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En los pueblos primitivos para medir el tiempo se utilizaba un sistema etiológico, tomando como referencia un hecho que haya marcado a la sociedad y que sea recordado por las generaciones futuras. En el año 2012 publiqué un artículo con motivo de un debate celebrado en Madrid sobre el poder y la sociedad civil, que lejos de haberse quedado obsoleto, recobra sentido por los momentos que actualmente vivimos. Exponía entonces una reflexión sobre si la crisis financiera que atravesábamos, era consecuencia de años de consentimiento tácito al derroche, a la permisividad y excesos en todos los órdenes, pero principalmente en la esencia humana. A partir de ahí decía, se desencadena una espiral incontrolable que ha tenido su exponente más evidente en esa crisis financiera en términos amplios. Entonces, ¿Cómo se ejerce el Poder en el siglo XXI?

En aquel momento, ya atisbamos necesario un cambio, pues, el problema esencial es que el sistema se ha concebido para una gran mayoría como el aclimatamiento a un status y modus vivendi que le irroga todo tipo de privilegios que -muy posiblemente de permitir ese cambio del que hablamos –acabarían perdiendo y ahí está el quid de la cuestión. Pasados unos cuantos años, lejos de haber sacado conclusiones para la búsqueda de métodos o alternativas para construir un Estado de bienestar que perdure en el tiempo, estamos ante la mayor crisis de Estado vivida en todos los órdenes, sanitaria, política, empresarial, judicial…

La pandemia del coronavirus es una tragedia de magnitud exponencial compleja. Ha marcado meses de desasosiego, de tristeza, de luto por la brutalidad de fallecidos y de mucho desconsuelo, dicho sea de paso. No solo ha sido la incertidumbre para la erradicación del virus, sino que los constantes errores y cambios de criterio en el rumbo de la gestión,  han llevado además a que nuestro país esté sumergido en una profunda y grave crisis económica productiva y de endeudamiento.

El concepto de “nueva normalidad” podría ser incluido dentro del libro Guiness como uno de los más repetidos, a fuerza de que por parte del Poder Ejecutivo se insista en que llegaremos a esa fase en la que, aunque como decía recientemente un Magistrado en una publicación “Nada volverá a ser como antes”.

Hago la presente mención, porque fruto de esa publicación y de las declaraciones efectuadas por parte del Presidente del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León, donde se exponen los datos de los fallecidos en la Comunidad autónoma por el coronavirus y los relacionados con esta enfermedad, así como por el contenido de las manifestaciones jurídicas en torno al estado de excepción- y no de alarma- que vivimos, según su criterio, le ha supuesto el reproche de la alta instancia judicial, con todo lo que ello conlleva.

Nunca ha sido fácil enfrentarse al poder con argumentos ajenos al propio poder. Todos los casos que conozco y que lo han hecho- algunos bien cercanos, han sufrido las consecuencias de ello, duras por cierto, ello es algo que la sociedad civil deberíamos  tener muy en cuenta, pues los damnificados de ello son un ejemplo de valentía para nosotros.

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 Pretender introducir cambios de modelo en una sociedad que se aferra a la teoría del mal menor, es más complicado aun, pero no es imposible. Los imposibles no existen para un individuo que lucha por un futuro, que se resiste a aceptar que no podemos hacer nada para salir de este bache que vivimos y que la desidia y la pereza le convierten en uno más de la multitud pero no lo diferencia como individuo. Y claro en este debate intenso en mis pensamientos, me viene a la mente lo que el gran John Steinbeck relata en lo que para mí es una obra maestra y que casualmente y hace pocos días volvía nuevamente a releer.

            “Es maravilloso el modo en que un pueblecito se mantiene al tanto de su propia existencia y de la de cada uno de sus miembros. Si cada hombre y cada mujer cada niño y cada bebe actúan y se conducen según un modelo conocido, y no rompen muros, ni se diferencian de nadie, ni hace experimento alguno, ni se enferman, ni ponen en peligro la tranquilidad ni la paz del alma ni el ininterrumpido y constante fluir de la vida del pueblo, en ese caso, pueden desaparecer sin que nunca se oiga hablar de ellos. Pero tan pronto como un hombre se aparta un paso de las ideas aceptadas, o de los modelos conocidos y en los cuales se confía, los habitantes se excitan y la comunicación recorre el sistema nervioso de la población. Y cada unidad comunica con el conjunto…”

Seremos capaces de desterrar definitivamente la realidad de que por ir en contra de las ideas y modelos conocidos no acabaremos  perseguidos y casi en el exilio?…

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Esa nueva normalidad, que por lo que vemos aún no se ha producido, puede ser una gran oportunidad para liderar un país solvente, competitivo empresarialmente, con proyección de futuro laboral, con una justicia material con medios, eficaz, y acorde a nuestro tiempo, con las garantías propias de un Estado de derecho y donde el poder se ejerza sin censura a la libertad de expresión,  e  ideología, sea cual sea. Qué duda cabe que en esta nueva etapa el esfuerzo ha de ser máximo en la potenciación de la investigación científica, sin escatimar inversiones en el talento de muchos de nuestros españoles que en algunos casos han emigrado a otros países en búsqueda de un futuro más próspero.

Apostemos por esa “nueva normalidad” y la búsqueda de valores de un mundo cada vez mas deshumanizado.

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REDACCIÓN