a la tortilla». Y ello se ha conseguido con los «medios de combate» propios de la guerra ideológica. En un principio contando con medios como el PAÍS, y CAMBIO16 creados y financiados por la “social democracia” (las fuerzas oscuras de la rosa y el mandil)  y ahora por cadenas de TV como «La Sexta» o la catalana TV 3 en iguales manos. Y gracias a ese dominio de los MCS  se ha conseguido que a España no la conozca ni la madre que la parió.

Si Lenin ¿o Stalin? decían que un ciclostil valía por una división acorazada, un periódico -no digamos una televisión- vale por diez divisiones acorazadas, una flota combinada de submarinos y portaaviones mas una formación de bombarderos. Muy bien lo sabe el vicepresidente del Gobierno -aventajado discípulo de ambos- al soñar con el dominio manipulador de una televisión…y de serle posible dominando todas. Y este poder de las televisiones para instrumentar la revolución, es cada vez es más eficaz, a medida que la población va perdiendo el hábito de leer. Prefiriendo la cómoda lactancia ideológica que le ofrece la TV desde el sillón preferido de su hogar.  

Y para poner en evidencia la importancia de los términos empleados en la guerra ideológica, conviene recordar que con una sola palabra “el bunker” se consiguió la rendición sin combate de esa gran mayoría de españoles que querían la reforma del Régimen, tal como había votado la mayoría del electorado, pero no su demolición desde sus cimientos. Demolición que finalmente se hizo mediante una ruptura, contraviniendo así, de forma torticera, la ley que facultaba para la reforma política. Algo que está explicado -para quien quiera conocer en detalle esa estafa política- en el artículo de El Español Digital  “La Transición” ¿Reforma o Ruptura? https://www.xn--elespaoldigital-3qb.com/transicion-reforma-o-ruptura/

 

Nuevos frentes de combate en la guerra ideológica: Aborto, Feminismo y LGTBI

Fracasado el “socialismo real” -el comunismo- con el hundimiento de la U.R.S.S. los ideólogos del marxismo como instrumento de dominio mundial -que apoyaron desde EE.UU. la revolución bolchevique de 1917 en Rusia- se han reconvertido. Y como primera exigencia de la guerra ideológica, han cambiado su denominación para alcanzar no obstante el mismo objetivo. Por ello, utilizando la semántica como arma de la guerra ideológica, se han convertido ahora en “Trilateral” “Club Bilderberg” o el “NOM” además de, por supuesto, cambiar un discurso de “dominio mundial” por el de “mundo global”    

No es que el marxismo haya desaparecido. Sigue teniendo sus espacios de aplicación, y se le sigue apoyando allí donde persiste la “famélica legión”. O donde se consiga que  vuelva a existir. Pero en este cambio global no solamente ha influido la drástica reducción de la masa proletaria y la elevación de su nivel de vida, también el que a partir de 1945 la otrora fiel criada bolchevique se volvió respondona. Y desobediente. Se sintió suficientemente fuerte como para enfrentarse a sus antiguos amos… ¡a pesar de cuanto la habían ayudado! Y el desencuentro persiste todavía con la actual Rusia ex soviética. Lo que no impide que el marxismo “leal” continúe disciplinadamente apoyando a nivel planetario las ideologías del nuevo NOM… ¿por qué será?

Veamos ahora también como mediante el empleo del lenguaje -la manipulación, dicho sea con más propiedad- se va consiguiendo alcanzar los objetivos en la guerra ideológica. Es decir, consiguiendo que determinados hechos de índole ideológica, que en principio son considerados inadmisibles por la sociedad, vayan “calando” y aceptándose.

Aborto.

