24/11/2024 15:35
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Nos llega el eco periodístico de que los bárbaros, de ahora y siempre, han presentado una proposición de ley en el Senado para “la demolición de todo el conjunto arquitectónico del Valle de los Caídos, incluida la Abadía Benedictina y la Basílica de la Santa Cruz”. El proponente es lo de menos; tiene el social/comunismo muchas marcas blancas para tirar la primera piedra y esconder la mano, si el resultado les fuera desfavorable. Es la típica acción para ver la reacción; aunque nadie debería tomarse a broma, y a estas alturas, cualquier brutal ataque contra la fe, la paz social y la libertad de culto. ¿Ahora se enterará la jerarquía católica de que la tumba de Franco era la llave que abría el candado del “vale todo” y “no hay oposición”?

 

Y que necesidad tienen, pensarán los ingenuos, de recurrir a la Ley; si todos los días se fuman un puro con la Constitución y las resoluciones judiciales, y no pasa nada. Para qué los formalismos legales, si estamos inmersos en un proceso revolucionario. Basta un Real Decreto aprovechando el estado de alarma/excepción, se manda un piquete de dinamiteros y el resto es desescombrar. ¿Lo soportarían los católicos españoles? ¿lo aceptaría la iglesia católica, sin un cisma? Son preguntas dirigidas a la conciencia intemporal de todo un pueblo.

¿Que daño puede hacer a nadie un monumento único, universal del arte neoclásico del siglo XX? ¿A quien puede ofender “el memorial colectivo” más extenso de Europa?, donde se acoge a las victimas de los dos bandos de una guerra civil, se reza en latín y con la liturgia benedictina por todos ellos. Tal vez por eso; porque la paz y la reconciliación son fruto del perdón, de la humildad de los errores propios y la condescendencia con los ajenos. Tal vez por el odio ancestral de la izquierda a la cultura de la civilización cristiana, fundamento de nuestra existencia. En cualquier caso, conviene aprestarse a dar la batalla en todos los frentes.

 

Al Valle de los Caídos le hace diferente todo. La razón, el lugar y el fundamento de la construcción; la reconciliación, la paz y la unión en su descanso eterno, de todos los españoles muertos en disputa civil; el que todos los días tuvieran la imploración divina que realiza la orden benedictina encargada del culto y custodia; el tener la cruz más alta del mundo (150 m) y la Basílica Menor más grande del orbe cristiano. También porqué allí se plasman los valores del culto; se adiestra y dirige una escolanía; alberga un centro de estudios sociales, biblioteca y publicaciones sobre la doctrina social de la iglesia y pensadores católicos; se celebran ejercicios espirituales y mantiene una singular hospedería dado el maravilloso entorno.

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El propósito es claro; el mal está presente desde que el mundo existe; la paz sólo se obtiene defendiendo en lo que se cree y advirtiendo, al que la subvierte, de que el derecho propio y la libertad de todos se defenderá con la razón y la justicia. Sólo el respeto al derecho ajeno engendra la paz. Ninguna ley humana debería proscribir el derecho natural; atentar contra las creencias religiosas, lugares sagrados y monumentos históricos. Alguna vez habrá que plantarse y decir: ¡El valle de los Caídos somos todos! Y el momento ha llegado.

 

San Agustín, siempre referente en momentos de tribulación, nos avisa y orienta sobre la condición humana, recogiendo la sabia filosofía pagana de Cicerón. La óptica teológica es la de que “la guerra es una de tantas manifestaciones del “salvajismo pecador” que se da en los hombres desde el comienzo de la historia”. Se trata, sin duda, de una herencia de nuestra naturaleza dañada por el pecado original. De ahí ese desorden interno con el que tenemos que enfrentarnos desde nuestra infancia. De modo que una paz segura y duradera, en nuestro mundo, es una ilusión. Tanto la historia como la doctrina católica nos enseña que no hay estabilidad en las cosas de este mundo. La verdadera paz nos ha sido prometida en el más allá, en otra realidad que no es la temporal.

 

De ahí la conveniencia de que sepan, quienes amenazan con atacarnos, la doctrina del obispo de Hipona sobre las “guerras justas y legitimas” de las que no lo son. Por consiguiente, los cristianos del mundo, espero, no se queden de brazos cruzados viendo como se volatiliza e incendia su legado cultural e histórico. ¿Cuántos se habrían lamentado, visto el resultado, de no haberse opuesto a la quema de iglesias que la II república auspició, en estos días de mayo de 1931? La historia sirve como legado y enseñanza.

