24/11/2024 21:14
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Estos días estamos viviendo con alegre sorpresa cómo suceden hechos sorprendentes que últimamente se echaban de menos en los avatares de la política española, porque cada vez se hace más extraño el triunfo de la Justicia sobre la ignorancia, el sectarismo y la ignominia.

También se convierte en novedad la ejecución de una sentencia dictada por un juez, algo que debería ser lo normal en un estado de derecho.

Estas cosas, a los descendientes de los hermanos García-Noblejas nos llena de orgullo porque así parece abrirse una pequeña ventana de esperanza que permita antes o después que la escasa brisa de aire fresco que penetre por ella consiga neutralizar algo tan infame y falso, como es la mal llamada Ley de Memoria Histórica o de Memoria Democrática, como se la quiere nominar ahora, leyes que en ausencia de concordia trasladan en su redacción la división de los españoles, la agonía de la convivencia, el atávico odio y la partición del suelo patrio.

Ley de Memoria Histórica, qué inmenso error designar así a una ley con ese nombre, la memoria es incompatible con la historia, porque la memoria humana solamente alcanza para conocer lo que sucedió durante su propia vida, son los historiadores que la escriben los que ateniéndose a unos hechos que ellos nunca vivieron los encuentran plasmados en los textos que investigan.

La Memoria Democrática, si es memoria no es democrática cuando se dicta desde el poder en contra del clamor de la mayoría de la ciudadanía.

Estas leyes se han elaborado desde el influjo del poder y se han dictado para falsear acontecimientos ya lejanos y arrojar sus bajos instintos y sus vengativas frustraciones al adversario político, con el insano propósito de convertir a los verdugos en víctimas y a las víctimas en verdugos, deformando a su conveniencia la verdadera realidad de los hechos.

En las dos trincheras que se enfrentaron en la Guerra Civil, hubo combatientes que lo hicieron cara a cara, con valor pero sin odio, y en el frente de batalla aunque corrió la sangre para alcanzar la victoria, en esa sangre derramada nunca rebosó la cólera, el rencor ni el deseo de venganza.

En alguna ocasión y sin saber cómo la Navidad se posó suavemente entre ambos ejércitos, y el ansia de paz en las trincheras hizo enmudecer los cañones rivales.

El deseo de armonía y deseo que se disfrutó en esa quietud navideña fue tan grande que tentando a su destino, los parapetos y barricadas de los dos bandos fueron abandonados lentamente por sus ocupantes, que avanzando despacio con los brazos extendidos como solicitando un mudo y emocionado abrazo fueron caminando hacia sus oponentes para estrechar sus manos e intercambiar pequeños obsequios que endulzaran la Nochebuena, sobre todo tabaco y chocolate.

Así, durante un corto espacio de tiempo las armas enmudecieron respetuosamente y la Navidad desbancó a la guerra cuando la palabra paz significó el saludo al adversario en lugar del insulto y la amenaza.

Alguna lágrima furtiva pero indómita se deslizó de las pupilas endurecidas pero emocionadas de unos hombres preparados para morir.

Al día siguiente, cuando la atrocidad sustituyó otra vez al breve armisticio, quizás más de uno acabó con la vida de quien en la noche anterior había estrechado entre sus brazos doloridos donándole la paz que llevaba consigo.

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Las dos retaguardias fueron lo más vil de esta guerra entre hermanos, y en ellas se aposentaron la peor calaña de maleantes rebosantes de cobardía que por carecer de valor para ir al frente se dedicaron al pillaje, la tortura y el crimen, extrayendo de sus podridos corazones lo peor de sí mismos para conseguir lo que siempre, su enfermiza envidia, había ambicionado.

En las dos trincheras hubo héroes y hubo villanos.

A los que lucharon en cualquiera de ellas, guiados por el valor de sus ideales, sin odio ni rencor y con generosa honestidad en el corazón, nuestro infinito respeto.

A los que pelearon desde cualquier trinchera orientados por su odio y lucraron sus espíritus ebrios de venganza con la perversidad y el sufrimiento del contrario, nuestro infinito desprecio.

Para éstos ni perdón ni olvido.

Los hermanos García-Noblejas Brunet fueron cinco jóvenes audaces de ardiente y generoso corazón, y era el padre un caballero cristiano de bondadoso talante y surtidor de buenas ideas en el sendero otoñal de su vida.

Defendieron sus ideas con fé, brío y valor, con la misma contundencia con la que fueron atacados por poseerlas.

Vivieron por y para sus ideales y por ello entregaron lo más precioso que tenían, su propia vida en plena juventud.

Juventud impulsiva y noble sed de dar”.

Y así uno tras otro fueron traspasando el umbral de la eternidad transformando en leyenda su propia historia.

Los criminales que acabaron con las vidas de tres de los hermanos, Salvador, José y Jesús, durante la guerra, llevaban los uniformes de los dos bandos.

Por eso, los cinco hermanos y su padre representan a todas las víctimas inocentes que perecieron en la contienda civil, lucharan donde lucharan.