El abominable crimen del aborto se ha propagado utilizando el eufemismo de interrupción voluntaria del embarazo. Término que ha sido aceptado de forma acrítica, sin que nadie se haya parado a denunciar la prostitución del lenguaje con finalidad política e ideológica. Vamos a verlo. Interrupción, según el diccionario de la lengua española, es «acción y efecto de interrumpir» e interrumpir se define como cortar la continuidad de una cosa en el lugar o en el tiempo lo que además de excluir la irreversibilidad de la muerte del inocente -no se “interrumpe” el desarrollo del nasciturus, sino que se le elimina de forma definitiva y con carácter irreversible- se «cosifica»  la vida del feto, pues de acuerdo con la definición de interrumpir, en la interrupción voluntaria del embarazo se corta la continuidad de una “cosa» no de una vida humana. Y nos viene a la memoria aquello de que el feto es un ser vivo… pero no se puede decir que sea humano. Planteamiento en el que no se sabe que es más atroz, si la amoralidad de quien evacuó tal afirmación o lo yermo de su cerebro.

Imaginemos por un momento el escándalo que se produciría en el «progresismo siniestro» (relativo a la izquierda,  en las acepciones tres, cuatro y cinco en la definición de siniestro) si los defensores de la pena de muerte la designaran como «interrupción legal de la vida» Y que conste que no es comparable la pena de muerte con el aborto. Por una consideración esencial: El aborto es la pena de muerte de un inocente. Mientras que la «interrupción legal de una vida» (puede escucharse como se rasga las vestiduras la progresía siniestra ante esta definición de la pena de muerte) se hace pagar con la vida sus culpas, al culpable. Y es precisamente la posibilidad de que por un error judicial se aplique la pena de muerte a un inocente, el mayor alegato contra la pena capital. Porque supone la irreversibilidad de la “interrupción” de una vida. Algo que por el contrario se obvia en el caso del aborto. Cuando no hay duda alguna de que se causa la muerte a un ser humano. Y de la  inocencia del reo.

Se puede abundar en estas consideraciones señalando la aberración que supondría, definir o designar el asesinato, como «interrupción alegal de la vida» o el homicidio  imprudente como «interrupción involuntaria de una vida»“interrupción” que no es “susceptible de continuar”. Porque es definitiva.

 Creo que lo antedicho es suficiente para poner de manifiesto el doblez que supone calificar el aborto como “interrupción voluntaria del embarazo”. Voluntaria de la persona que acaba con la vida, cabría decirse, pero no de la víctima. Y a mayor  abundamiento decir también que, de acuerdo con el siniestro eufemismo “interrupción voluntaria del embarazo”, podríamos llegar a ver que la eutanasia se terminará definiendo como «interrupción misericordiosa de la vida» «interrupción de una vida onerosa» o «acortamiento de la trayectoria vital». Y no quiero seguir dando ideas a nuestra progresía siniestra.

Sodomía

Pero tal vez el paradigma más señero, de como mediante el lenguaje se pueden ganar las guerras ideológicas, lo represente el hecho de que los sodomitas han ganado todas las batallas -y continúan su imparable avance- al conseguir que tanto en la expresión oral, como en la escrita, se haya impuesto el llamar «gay» al invertido. En efecto; al desterrarse el rotundo y sonoro término de maricón, los sodomitas ganaron el primer combate ideológico. Ahora, como en la guerra convencional, continúan su imparable avance mediante la imposición de leyes que terminarán proscribiendo -y castigando como «LGTBY fobia»- hasta el empleo de la  palabra maricón, que recoge y define el diccionario de la lengua española. Igualmente podría decirse que mediante el acrónimo LGTBY se enmascara y normaliza, introduciéndolo en la conciencia de la población como algo normal, algo que en forma alguna lo es. Pues si es cierto que hay «diversidad sexual» no es menos cierto que esa diversidad es «contra natura» y por ello, aunque deban ser respetadas las «personas diversas» no debe admitirse como «normalidad». Y menos aún permitirles el proselitismo. Llamar maricón a un sodomita, no puede reputarse como un delito, de igual forma que tampoco lo es el llamar tuerto a quien le falta un ojo. O manco al que le falta un brazo.