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¡El Valle de los Caídos somos todos!, es más que un grito de rebeldía o una advertencia. La guerra civil terminó hace ochenta y un años. El Valle de los Caídos terminó de construirse hace sesenta y dos años. Han pasado tantas generaciones de españoles, que no podemos permitir el falaz argumento de que son elementos objetivos de confrontación entre los españoles.

 

Porque el Valle de los Caídos somos todos, sólo debe hablarse de propuestas de perfeccionamiento y mejora para el futuro; garantizando la viabilidad y supervivencia del Valle, como lo que es: Basílica Menor Pontificia, lugar de oración y recuerdo de la cultura española del siglo XX. Como el Valle de los Caídos somos todos, proponemos una serie de medidas que juzgamos imprescindibles:

 

Instar a la Conferencia Episcopal para que determine y defina, de acuerdo con la comunidad benedictina de la Abadía de la Santa Cruz, las competencias propiamente religiosas dentro del conjunto del Valle, incluida la Hospedería allí instalada.

 

Instar a Gobierno, Iglesia y Comunidad Autónoma a definir con precisión el estatuto legal del Valle de los Caídos, de tal modo que este conjunto monumental y paisajístico sea adecuadamente protegido, las actividades religiosas queden debidamente preservadas y las áreas susceptibles de recibir visitantes queden puestas al alcance de todos los ciudadanos.

 

Utilizando la magistral prosa del mejor soneto de Gerardo Diego, resulta sencillo trasladarlo al Valle de los Caídos, en homenaje y desagravio a su Cruz y a cuantos, vivos o muertos, nos arrodillamos ante ella:

 

Izada Cruz de vida y sueño
que señalas al cielo en alabanza.
Piedra que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en alocado empeño.

Mástil de cristiandad, vivido ensueño,
flecha de fe, cantera de templanza.
Hoy llego a ti, basílica de esperanza,
peregrina ventura, de un alma sin dueño.

Cuando te vi erguida, benigna, firme,
qué inquietud sentí de diluirme
y ascender como tú, envuelta en sayales,

como tú, blanca Cruz de arduo talle,
ejemplo de adoraciones verticales,
muda Cruz en el fervor del Valle

Autor

REDACCIÓN

Nos llega el eco periodístico de que los bárbaros, de ahora y siempre, han presentado una proposición de ley en el Senado para “la demolición de todo el conjunto arquitectónico del Valle de los Caídos, incluida la Abadía Benedictina y la Basílica de la Santa Cruz”. El proponente es lo de menos; tiene el social/comunismo muchas marcas blancas para tirar la primera piedra y esconder la mano, si el resultado les fuera desfavorable. Es la típica acción para ver la reacción; aunque nadie debería tomarse a broma, y a estas alturas, cualquier brutal ataque contra la fe, la paz social y la libertad de culto. ¿Ahora se enterará la jerarquía católica de que la tumba de Franco era la llave que abría el candado del “vale todo” y “no hay oposición”?

 

Y que necesidad tienen, pensarán los ingenuos, de recurrir a la Ley; si todos los días se fuman un puro con la Constitución y las resoluciones judiciales, y no pasa nada. Para qué los formalismos legales, si estamos inmersos en un proceso revolucionario. Basta un Real Decreto aprovechando el estado de alarma/excepción, se manda un piquete de dinamiteros y el resto es desescombrar. ¿Lo soportarían los católicos españoles? ¿lo aceptaría la iglesia católica, sin un cisma? Son preguntas dirigidas a la conciencia intemporal de todo un pueblo.

¿Que daño puede hacer a nadie un monumento único, universal del arte neoclásico del siglo XX? ¿A quien puede ofender “el memorial colectivo” más extenso de Europa?, donde se acoge a las victimas de los dos bandos de una guerra civil, se reza en latín y con la liturgia benedictina por todos ellos. Tal vez por eso; porque la paz y la reconciliación son fruto del perdón, de la humildad de los errores propios y la condescendencia con los ajenos. Tal vez por el odio ancestral de la izquierda a la cultura de la civilización cristiana, fundamento de nuestra existencia. En cualquier caso, conviene aprestarse a dar la batalla en todos los frentes.

