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Uno de lo problemas mas graves y acuciantes que padece la actual democracia, es que no lo es, o, lo es, sólo de manera nominal. Tiene el ropaje constitucional que Karl Loewenstein señalara a aquellas normas supremas -constituciones- que no obedecían al espíritu y necesidades del pueblo; condenadas, por consiguiente, a la distopía y a su vulneración. El traje (constitución) no encajaba en el cuerpo social (idiosincrasia del pueblo).

La doble Babel de nuestro tiempo está en las lenguas y en la confusión de los conceptos; en la ley electoral y en los partidos que la conforman; en las autonomías y la unidad nacional; en la igualdad ante la ley y su practica en función del territorio; en la independencia del poder judicial y sus nombramientos; en la libertad de prensa y su dependencia orgánica del poder; en la Jefatura del Estado y su irrelevante cometido; en la facultad de votar sin saber lo que se vota; en definitiva ahí tenemos el resultado: una clase política cada vez menos preparada para gobernar y más sectaria e ideologizada para destruir y empobrecernos.

En ese magma confuso de la mente, la frustración de la voluntad y la aniquilación del alma; surge el individuo, sin raíz, sin familia, sin freno. Asistimos contemplativos, como se divisa un huracán desde la butaca de un cine, sin recapacitar sobre la realidad de lo que acontece. Llevamos cuarenta años de escalonada caída del estado de derecho, de la seguridad jurídica, de libertad real, de la igualdad de oportunidades, de excelencia educacional, en civismo y respeto. La consecuencia es la trituración de todas las instituciones que, como edificios augustos y necesarios, deben salvaguardar la civilidad, la convivencia en paz, el desarrollo equitativo y el progreso armonioso. 

El tiempo larvado del malestar ciudadano con sus gobernantes; con las ineficaces instituciones, con las corrompidas formas de ostentar el poder; con las promesas sistemáticamente incumplidas; conducen al episódico presente del ¡basta! descarnado, sufrido, rebelde con causa, harto, hiriente y rabioso del pueblo español; incontenible en otros momentos históricos, veremos en éste. La España de “charanga y pandereta; beoda, zaragatera y triste; qué ora y embiste, cuando se digna a usar de la cabeza” retratada en otro tiempo; hoy parece recobrar “el ímpetu del pasado macizo de la raza, de un pueblo que alborea: la España de la rabia y de la idea”.

La política en los partidos está diseñada para ausentarnos de la realidad, instalarnos en un determinismo simplón y excluyente, y en el “democrático”: el pueblo siempre tiene razón y yo represento su voluntad. Sólo la siesta, y la paciente benevolencia del pueblo, entre anestesiado y confundido, ha permitido la turnante trayectoria corruptora a izquierda y derecha. Desde el inicio de la democracia y en virtud de la ley electoral, inconfesablemente no modificada, los dos partidos en el poder, más bien uno, trataron de impedir que surgiera una alternativa decente, patriótica y regeneradora en sus periferias, y al final han parido el aborto del viejo comunismo y la derecha real que representa VOX.
 
Será muy ingenuo el que crea que el PP rectificará. Ni lo ha hecho, ni lo hará, porque nunca ha estado en la batalla ideológica. Solo intentará timar una vez más a los votantes ilusos. Ello no impide que el PP y VOX puedan llegar a acuerdos parciales y concretos como el que ha expulsado al PSOE del poder en Andalucía. Pero nada sería más erróneo y peligroso para VOX que convertir esos acuerdos en una estrategia general o en una política de “amistad” con un partido entregado al relato de la izquierda y cuya permanencia en el poder sólo ha servido para arreglar la despensa del poder, autonómico y general, y la suya propia.

Estando, así las cosas, con una epidemia agravada por la lenidad del gobierno, tanto en cifra de muertos, como en desastre económico, debemos reflexionar en voz alta, con cacerolas, o, a pie; con banderas o con carracas: ¿Cual debe ser la misión, en estos momentos difíciles de España, de la sociedad civil? Contundentemente exigir a los políticos las reglas de Triboniano: honeste vivere; alterum non laedere y sui quique tribuere.

El bipartidismo plutocrático que nos asfixia y confunde, desde hace cuarenta años, es hoy un estercolero que resulta imprescindible limpiar, después de abrir las ventanas y mostrar a la gente la verdadera suciedad y la magnitud del esfuerzo que se requiere. Son siete las urgencias ineludibles, como las siete plagas de Egipto, a las que nos debemos aplicar, sí no queremos ver la nación dividida y el pueblo empobrecido: Urgencia de un ideal nacional; Urgencia de terminar con la inmigración ilegal; Urgencia de modificar el sistema territorial autonómico; Urgencia de acabar con la ideología de género; Urgencia de derogar la Ley de Memoria Histórica; Urgencia de modificar la Ley electoral; y la Urgencia de reconstruir la economía nacional, sin marginados permanentes, ni invitados perpetuos. 

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Sobre estos siete pilares hay que reconstruir el viejo edificio carcomido, ruinoso, ninivesco y, en su mitad, podrido. Otros asuntos como la independencia del poder judicial, la enseñanza en el idioma común (política educativa), la seguridad jurídica, la propiedad, la empresa, la protección y apoyo al mundo rural, la defensa de nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad y el respeto al derecho ajeno, como presupuesto de la libertad, han de encontrar en la sociedad civil o en un movimiento político, VOX, el banderín de enganche.

Coincidiendo con Lord Acton “la libertad no es el poder hacer lo que se quiere, sino el derecho a hacer lo que se debe”. Hay que comprometerse individualmente y que ese compromiso inunde todo el orbe hispano, como uno sólo clamor, grito o sentencia: “no aceptaremos una España pobre y rota; o que por nuestra causa venza la derrota y Dios nos aleje de su mano”.

Jaime Alonso

 

 

 

 

 

Autor

REDACCIÓN