A este respecto conviene llamar la atención  sobre el sarcasmo que supone el hecho de que los sodomitas -la internacional rosa- hayan adoptado por enseña el arco iris. Uno de los más asombrosos fenómenos de la naturaleza, convertido en bandera de los contra natura. Y obsérvese que los sodomitas -no es necesario el “lenguaje inclusivo- tras haber erradicado la palabra maricón -o bollera en su caso- están consiguiendo un nuevo hito que deberían tener expresamente vetado; la adopción de niños que tienen derecho a tener un padre y una madre. Pues quiso la naturaleza que fueran el fruto de la unión de un hombre con una mujer. Pero esta nueva batalla que han ganado los invertidos, es consecuencia también de otra batalla anterior también victoriosa: El que a las uniones contra natura se las denomine «matrimonio» cuando el diccionario de la lengua española -y la más elemental lógica desde el punto de vista jurídico y social- lo define como unión de un hombre y de una mujer. Unión donde únicamente radica la posibilidad de procrear, aunque no se materialice la capacidad potencial.

Desde luego que pueden existir acuerdos entre dos o más personas, legalizados mediante diferentes tipos de contrato. Pero nunca serán matrimonios. De igual forma que la convivencia o afecto de personas con animales de compañía, por muy fuerte que sea el vínculo afectivo, nunca será un matrimonio. Vemos pues en este caso también como en la guerra ideológica la primera batalla que se gana o se pierde es la semántica. Por ello nunca deberían utilizarse términos como “matrimonio homosexual” o “parejas del mismo sexo” Pero se da el caso que incluso quienes están en contra de que a la unión de personas del mismo sexo, se le llame matrimonio, utilizan en el combate ideológico palabras tan absurdas y contraproducentes como «gaymonio». Lo que implica una doble derrota semántica, al sustituir maricón, invertido o sodomita por “gay”. Y aceptar conceptualmente lo que precisamente se quiere combatir; que la unión de dos personas del mismo sexo -sea cual sea el procedimiento legal con el que sellan su voluntad de hacer vida marital- constituye un matrimonio. No hace falta ser muy inteligente, ni académico de la Real Academia de la Lengua, para saber que el término apropiado para designar estas uniones de sodomitas, debería ser concubinato contra natura. Sólo es necesario buscar en el diccionario la definición de concubinato; “relación marital de un hombre y una mujer sin estar casados”

Así pues, concubinato contra natura, deberá ser el único término empleado para definir las uniones homosexuales. Pongamos también otro ejemplo de uso común y muy difundido. El llamado «día del orgullo gay» deberá ser denominado «día de la desvergüenza sodomita». Y así podríamos seguir, ad eternum, en la “resistencia” para no seguir perdiendo terreno ante los invertidos en el combate ideológico.

La izquierda es maestra en la utilización de las palabras y los conceptos a ellas ligados en su particular guerra ideológica. Debemos pues combatirla con sus propias armas para evitar que se haga dueña del campo de batalla y perdamos la iniciativa. Y la regla de oro es no utilizar los términos que emplea. Se ha apropiado de palabras como son «progreso» y «progresista» que no se les cae de la boca. Lo que podremos comprobar si contamos cuantas veces que las emplea, en sus plúmbeas y largas intervenciones, el narcisista Pedro Sánchez. Dándose la circunstancia de que la izquierda «progresista» -la progresía siniestra- ampara bajo sus banderas opciones tan «progresistas» como el aborto y la sodomía, que ya se usaban en las antiguas ciudades de Sodoma y Gomorra. Siendo además, esta desviación, una constante histórica de todas las sociedades decadentes en el ocaso de las civilizaciones. Y es el regreso al pasado más decadente, el que nos quiere vender la izquierda como «progresismo». Cuando el verdadero progreso es la armonización de los avances tecnológicos y científicos con las inmutables virtudes tradicionales, que han hecho grandes a los pueblos y a las naciones.

LEER MÁS:  En el país de los ciegos el tuerto es el rey. Por Tomás García Madrid

Por ello ahora que la izquierda se ha apropiado indebidamente del “progresismo” prostituyendo su significado, se hace más necesario que nunca insistir en que ese falso progresismo que la izquierda se arroga, es en realidad regresismo o involucionismo. Puesto que bajo tal concepto postulan cosas como la sodomía, el aborto, la patria potestad y la negación de que la unión de hombre y mujer debe ser la única forma de familia. Base de toda organización social.

