22/11/2024 03:02
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Un sacerdote menos, mil pitonisas más

George Bernanos

Al doctor en Psicología, psicoterapeuta, profesor y escritor Iñaki Piñuel y Zabala. Con gratitud por su trabajo impagable en pro del desenmascaramiento de esos depredadores intraespecie llamados narcisistas y psicópatas integrados.

A decir verdad, considero que una de las perversiones más luciferinamente refinadas puestas en circulación por los psicópatas socialmente integrados y los perversos narcisistas es la de negar el maltrato que perpetran contra sus víctimas: la sistemática e inmisericorde violencia psicológica con que intentan lastimar, desquiciar y al cabo enloquecer a su presa. Para así ellos seguir engordando su ego narcisista endiosado, su baja autoestima herida, su falta de amor y de empatía hacia el prójimo, al que acostumbran a usar y tirar en función de sus propios intereses, mas nunca tratar como una persona merece ser tratada.

En efecto: ellos se sienten especialmente poderosos, grandes, eximios, seres humanos de excepción, irresistiblemente los mejores de entre los mejores y con derecho a todo, cuando manipulan y lastiman a sus víctimas (con estrategias como la de hacerles el vacío, la de perpetrar contra ellos el silencio victimizador, la de la luz de gas, el juego de la piedad, el acusar a sus víctimas de estar locas o ser unas necias, el hacer creer a sus víctimas que ellos siendo victimarios son en verdad víctimas de sus víctimas, la sistemática infravaloración de estas…).

Seres humanos que manifiestan un descomunal horror ante la sola idea de la muerte -que a todos nos sobrecoge en alguna medida, ciertamente, como humanos que somos-, porque esta les proyecta su propia vacuidad axiológica y existencial (el espantoso vacío de sus vidas, su escasa o nula vida interior, su vivir totalmente de espaldas a Dios y a la acción de la gracia de su Espíritu), son auténticos vampiros emocionales que necesitan robar la energía del otro (de su víctima, que es siempre inocente, quede esto claro) para sentirse ellos importantes. Empequeñeciendo al otro, hasta anularlo como persona, luego de lastimarlo el tiempo que haga falta en su dignidad, es como se sienten ellos grandes, poderosos, distinguidos, seres especiales que se creen con derecho a todo: como si el mundo estuviese en deuda con ellos.

Patológicamente envidiosos de los bienes ajenos, destiladores de odio y de resentimiento, consumados manipuladores, fríos, calculadores, implacables (capaces de llevarte a un trance hipnótico si te descuidas con su sola mirada), sin alma, sin emociones, buscadores permanentes del aplauso y la admiración del otro, mentirosos compulsivos y por lo común personas con poco conocimiento profundo de las cosas, personas con un encanto meramente superficial (con un déjame entrar, que decimos en Canarias), es imposible dialogar con ellos: desprecian la razón, no buscan la verdad, no les interesa lo más mínimo la persona de su interlocutor (menos aún si el interlocutor de que se trate es víctima de su perverso maltrato psicológico); solo les interesa manipular a su interlocutor o interlocutores, lastimarlos, humillarlos, hacerse él (o ella, pues los psicópatas integrados y los narcisistas pueden ser hombres o mujeres) con el poder a base de imponer sus criterios.

Y ay como no se salgan con la suya: vomitarán ira, desprecio, odio, rabia… Patológicamente envidiosos, incapaces de dar amor recíproco y con poco conocimiento profundo de las cosas, van de flor en flor repitiendo acríticamente como loros cuatro o cinco ideas aprendidas, que por supuesto ni entienden bien, con las que pretenden impactar al auditorio, pero siempre buscando llevar la posible conversación a su terrero, para así no perder nunca las riendas del poder y el dominio sobre el otro.

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Radicalmente perversos en su capacidad de hacer daño a sus víctimas inocentes, la Iglesia, sobre todo cuando ejerce de madre y de maestra en humanidad y se deja de componendas y connubios con el mundanismo, siempre ha visto que las personas con trastorno de la personalidad narcisista o psicopático tienen un claro influjo del Maligno, de Satanás, príncipe de la mentira y de toda maldad. Algunos narcisistas con alto grado de perversión o de malicia y también algunos psicópatas integrados, es claro que están posesos (espíritus demoniacos moran en el interior de estas personas), y la totalidad de ellos están dominados o gobernados por el Maligno. De ahí la especial malignidad del daño que causan a sus víctimas.

