22/11/2024 09:50
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Es difícil comprender la política española donde se dice una cosa y se hace la contraria. La capacidad de sorpresa de los españoles es inagotable. Nunca acabamos de acostumbrarnos a dichos y hechos donde la ficción supera a la realidad. La gran mayoría de los políticos en España son poco fiables, con discursos grandilocuentes, impostados, rotundos y con una cierta pose de suficiencia con la que se trasmite una seguridad y una confianza que luego no se corresponde con la verdad.

Asistimos atónitos a interminables comparecencias parlamentarias en las que se dirimen cuestiones de vital importancia pero cuyos resultados son previsibles. Bonitas palabras, malas soluciones. Gran parte del arco parlamentario reconoce que Sánchez representa el caos, que actúa como un peligroso delincuente, que su ineptitud e ineficacia está costando vidas, que el estado de alarma es aprovechado para multitud de cosas que nada tienen que ver con evitar la propagación de la pandemia. Que las cifras que ofrece el gobierno de la transparencia son opacas y oscuras y que nunca se reconoce error alguno en una gestión manifiestamente mejorable. Se nos alerta del peligro de la bolibarización de la sociedad española, del desastre económico que ya tenemos encima, de la falta de liquidez y de recursos pero, con todo y con esto, el que venía siendo el principal partido de la oposición decide nuevamente dar su apoyo incondicional, en forma de abstención, a los causantes del desastre y a los que acusa de ser el caos.

Pablo Casado dejó escapar una oportunidad única para ocupar el papel que le correspondía según los últimos resultados electorales: comportarse como un auténtico jefe de la oposición. En lugar de eso prefirió seguir la estela de Mariano Rajoy y mostrar su debilidad y sumisión al PSOE, cosa que es la norma habitual de conducta entre los populares. Casado y su partido entienden que los consensos y los acuerdos consisten en la adhesión sin fisuras a las propuestas socialistas. No hay nada más antidemocrático que los consensos en democracia. Pablo Casado optó por salvar el bipartidismo en lugar de salvar España. Lo tenía fácil y volvió a optar por la cobardía y la traición. En contra de lo que él pudiera pensar, tengo dudas de que de esta extraña jugada pueda sacar rédito político alguno. Se dice que para perder algo primero hay que tenerlo. No se puede perder lo que no se tiene y el Partido Popular hace ya mucho años que se quedó sin dignidad.

Otra de las protagonistas de la semana fue la, en otro tiempo, idolatrada y admirada Inés Arrimadas. Lejos queda su gallarda defensa de España en Cataluña y su lucha contra el separatismo. Su entrada en la política nacional fue un inmenso error del que Ciudadanos ya no se recuperará jamás. El proyecto de hacer un partido centrista en España siempre acaba de la misma manera: en brazos de la izquierda y la socialdemocracia más rancia y liberal y Ciudadanos no sería una excepción a la tradición del centrismo español. Inés Arrimadas busca su acomodo personal, que es como acaban la gran mayoría de proyectos carentes de base ideológica. Ciudadanos, en una última maniobra desesperada, busca ganar en los despachos lo que fue incapaz de ganar en las urnas. Es posible que su comportamiento le consiga la presidencia de alguna comunidad o alguna alcaldía de relevancia pero no cabe duda de lo efímero de su éxito.

Pablo Casado e Inés Arrimadas se han convertido en el mejor soporte del gobierno de Sánchez e Iglesias, dejando como líder indiscutible de la oposición a un Santiago Abascal que, con su discurso firme y convincente, se ha ganado el respeto de muchos españoles, en contra de lo que nos cuentan los medios de comunicación bizcochables e interesados en desprestigiar a la formación verde. Un discurso brillante, contundente y, sobre todo, coherente, cosa que es de agradecer, en tiempo de dudas y tribulaciones. Vox se abre paso en un parlamento que nada entre la vergüenza, la inmundicia y la componenda socialdemócrata liberal. 

Autor

REDACCIÓN