Y que por el contrario, algo tan «progre» como la degradación de  Sodoma y Gomorra, o de los antiguos imperios en la fase final de su decadencia que defiende “la progresía” es el principio del final de las civilizaciones. Antes de ser aniquiladas por «pueblos machos» que les quitan la libertad y la honra. En palabras del periodista y filósofo tradicionalista Juan Vázquez de Mella.

 

Feminismo

Veamos finalmente otro frente de combate ideológico: El Feminismo, expresión del odio de la mujer al varón, algo que también es contra natura. Y que por ello conduce irremediablemente a la degradación de la sociedad. Porque no debe olvidarse el adagio: Dios perdona siempre, el hombre a veces; la naturaleza nunca.

Si observemos el fenómeno feminista a  la luz de la semántica como arma de guerra ideológica, veremos que feminismo es la expresión de la feminidad, de los femenino. Concepto “amable” totalmente opuesto a la ideología feminista. Mientras que el machismo, utilizado artificialmente como arma en la confrontación ideológica de los sexos, sugiere la cualidad animal del hombre, término ya en si peyorativo. Empleando esa pretendida igualdad que exigen las feministas, lo propio sería designar su movimiento como hembrismo. O mejor aún, atendiendo a esa absoluta igualdad no discriminatoria e “inclusiva” con la que se pretende borrar las diferencias entre ambos sexos, quizás lo más apropiado sería llamarlas machorras.

Las mujeres y los hombres son distintos y complementarios. Y tan aberrante es que uno de los dos sexos avasalle al otro -puede hacerse tanto con violencia física como sicológica- como el pretender que sea igual lo que la naturaleza ha hecho distinto. Una mujer debe tener los mismos derechos que un hombre y puede ser igual de capaz que él, en cualquier ámbito en el que la fortaleza física no sea la capacidad esencial -las mujeres son más fuertes biológicamente que los hombres- y en cuanto a destreza, inteligencia y valor, pueden igualarlos e incluso superarlos. Pensemos en un piloto de caza por ejemplo. Prácticamente una mujer puede hacer lo mismo que un hombre… pero lo que nunca podrá hacer un hombre es algo tan esencial para la sociedad como parir. De igual forma que una bollera no puede fecundar a su concubina contra natura, teniendo que recurrir, forzosamente, al concurso de un hombre. Recuerdo que hace muchos años leí una entrevista a la escritora de novelas rosas o románticas Mª del Socorro Tellado López “Corín Tellado” donde la entrevistadora le decía si no pensaba que con esa literatura hacía un flaco servicio al feminismo, a lo que Corín le respondía: Desengáñese, por más que se empeñen ustedes las feministas, las mujeres tendremos que seguir sentándonos para mear. Admiré la inteligencia de aquella mujer que, de forma inapelable, expresaba que el hombre y la mujer son distintos.

El enfrentamiento entre los dos sexos, al igual que la sodomía y el aborto, ataca los fundamentos de la sociedad. Y el fomentarlo es un crimen de lesa humanidad cuya bandera ha alzado el marxismo, en una nueva lucha que se sustancia mediante la guerra ideológica. Guerra que, como ya sabemos, se dirime en el combate semántico.

Y al igual que ya se expuso en el caso del término “gaymonio” para designar el “concubinato contra natura” la elección de palabras equivocadas, en la resistencia ante la ofensiva ideológica del enemigo puede ser contraproducente. Así vemos que quienes están en contra del la ideología feminista, han dado en llamar a sus predicadoras, y componentes de la grey “feminazis”. Cuando a la vista de sus “pintas” son la antípoda del ideal femenino para el Nacional Socialismo. Ya que por su ideología y “maneras” sería más propio denominarlas “femirrojas” o “femizorras”. Habida cuenta que los textos de las pancartas, y su lenguaje rahez, es más propio de rameras. Tal es el caso de las procesiones blasfemas de la virgen del santo coño, o esa muestra de insuperable elegancia, proclamando a gritos en la vía pública “la talla treinta y ocho me aprieta el chocho”.