Sofisticadamente cuidadosos en mantener de cara a la galería su impoluta imagen de ciudadanos ejemplares (en el ámbito familiar, profesional, vecinal…), sin embargo tras esa imagen que los presenta como ciudadanos irresistiblemente encantadores y humanísimos -y que ellos y ellas, insisto, se encargan de mantener fuera de toda duda posible, como para no levantar sospechas-, se esconden verdaderos monstruos que depredan a otros miembros de la especie humana, a base de altísimas dosis de odio, envidia patológica, egoísmo y afán de poder y de dominio, narcisismo, capacidad manipuladora y de hacer daño, falta total de empatía, falta total de sentido de la culpa, falta total de auténtica experiencia de Dios…

Incapaces completamente de ponerse en el lugar del otro, en los zapatos del otro (al carecer totalmente de empatía y de sentimiento de culpa), más allá de sus máscaras «de cara a la galería» aparecieran como seres fríos, calculadores, implacables, incapaces de amar auténticamente, ayunos de emociones, ayunos del más mínimo remordimiento cuando hacen sufrir a sus víctimas el trato vejatorio del que son consumados especialistas.

Ladrones de la energía ajena, huérfanos de empatía y totalmente cerrados a la pregunta por Dios y a la sed de eternidad y a la sola pregunta por el sentido de la vida, suelen ver en las personas nobles, con sentido de la justicia, con múltiples frentes culturales abiertos y abiertas ellas mismas a la voluntad de Dios (personas eminentemente empáticas y probablemente brillantes), a potenciales víctimas contra las que ejercer, cuando la ocasión así lo propicie, toda la perversidad de que son capaces con su violencia psicológica. Para, empequeñeciendo a las víctimas a base de humillarlas, a base de depredarlas, engrandecerse ellos: hinchar e hinchar su ego ya de por sí endiosado.

Malvados hasta decir basta y luego más allá de la hora de almorzar y hasta la noche -permitida la gracia, loado el hermano humor, también para estos asuntos tan sufridos y delicados-, son especialistas en desquiciar a sus víctimas; ya hemos adelantado una de sus técnicas más perversas: hundiendo hasta el fondo a sus presas, una vez estas están hundidas no dudan en querer hacerse pasar por «víctimas de sus propias víctimas».

Refinadamente perversos, como salta a la vista, así acaban provocando un doble sufrimiento. O triple, porque encima todo lo niegan, ellos nunca hacen nada malo, nunca piden perdón, no aceptan crítica alguna, son perfectos sin mácula, además de iracundos y vengativos. Y ya puede ser que les digas la Biblia en verso o que les cites los datos más fidedignos consensuados por toda la comunidad científica de psicólogos, terapeutas y resto de estudiosos de la mente humana, que a ellos les dará igual, les resbalará, les importará un pimiento, toda vez que se sienten como por encima del bien y del mal; ellos (y ellas) a lo suyo: tratar de hacer el mayor daño psíquico y moral posible a sus víctimas: difamándolas, hostigándolas, humillándolas, predisponiendo contra ellas a todos sus monos voladores, tratando de que la propia familia de la víctima la acabe aborreciendo (y no raramente lo consiguen: ¡tal es el poder de su capacidad de causar daño!)…

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Desde luego, para mí que soy católico -ni que aclarar que un católico siempre necesitado de enmienda y de conversión- una capacidad tal y tan retorcida de hacer el mal al prójimo solo puede proceder del influjo del mismísimo Satanás. Y ciertamente si estas personas narcisistas sumamente perversas o psicópatas integradas actúan con tanta libertad de movimientos, es porque esta sociedad permisiva ya no respira a Dios.