Salvador García-Noblejas Quesada, padre de esta heroica muchachada, transitó en su periplo carcelario por la checa de Fomento y la cárcel Modelo de Madrid, y desde una pequeña celda de la galería segunda, planta primera de esta prisión, dejaba volar su imaginación buscando la estela de sus hijos e intentando averiguar su paradero.

A veces recorría en silencio con la única compañía de su sufrimiento, los patios y galerías del frío suelo de cemento turbio y gris que parecían los andenes de una siniestra estación de paso que no conducía a ninguna parte, pero con la esperanza de captar alguna evidencia o noticia, sobre dónde se encontraban sus hijos, que aliviara su pesar.

Su pensamiento fugitivo preguntaba y preguntaba sin obtener respuesta: “¿Sabéis algo?¿Javier?¿Pepe?¿Jesús?¿Ramón?¿Salvador?”

Y quien sabía y quien no sabía le contestaba lo mismo “Ellos saben y cumplen con su deber”, dejando en el aire la respuesta que él ansiaba pero que nunca recibía.

Un día del sangriento mes de Septiembre de 1936, se presentaron ante Salvador los militantes de un criminal piquete de milicianos afiliados al Frente Popular con unas ropas ensangrentadas, y agitándolas delante de él y entre nauseabundas risotadas le escupieron las siguientes palabras: ”Ya hay un García-Noblejas menos”.

Salvador enmudeció ante esa burla profanadora y enseguida comprendió que hablaban de su hijo más pequeño, Salvador, de veintitrés años de edad.

Todavía no se había enterado de la desaparición de José ni dónde estaba Jesús, el mayor de todos ellos.

Javier y Ramón estaban encarcelados.

Posteriormente a Salvador padre le trasladaron a la cárcel de Porlier y de allí le transportaron a Paracuellos del Jarama, donde fue fusilado el 4 de Diciembre de 1936 en la última saca represora de presos.

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Tenía 59 años de edad.

En la siniestra retaguardia republicana de Madrid también hubo buena gente que con heroico comportamiento salvaron la vida a sus adversarios.

Julián Besteiro, Melquiades Álvarez, asesinado por los milicianos en la cárcel Modelo el 28 de Agosto de 1936 en el incendio que ellos mismos provocaron, pero sobre todo, fue Melchor Rodríguez el máximo exponente y heroico benefactor que más vidas salvó, al suspender las sacas de presos para su fusilamiento el día 5 de Diciembre de 1936.

El chequista y pistolero criminal, Agapito García Atadel, socialista que perteneció a la motorizada, escolta personal de Indalecio Prieto, la tenebrosa y también socialista Margarita Nelken, el sanguinario anarquista de la checa del Cine Europa, Felipe Sandoval, y los responsables de los fusilamientos de presos, los comunistas José Cazorla, Segundo Serrano Poncela, que era el que firmaba las órdenes y sobre todo Santiago Carrillo Solares, fueron los auténticos responsables de los crímenes de aquellas ordas infrahumanas constituidas por malhechores como ellos que se emplearon con toda la maldad que poseían para acabar con la vida de sus contrarios.

Todos los aquí nombrados eran republicanos, revolucionarios, de izquierdas, anarquistas, comunistas o socialistas, y casi todos ellos ateos profundos, pero unos enviaron a la muerte a cuantos pudieron y otros en cambio salvaron las vidas de todos aquellos contrincantes que pudieron rescatar de la muerte.

Los hermanos Javier y Ramón García-Noblejas fueron los únicos varones que sobrevivieron la Guerra Civil española.

Así cuenta su madre, Laura Brunet, la emotiva escena en que su hijo Javier le dice que se enrolan en la División Azul para luchar en el frente ruso.

Yo recuerdo a Javier el día que se marchó. El día anterior me dijo que se iba a la División Azul”.

Yo le dije – hijo mío – ¿No crees que con la muerte de tu padre y de tus hermanos ya hemos servido a España?”.

Me respondió acerado y sereno – A España no se la acaba de servir nunca”.

Nada dije, pero mis entrañas se estremecieron y les dejé partir…”

Mis hijos, en su entrega al servicio de Dios y de España, me causaron y me donaron el mismo temple…”.

Ellos pudieron quedarse en España y vivir una vida fácil sin contratiempos, pero marcharon a Rusia tras la bandera de lo que ellos creían su deber, quizá para saldar cuentas con su implacable destino.

Gabriel D´anuncio escribió “Siamo trenta de esta sorte, trenta uno con la morte.”

Así sencillamente cantó el poeta la fácil camaradería del heroísmo con la muerte, y así lo entendieron ellos.

La muerte para ellos nunca fue un castigo, simplemente fue la llamada del deber obligado al cumplimiento debido.

Así se sometieron al riesgo y la gloria sin titubear con la abnegación.

Este artículo está basado en el libro “Semblanza de la familia García-Noblejas Brunet”, escrito por el autor de este texto.

Autor

REDACCIÓN