Y al hilo de esto conviene llamar la atención sobre el hecho de que la izquierda prefiere utilizar el término “Nazi” en vez de “Nacional Socialista” donde queda demasiado explícito que el Nazismo no es otra cosa que un SOCIALISMO nacional. Porque tanto el Nazismo como el Fascismo son reacciones contra el socialismo internacionalista y por ello el odio que les profesa la Izquierda, ya que le quita el principal argumento de su expansión; la redención de la clase proletaria. El Nazismo y el Fascismo son socialismos pero en clave y con dirección nacional. No internacionalista. Como lo proclama la letra de “La Internacional”… ¡¡¡arriba parias de la tierra!!! ¡¡¡en pié famélica legión!!!

Así pues Nazismo y Fascismo no son otra cosa que disidencias, verdadero cisma o herejía, del dogma marxista. Que como tal “desobedece al Mando” internacional. Arruinando con ello su estrategia para imponerse en todo el orbe.    

Y volviendo a la manifestación femirroja del 8-M, pensemos por un momento lo que hubiera sucedido si el contagio del COVID-19 se hubiera extendido tras una concentración patriótica en la Plaza de Colón. Tendríamos ahora a todo el rojerío y la progresía -la progresía siniestra- clamando: ¡¡¡Covid-19!!! ¡¡¡EL FASCISMO MATA!!! ¡¡¡ASESINOS!!!. Pero ahora, aunque lógicamente se pidan responsabilidades al Gobierno por su incompetencia, a ningún “fascista” se le ha ocurrido agitar las redes sociales proclamando: ¡¡¡EL FEMINISMO MATA!!! ¡¡¡ASESINAS!!!

Es la doble vara de medir, la ley del embudo, de la izquierda (decir española es oxímoron). Y en definitiva el modus operandi del progresismo siniestro. 

Como resumen de lo expuesto, hacer referencia al dicho: “las batallas las ganan los generales, pero las guerras las deciden los maestros de escuela” a lo que podríamos añadir: en mucha mayor medida las guerras ideológicas, donde las ideas, y las palabras que las sustentan, son las armas del enfrentamiento. Podríamos citar mil ejemplos como que tras una sostenida campaña de la izquierda en contra de la entrada de España en la OTAN (OTAN, de entrada NO decía el eslogan) cuando le interesó entrar -por estar ya Felipe González en el poder y haber “cogido  cacho” así como por el deseo de conjurar una repetición del 23F- por increíble que parezca, dio fácilmente la vuelta al calcetín. Cambiando la voluntad de sus correligionarios con el sencillo procedimiento de sustituir “OTAN NO”  por “ALIANZA ATLÁNTICA SI” en la machacona propaganda de los controlados MCS.

Veamos también como no es baladí el cambio de un término. No es lo mismo “Enseñanza” que “Educación” En el concepto educación es mucho más fácil incluir el adoctrinamiento. La enseñanza es proporcionar conocimientos y es tarea  de los centros docentes. Por el contrario la educación debe ser del hogar. Cuando el Estado se empeña en asumir la educación, se está arrogando una misión que corresponde a las familias. Y una vez que a nivel semántico se asume que es al Gobierno a quien corresponde la “educación” de nuestros hijos (Ministerio de Educación Kultura y Deportes) se ha dado el primer paso para incluir el adoctrinamiento. Por mucho que la deyección ideológica se pretenda encubrirla con una fina capa de nata, llamándola “educación para la ciudadanía”.

Nada pues tiene de extraño que  la izquierda, la derecha y los separatismos defiendan con uñas y dientes sus respectivos programas educativos. Lucha en que siempre se lleva el gato al agua la izquierda y los separatismos. Habida cuenta de los complejos que tradicionalmente aquejan a la derecha. Igualmente se podría decir de la beligerante obsesión de la Izquierda para imponer el laicismo en la educación. Eufemismo semántico que encubre la batalla ideológica para irlo convirtiendo, primero en ateo y luego en anti teo

 A modo de conclusión

En la guerra ideológica, como en cualquier guerra, la victoria se alcanza con batallas decisivas. Que a su vez se logran mediante combates victoriosos. Pero lo esencial es la voluntad de vencer, y la constancia y energía insuperable para alcanzar la victoria. Viene esto a cuento porque no pocas veces, en acciones aparentemente modestas realizadas por pequeños contingentes, termina radicando una victoria. Propongamos pues el caso concreto de un “golpe de mano” en el ámbito del combate ideológico.