O lo que es lo mismo: si no chapoteáramos en las aguas cenagosas de la apostasía, encantados viviendo como si Dios no existiera, estas personas tan ruines y que tanto daño hacen a los demás serían mucho más fácilmente localizables y descubiertas, y así igual no podrían actuar con tanta impunidad, pues entre muchos les pararían los pies. O también dicho como sigue: habiendo perdido el tradicional oremus a favor del relativismo, la permisividad y el narcisismo consumista, hemos acabado bajando la guardia; y este bajar la guardia nos ha dejado más expuestos, y como inermes, sin defensas, a la perversa actuación de estos malvados, auténticos asesinos del corazón y del alma de sus víctimas.

Parafraseando una cita de George Bernanos: «Un sacerdote menos, mil narcisistas o psicópatas integrados más». Es decir: una sociedad radicalmente descristianizada como la actual sociedad española (por solo referirnos a nuestro país) posibilita que muchas personas tóxicas y dañinas a más no poder campen a sus anchas.

Con lo cual que estamos tratando de argumentar, tampoco es que estemos afirmando que en otras sociedades más determinadas por lo católico como el Medioevo, pongamos, no hubiera narcisistas y psicópatas integrados, ¡y tanto que debió haberlos!, en una época además como el Medioevo o Edad Media que desde luego no fue precisamente «oscura y anodina» como se dice de ella y sí turbulenta, apasionada, desbordante, imaginativa, hiperbólica, excesiva, humanísima, lujuriosa, belicosa, guerrera, teocéntrica, claro que feudalísima, etcétera.

 

Solo que sí tratamos de poner el dedo en la llaga sobre esto: este mundo nuestro tan vacío de Dios y tan exaltador del individualismo, el narcisismo consumista y el materialismo, es sin duda caldo de cultivo para que surjan como esporas estos auténticos depredadores, estos malvados capaces de destruir totalmente la psique de las pobres víctimas que tienen la desgracia de caer en sus garras sin luego saber, poder o querer huir, asumiendo como imprescindible defensa el contacto zero con estos monstruos: despiadados depredadores intraespecie.

28 de mayo, 2020. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, escritor, bloguero, militante social.

Autor

REDACCIÓN

Un sacerdote menos, mil pitonisas más

George Bernanos

Al doctor en Psicología, psicoterapeuta, profesor y escritor Iñaki Piñuel y Zabala. Con gratitud por su trabajo impagable en pro del desenmascaramiento de esos depredadores intraespecie llamados narcisistas y psicópatas integrados.

A decir verdad, considero que una de las perversiones más luciferinamente refinadas puestas en circulación por los psicópatas socialmente integrados y los perversos narcisistas es la de negar el maltrato que perpetran contra sus víctimas: la sistemática e inmisericorde violencia psicológica con que intentan lastimar, desquiciar y al cabo enloquecer a su presa. Para así ellos seguir engordando su ego narcisista endiosado, su baja autoestima herida, su falta de amor y de empatía hacia el prójimo, al que acostumbran a usar y tirar en función de sus propios intereses, mas nunca tratar como una persona merece ser tratada.

En efecto: ellos se sienten especialmente poderosos, grandes, eximios, seres humanos de excepción, irresistiblemente los mejores de entre los mejores y con derecho a todo, cuando manipulan y lastiman a sus víctimas (con estrategias como la de hacerles el vacío, la de perpetrar contra ellos el silencio victimizador, la de la luz de gas, el juego de la piedad, el acusar a sus víctimas de estar locas o ser unas necias, el hacer creer a sus víctimas que ellos siendo victimarios son en verdad víctimas de sus víctimas, la sistemática infravaloración de estas…).

Seres humanos que manifiestan un descomunal horror ante la sola idea de la muerte -que a todos nos sobrecoge en alguna medida, ciertamente, como humanos que somos-, porque esta les proyecta su propia vacuidad axiológica y existencial (el espantoso vacío de sus vidas, su escasa o nula vida interior, su vivir totalmente de espaldas a Dios y a la acción de la gracia de su Espíritu), son auténticos vampiros emocionales que necesitan robar la energía del otro (de su víctima, que es siempre inocente, quede esto claro) para sentirse ellos importantes. Empequeñeciendo al otro, hasta anularlo como persona, luego de lastimarlo el tiempo que haga falta en su dignidad, es como se sienten ellos grandes, poderosos, distinguidos, seres especiales que se creen con derecho a todo: como si el mundo estuviese en deuda con ellos.

