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El día 30 de mayo, festividad de San Fernando, se conmemoró el día de las Fuerzas Armadas. Una conmemoración sin pena ni gloria toda vez que estando la nación de luto no hubo acto público alguno. Tan sólo una conversación múltiple de S.M. el Rey con los representantes de algunas unidades. Una conmemoración, que, al menos, ha servido para que en estos días se hable un poco de nuestros ejércitos.

Asumo que cuanto escribo aquí no va a ser del agrado de unos y seguramente podrá ser rebatido con mayor o menor certeza por unos y otros.

La historia de España es muy larga y su devenir ha estado ligada casi siempre al de nuestros ejércitos. Para lo bueno y para lo malo. Por supuesto que la lectura de ella, especialmente la referida a la de la acción de las armas, está afectada de una perspectiva más o menos patriótica y los aspectos negativos de ella son achacables casi siempre a la nefasta influencia de las políticas nacionales – totalmente cierto en parte – y cuando el fracaso ha sido notorio siempre se ha disfrazado o camuflado este bajo el paraguas del heroísmo. Es el caso de Trafalgar o de Santiago de Cuba por poner dos ejemplos navales. España conquistó medio mundo y lo que es aún más difícil lo mantuvo durante cuatrocientos años. Es aquí donde encontramos realmente la tarea nacional por excelencia toda vez, que, sí, también en Europa brillaron durante un largo tiempo nuestras armas pero esos éxitos estaban compartidos con otras nacionalidades, las que componían las tropas imperiales, que no siempre eran españolas. Sí, bajo la batuta del Rey de España, pero en gran medida sus componentes eran alemanes, suizos, irlandeses o italianos. No sólo españoles. Y muchos de sus generales también. No así en la conquista de América donde los actores eran sólo españoles, si bien muchas veces constituidos no como un ejército regular sino como aventureros o soldados de fortuna.

Nada hay más frustrante para un español amante de nuestra historia y de nuestros ejércitos que leerla desde la perspectiva de historiadores extranjeros, especialmente si son anglosajones o franceses. Y digo frustrante porque el menosprecio con que son contemplados es ciertamente muy triste y enojoso en demasía. Por supuesto que la leyenda negra tiene que ver mucho en todo este asunto, como bien nos demuestra Elvira Roca Barea en un reciente libro, pero no es menos cierto, también, si uno es ecuánime y objetivo, que muchas veces no se pueden negar los fracasos. Así, haciendo abstracción de las innumerables guerras civiles del siglo XIX resulta vergonzoso leer que entregamos todo un Imperio : Cuba, Filipinas, Puerto Rico, Las Marianas o las Carolinas sin apenas pegar un sólo tiro. Sí , un desastre naval en Santiago de Cuba, en Cavite y un combate heroico en las lomas de San Juan pero pare Vd. de contar. Fue la rendición en toda regla de unos ejércitos sin liderazgo y sin moral. Y otrosí, cabría decir, con algunas variantes, de las guerras en Marruecos de principios del siglo XX con el recuerdo del desastre de Annual como eje central del fracaso militar.

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Largo y tendido sería discutir todo esto. Lo sé y no es el espacio de un corto artículo como este el lugar para ello como es evidente.

La mejor evaluación de la valía de un ejército viene dada por el análisis de muchos factores pero entre ellos destacan : El liderazgo, la organización y la disciplina. Y envolviendo a todos ellos la moral de victoria, la creencia en unos valores supremos y el firme propósito de dar la vida si preciso fuera por los ideales por los que se lucha. Todo esto es lo que hace a un ejército grande. Es lo que fue el ejercito alemán en la II GM, haciendo abstracción del componente político, o lo que es hoy, en nuestros días, el ejército de Israel.

Y contemplando todos estos factores y también desde la perspectiva de la historiografía extranjera nos encontramos, no sin sorpresa, que alejados de los aspectos políticos hay un momento en el que los historiadores militares foráneos se detienen a estudiar al ejército nacional en nuestra guerra civil y no pueden por menos que descubrirse ante la valía de un ejército que nació con apenas unas unidades africanas y que acabó ganando una larga guerra contra otro muy superior en medios y masa, pero carente de liderazgo y de moral de victoria. ¿A qué fue debida esta victoria ? de nada me sirven las continuas  comparaciones que historiadores baratos, ideológicamente cuasi comunistas, e ignorantes de todo conocimiento militar están haciendo últimamente pues no buscan otra cosa que el continuo menosprecio de quién les venció una vez y lo haría mil veces. La victoria vino de la existencia de un ejército en España donde  el liderazgo de un Caudillo, la organización de sus fuerzas, la moral de victoria y la fe en Dios le hicieron grande.

Me decía no hace mucho un sacerdote historiador que la historia es cíclica y que en España cada cierto periodo de tiempo, desde los tiempos de Recaredo, surge una figura que ha marcado siempre nuestro devenir histórico : Don Pelayo, los Reyes Católicos, Carlos III y Franco  eran algunos de los que me citaba entre otros aunque no muchos más.

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Ese ejército nacional , el de Franco, es el que pervivió hasta 1981, momento a partir del que, bajo el subterfugio de la necesaria modernización e integración en otras organizaciones supranacionales, fue sometido una tremenda transformación que lo hacen irreconocible con su origen. La lectura del libro del que fuera Ministro de Defensa durante 14 años, el socialista Narciso Serra , “la transición militar” , nos da la pista de cuanto se ha hecho en las Fuerzas Armadas desde entonces. Con la debida y entusiasta colaboración de muchos mandos militares , todo hay que decirlo.

Y es así que un ejército que constitucionalmente es institucional – léase el articulo 8 de la CE – se ha convertido en uno simplemente ocupacional sin pena ni gloria.

Oiga, a lo mejor tiene que ser así. Yo no estoy de acuerdo pero son muchos  los que así lo ven y no seré yo quién se posicione en posesión absoluta de la verdad.

Ahora, eso sí : nadie me quita el orgullo de haber pertenecido hasta la muerte del Generalísimo a un ejército pobre y honrado, donde la honra de España era lo primero, donde reinaba una disciplina justa y donde se  rendía lealtad a nuestro mejor pasado, esa que hoy se ningunea con una desvergüenza de escándalo – ¿se acuerdan lo que pasó el día 24 de octubre de 2019 ? –  y que hacen que difícilmente me reconozca en la situación presente. Pero no se preocupen por esto en lo que a mí se refiere.  Ya hace tiempo que me considero de otra época y fuera de esta nueva normalidad cobarde y relativista.

Esperemos que no tengan que transcurrir otros doscientos años – tal como me decía el sacerdote antes citado – para que surja otra figura que represente la esencia de nuestra mejor historia. 

Autor

General Chicharro
General Chicharro