Tomemos la determinación de, a partir de la fecha, denominar el aeropuerto de la capital de España como “Aeropuerto Internacional Francisco Franco de Madrid Barajas” Puede resultar ridículo, pero no lo es. Se trata de la constancia en el combate ideológico para neutralizar la infame ley 52/2007.

Es preciso denominarlo así, tanto al hablar como al escribir. Nombrarlo de esa manera al taxista que nos debe llevar a coger un vuelo. Consignarlo en los escritos y artículos que se publiquen. También  en las comunicaciones con el extranjero. Y decirlo sin complejos en las entrevistas. Hacerlo tanto de forma explícita, como empleando sólo las iniciales; Aeropuerto internacional FF de Madrid Barajas. A semejanza del Aeropuerto internacional JFK de New York  o el Charles De Gaulle (CDG) de París. Hacer “fakes” transformando los carteles reales que hay en la salida de Madrid con el nombre de Adolfo Suárez sustituido por el de Francisco Franco. Y difundir en la red y el WP esas fotos trucadas hasta conseguir que se hagan virales. Puede parecer infantil, pero no lo es. Solamente es necesario utilizar en ello la insistencia con la que sus enemigos  han atacado la figura de Franco. Hay que utilizar la denominación de Aeropuerto Internacional Francisco Franco de Madrid Barajas siempre, siempre, sin desmayo. En la seguridad de que, tarde o temprano, se terminará imponiendo esa denominación. Y se habrá hecho justicia histórica. Pongamos pues la imaginación a trabajar para no seguir siendo derrotados en la guerra ideológica por los enemigos de España. Que son los mismos que los de Franco, como nos alertó en su mensaje póstumo.  Esto es sólo una iniciativa de las muchas que se pueden llevar a la  práctica. 

Y por si alguien duda de la eficacia de estos “golpes de mano” ideológicos, recordemos un ejemplo reciente de cómo, manipulando el lenguaje, el enemigo consiguió una “victoria”.

 Tal es el caso de la frase publicitaria que se acuñó, para promocionar la Capital de España, en tiempos de Esperanza Aguirre. Es de suponer que se hizo el encargo del eslogan a alguna prestigiosa empresa del ramo y que la propuesta debió gustar a Esperanza Aguirre, pues la frase fue aceptada. Se “lanzó” pues  la campaña publicitaria en todos los medios de comunicación. Su texto era: “MADRID, ESPEJO DE TODOS”. Pero bastó que “la contra propaganda ideológica” -en un alarde de imaginación, es de justicia reconocerlo- lo transformara en “ESPE JODE TODOS” para que la campaña, en que se habían puesto tantas expectativas, resultara no sólo inútil, sino contraproducente. Y se anuló su difusión. Con la consecuencia previsible de tirar a la basura el dinero empleado en la campaña y tener que deshacerse de todo el “merchandisig” que se había encargado con el eslogan.

Sirva esto para reforzar la idea de que en la guerra ideológica -como en la convencional- no hay acción pequeña. Que lo fundamental es la imaginación puesta al servicio de la “voluntad de vencer” y que una difusión masiva de la idea “AEROPUERTO INTERNACIONAL FF DE MADRID BARAJAS” puede ser un combate victorioso en una larga batalla.

Todo menos la rendición ante la infame ley 52/2007.

Porque como dijo el poeta, “los muertos no mueren nunca mientras alguien los recuerda”

 Y Franco sigue vivo en nuestro recuerdo. Y en su ingente obra.

Por ello deberemos gritar siempre:

                                                          ¡¡¡FRANCO VIVE!!! ¡¡¡ARRIBA ESPAÑA!!! 

 

Autor

Avatar
REDACCIÓN