Patológicamente envidiosos de los bienes ajenos, destiladores de odio y de resentimiento, consumados manipuladores, fríos, calculadores, implacables (capaces de llevarte a un trance hipnótico si te descuidas con su sola mirada), sin alma, sin emociones, buscadores permanentes del aplauso y la admiración del otro, mentirosos compulsivos y por lo común personas con poco conocimiento profundo de las cosas, personas con un encanto meramente superficial (con un déjame entrar, que decimos en Canarias), es imposible dialogar con ellos: desprecian la razón, no buscan la verdad, no les interesa lo más mínimo la persona de su interlocutor (menos aún si el interlocutor de que se trate es víctima de su perverso maltrato psicológico); solo les interesa manipular a su interlocutor o interlocutores, lastimarlos, humillarlos, hacerse él (o ella, pues los psicópatas integrados y los narcisistas pueden ser hombres o mujeres) con el poder a base de imponer sus criterios.

Y ay como no se salgan con la suya: vomitarán ira, desprecio, odio, rabia… Patológicamente envidiosos, incapaces de dar amor recíproco y con poco conocimiento profundo de las cosas, van de flor en flor repitiendo acríticamente como loros cuatro o cinco ideas aprendidas, que por supuesto ni entienden bien, con las que pretenden impactar al auditorio, pero siempre buscando llevar la posible conversación a su terrero, para así no perder nunca las riendas del poder y el dominio sobre el otro.

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Radicalmente perversos en su capacidad de hacer daño a sus víctimas inocentes, la Iglesia, sobre todo cuando ejerce de madre y de maestra en humanidad y se deja de componendas y connubios con el mundanismo, siempre ha visto que las personas con trastorno de la personalidad narcisista o psicopático tienen un claro influjo del Maligno, de Satanás, príncipe de la mentira y de toda maldad. Algunos narcisistas con alto grado de perversión o de malicia y también algunos psicópatas integrados, es claro que están posesos (espíritus demoniacos moran en el interior de estas personas), y la totalidad de ellos están dominados o gobernados por el Maligno. De ahí la especial malignidad del daño que causan a sus víctimas.

Sofisticadamente cuidadosos en mantener de cara a la galería su impoluta imagen de ciudadanos ejemplares (en el ámbito familiar, profesional, vecinal…), sin embargo tras esa imagen que los presenta como ciudadanos irresistiblemente encantadores y humanísimos -y que ellos y ellas, insisto, se encargan de mantener fuera de toda duda posible, como para no levantar sospechas-, se esconden verdaderos monstruos que depredan a otros miembros de la especie humana, a base de altísimas dosis de odio, envidia patológica, egoísmo y afán de poder y de dominio, narcisismo, capacidad manipuladora y de hacer daño, falta total de empatía, falta total de sentido de la culpa, falta total de auténtica experiencia de Dios…

Incapaces completamente de ponerse en el lugar del otro, en los zapatos del otro (al carecer totalmente de empatía y de sentimiento de culpa), más allá de sus máscaras «de cara a la galería» aparecieran como seres fríos, calculadores, implacables, incapaces de amar auténticamente, ayunos de emociones, ayunos del más mínimo remordimiento cuando hacen sufrir a sus víctimas el trato vejatorio del que son consumados especialistas.

Ladrones de la energía ajena, huérfanos de empatía y totalmente cerrados a la pregunta por Dios y a la sed de eternidad y a la sola pregunta por el sentido de la vida, suelen ver en las personas nobles, con sentido de la justicia, con múltiples frentes culturales abiertos y abiertas ellas mismas a la voluntad de Dios (personas eminentemente empáticas y probablemente brillantes), a potenciales víctimas contra las que ejercer, cuando la ocasión así lo propicie, toda la perversidad de que son capaces con su violencia psicológica. Para, empequeñeciendo a las víctimas a base de humillarlas, a base de depredarlas, engrandecerse ellos: hinchar e hinchar su ego ya de por sí endiosado.

