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No es mi costumbre el ser reiterativo en la expresión de una idea, pero si en la de un sentimiento. Pese a ello, vuelvo con cerrilidad a incidir sobre este individuo que, trasladado al mundo de Asterix, solo podría ser el fruto de haberse caído en la marmita del deshonor y la ignominia, y mira que es difícil destacar en este aspecto en el seno de un gobierno preñado de hipócritas y falsarios. Supongo que a estas alturas mis queridos lectores ya habrán adivinado quien es el personaje, un vasco esclavo de su ambición de poder, tirano distinguido por sus maneras femeninas y harteras. En lo que respecta a su “amado líder”, nos encontramos ante un caso claro de narcisismo psicopático y, en el suyo, ante un homosexual de mente confusa cargada de revanchismo, lo más próximo a una quinceañera perversa y caprichosa, en Román paladino, una LOLITA CARENTE DE ENCANTO perennemente insatisfecha, que no puede por menos que despreciar a aquellos que, en su momento, lo encumbraron. Su visión me resulta tan repulsiva como la de una escupidera de estación en tiempos de la postguerra o un retrete de uso público atascado. Su gen de maldad y su concepción diabólica del ejercicio del poder lo equipara a algunos personajes que se ganaron un puesto en la historia por la letalidad de sus acciones que, a fuer de ser dañinas, los convirtieron en especímenes tenebrosos y siniestros, entre ellos, fijemos la vista en nuestro aludido, que rezuma veneno por todos los poros de su cuerpo apergaminado, que nos recuerda a un cadáver incorrupto y momificado, y así será de por vida hasta que su hígado no pueda procesar más bilis venenosa, y se lo lleve al infierno para hacer el lugar un poco más espantoso.

Hoy, indignado por su “última trastada”, que ha puesto alas a mi pluma, lo acuso una vez más por sus fechorías. La última, su inasistencia a un homenaje en memoria de Miguel Ángel Blanco, cruelmente asesinado por los sicarios de E.T.A. El evento, cargado de cinismo y oportunismo político, se celebró en ERMUA con la asistencia discutida de la valiente y leal MARIMAR, que se expresó, como es habitual en ella, con la rabia que la caracteriza. A el asistieron, entre otros, los “jefes de pista” del siniestro circo y, como no, nuestro KEN (novio de Barbie) coronado que, una vez más, haciendo gala de su cobarde comedimiento, nos obsequió con unas palabras “previamente censuradas por la Moncloa”. Es de destacar que cada vez brilla más Leticia, como modelo de reina, madre y portadora de los pantalones en el matrimonio Borbón, por ocupación del vacío generado por la condición pastueña de su consorte. Este aquelarre de falsedad dice mucho del futuro INSOSTENIBLE de nuestra iletrada “colmena humana”, que vive adorando al último “becerro de oro” que lo distraiga de los avatares de la Pantoja y Paquirrín, auspiciados por las televisiones que anteriormente entontecieron a nuestros queridos hermanos de la bella Italia.

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Resumiendo: Que, si en plena ceremonia cayese un misil “desorientado”, disparado por el asesino Putin, y acabase con todos, salvo contadas excepciones, no se perdería nada reseñable (supongo que el sacerdote oficiante sería de los de txapela), y concluida la humillante representación, España, en su vertiginosa decadencia, ha descendido un escalón en la escalera que la conduce al infierno de Dante. Mientras tanto, el Gudari Marlaska, que ensombrece al obispo Don Oppas como traidor, encabezaba la avanzadilla de otro evento cargado de desvergüenza y vulgaridad, muestra palpable, multicolor y abochornante del dudoso orgullo de nuestro ganado patrio, donde un grupo de especímenes incalificables denigraron su condición de humanos acantonándose en los niveles más bajos del desarrollo mental e intelectual, y el aludido, en su papel de valiente paladín pancartero, una vez finalizada la marcha, habrá retomado su segunda personalidad de escorpión dejando su puesto de vanguardia en la multitud para volver a sus lares, con su habitual atavío de funerario encorbatado, buscando el resguardo de la cloaca del poder mientras pergeña su próxima traición. Por lo demás, la maltratada España se quedó una vez más, triste y sola como Fonseca, al igual que sus calles, escenarios de la farsa, peligrosamente resbaladizas.

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REDACCIÓN