 

Al Valle de los Caídos le hace diferente todo. La razón, el lugar y el fundamento de la construcción; la reconciliación, la paz y la unión en su descanso eterno, de todos los españoles muertos en disputa civil; el que todos los días tuvieran la imploración divina que realiza la orden benedictina encargada del culto y custodia; el tener la cruz más alta del mundo (150 m) y la Basílica Menor más grande del orbe cristiano. También porqué allí se plasman los valores del culto; se adiestra y dirige una escolanía; alberga un centro de estudios sociales, biblioteca y publicaciones sobre la doctrina social de la iglesia y pensadores católicos; se celebran ejercicios espirituales y mantiene una singular hospedería dado el maravilloso entorno.

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El propósito es claro; el mal está presente desde que el mundo existe; la paz sólo se obtiene defendiendo en lo que se cree y advirtiendo, al que la subvierte, de que el derecho propio y la libertad de todos se defenderá con la razón y la justicia. Sólo el respeto al derecho ajeno engendra la paz. Ninguna ley humana debería proscribir el derecho natural; atentar contra las creencias religiosas, lugares sagrados y monumentos históricos. Alguna vez habrá que plantarse y decir: ¡El valle de los Caídos somos todos! Y el momento ha llegado.

 

San Agustín, siempre referente en momentos de tribulación, nos avisa y orienta sobre la condición humana, recogiendo la sabia filosofía pagana de Cicerón. La óptica teológica es la de que “la guerra es una de tantas manifestaciones del “salvajismo pecador” que se da en los hombres desde el comienzo de la historia”. Se trata, sin duda, de una herencia de nuestra naturaleza dañada por el pecado original. De ahí ese desorden interno con el que tenemos que enfrentarnos desde nuestra infancia. De modo que una paz segura y duradera, en nuestro mundo, es una ilusión. Tanto la historia como la doctrina católica nos enseña que no hay estabilidad en las cosas de este mundo. La verdadera paz nos ha sido prometida en el más allá, en otra realidad que no es la temporal.

 

De ahí la conveniencia de que sepan, quienes amenazan con atacarnos, la doctrina del obispo de Hipona sobre las “guerras justas y legitimas” de las que no lo son. Por consiguiente, los cristianos del mundo, espero, no se queden de brazos cruzados viendo como se volatiliza e incendia su legado cultural e histórico. ¿Cuántos se habrían lamentado, visto el resultado, de no haberse opuesto a la quema de iglesias que la II república auspició, en estos días de mayo de 1931? La historia sirve como legado y enseñanza.

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¡El Valle de los Caídos somos todos!, es más que un grito de rebeldía o una advertencia. La guerra civil terminó hace ochenta y un años. El Valle de los Caídos terminó de construirse hace sesenta y dos años. Han pasado tantas generaciones de españoles, que no podemos permitir el falaz argumento de que son elementos objetivos de confrontación entre los españoles.

 

Porque el Valle de los Caídos somos todos, sólo debe hablarse de propuestas de perfeccionamiento y mejora para el futuro; garantizando la viabilidad y supervivencia del Valle, como lo que es: Basílica Menor Pontificia, lugar de oración y recuerdo de la cultura española del siglo XX. Como el Valle de los Caídos somos todos, proponemos una serie de medidas que juzgamos imprescindibles:

 

Instar a la Conferencia Episcopal para que determine y defina, de acuerdo con la comunidad benedictina de la Abadía de la Santa Cruz, las competencias propiamente religiosas dentro del conjunto del Valle, incluida la Hospedería allí instalada.

 

Instar a Gobierno, Iglesia y Comunidad Autónoma a definir con precisión el estatuto legal del Valle de los Caídos, de tal modo que este conjunto monumental y paisajístico sea adecuadamente protegido, las actividades religiosas queden debidamente preservadas y las áreas susceptibles de recibir visitantes queden puestas al alcance de todos los ciudadanos.

 

Utilizando la magistral prosa del mejor soneto de Gerardo Diego, resulta sencillo trasladarlo al Valle de los Caídos, en homenaje y desagravio a su Cruz y a cuantos, vivos o muertos, nos arrodillamos ante ella:

 

Izada Cruz de vida y sueño
que señalas al cielo en alabanza.
Piedra que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en alocado empeño.

Mástil de cristiandad, vivido ensueño,
flecha de fe, cantera de templanza.
Hoy llego a ti, basílica de esperanza,
peregrina ventura, de un alma sin dueño.

Cuando te vi erguida, benigna, firme,
qué inquietud sentí de diluirme
y ascender como tú, envuelta en sayales,

como tú, blanca Cruz de arduo talle,
ejemplo de adoraciones verticales,
muda Cruz en el fervor del Valle

Autor

REDACCIÓN