Malvados hasta decir basta y luego más allá de la hora de almorzar y hasta la noche -permitida la gracia, loado el hermano humor, también para estos asuntos tan sufridos y delicados-, son especialistas en desquiciar a sus víctimas; ya hemos adelantado una de sus técnicas más perversas: hundiendo hasta el fondo a sus presas, una vez estas están hundidas no dudan en querer hacerse pasar por «víctimas de sus propias víctimas».

Refinadamente perversos, como salta a la vista, así acaban provocando un doble sufrimiento. O triple, porque encima todo lo niegan, ellos nunca hacen nada malo, nunca piden perdón, no aceptan crítica alguna, son perfectos sin mácula, además de iracundos y vengativos. Y ya puede ser que les digas la Biblia en verso o que les cites los datos más fidedignos consensuados por toda la comunidad científica de psicólogos, terapeutas y resto de estudiosos de la mente humana, que a ellos les dará igual, les resbalará, les importará un pimiento, toda vez que se sienten como por encima del bien y del mal; ellos (y ellas) a lo suyo: tratar de hacer el mayor daño psíquico y moral posible a sus víctimas: difamándolas, hostigándolas, humillándolas, predisponiendo contra ellas a todos sus monos voladores, tratando de que la propia familia de la víctima la acabe aborreciendo (y no raramente lo consiguen: ¡tal es el poder de su capacidad de causar daño!)…

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Desde luego, para mí que soy católico -ni que aclarar que un católico siempre necesitado de enmienda y de conversión- una capacidad tal y tan retorcida de hacer el mal al prójimo solo puede proceder del influjo del mismísimo Satanás. Y ciertamente si estas personas narcisistas sumamente perversas o psicópatas integradas actúan con tanta libertad de movimientos, es porque esta sociedad permisiva ya no respira a Dios.

O lo que es lo mismo: si no chapoteáramos en las aguas cenagosas de la apostasía, encantados viviendo como si Dios no existiera, estas personas tan ruines y que tanto daño hacen a los demás serían mucho más fácilmente localizables y descubiertas, y así igual no podrían actuar con tanta impunidad, pues entre muchos les pararían los pies. O también dicho como sigue: habiendo perdido el tradicional oremus a favor del relativismo, la permisividad y el narcisismo consumista, hemos acabado bajando la guardia; y este bajar la guardia nos ha dejado más expuestos, y como inermes, sin defensas, a la perversa actuación de estos malvados, auténticos asesinos del corazón y del alma de sus víctimas.

Parafraseando una cita de George Bernanos: «Un sacerdote menos, mil narcisistas o psicópatas integrados más». Es decir: una sociedad radicalmente descristianizada como la actual sociedad española (por solo referirnos a nuestro país) posibilita que muchas personas tóxicas y dañinas a más no poder campen a sus anchas.

Con lo cual que estamos tratando de argumentar, tampoco es que estemos afirmando que en otras sociedades más determinadas por lo católico como el Medioevo, pongamos, no hubiera narcisistas y psicópatas integrados, ¡y tanto que debió haberlos!, en una época además como el Medioevo o Edad Media que desde luego no fue precisamente «oscura y anodina» como se dice de ella y sí turbulenta, apasionada, desbordante, imaginativa, hiperbólica, excesiva, humanísima, lujuriosa, belicosa, guerrera, teocéntrica, claro que feudalísima, etcétera.

 

Solo que sí tratamos de poner el dedo en la llaga sobre esto: este mundo nuestro tan vacío de Dios y tan exaltador del individualismo, el narcisismo consumista y el materialismo, es sin duda caldo de cultivo para que surjan como esporas estos auténticos depredadores, estos malvados capaces de destruir totalmente la psique de las pobres víctimas que tienen la desgracia de caer en sus garras sin luego saber, poder o querer huir, asumiendo como imprescindible defensa el contacto zero con estos monstruos: despiadados depredadores intraespecie.

28 de mayo, 2020. Luis Henríquez Lorenzo: profesor de Humanidades, educador, escritor, bloguero, militante social.

Autor

REDACCIÓN