21/09/2024 03:48
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Vuelvo a ver la irregular pero interesante serie documental, sexteto de capítulo, Discovery Max, Megaestructuras franquistas. Y leo con verdadero y deleitoso interés la serie de estupendos artículos sobre el asunto de Miguel Sánchez en nuestro común digital, ECDE. Como no podía ser de otra manera, hondísima discrepancia. Con Miguel (al que tanto valoro en el asunto de las timovacunas covidicias) y con la inmensa mayoría, intuyo, de los lectores de este diario.

Una megaarquitectura humillante, revanchista y bastante fea

Tras la injusta victoria, a partir del primero de abril de 1939, el quehacer arquitectónico y urbanístico del despótico nuevo régimen se convirtió en una actividad esencialmente política sometida a las necesidades, a mayor gloria, del “Novísimo” y Revanchista y Monstruoso Gran Leviatán que se pretendía encumbrar. Todo ello a través de una concepción organicista ampliamente teorizada, solidificada y expresada con transparencia, sobre todo, en lo simbólico. Los arquitectos e ingenieros simpatizantes con la Gran Causa del protofranquismo – dictadura eclesial-militar impregnada de dejos fascistoides, sin más – erigieron el cuerpo de una nación que se creía resurgir redimida, inmaculada, «sin rojos ni masones ni adúlteras». Ni locas ni madres solteras, tampoco, imagino.

Se trataba, pues, de edificar el continente material, además de recordar al vencido enemigo quién había ganado y quién iba a mandar de ahora en adelante. Elefantiásicas y estéticamente (muy) mediocres estructuras arquitectónicas que pudieran encarnar los «valores eternos del alma de España». Sic. Resic.

“Encarnando” una fantasmal suerte de  difuso espíritu patrio que los masonazos habían procurado borrar durante la infausta y criminal segunda experiencia republicana: construir un cuerpo acorde con la dizque grandeza española que habría de adquirir especial fastuosidad en Villana y Cortesana (remedando la frustrada Germania nazi): Madrid, la capital imperial de la Nueva España. Megaestructuras franquistas, entonces, burda y vil politización de la arquitectura y del urbanismo. Otra forma más de humillar al perdedor (por cierto, para que no haya dudas: si hubiesen ganado los «republicanos», lo mismo pero al contrario: en ese caso, siniestro y repulsivo estilo arquitectónico sovietizante o abiertamente soviético).

Los arquitectos, putitas de la dictadura franquista

Ya desde el inicio, el megalómano y zumbado horror propagandístico de la arquitectura protofranquista. Los Servicios Técnicos de Falange organizaban la Asamblea de arquitectos en la ciudad de Carapolla. Cuchipanda capitaneada por Pedro Muguruza, inaugurada por el nuevo alcalde, Alberto Alcocer, y frecuentada por la corrupta y farisaica flor y nata de la profesión. Y pocos meses después, antes de que concluyese el año, los mismos Servicios Técnicos del partido fascista publicaban las Ideas generales sobre el Plan Nacional de Ordenación y Reconstrucción. « A nueva política, nueva arquitectura», grosso modo.

Y ya lo había sintetizado con nitidez el diario Arriba,  haciéndose la picha un lío, en uno de sus artículos: a toda «arquitectura de la política» debía corresponder una clara «política de la arquitectura». El motor que debía mover todo aquello devenía igualmente despejado: conseguir «el bien nacional y servir con ahínco al Nuevo Estado». Los arquitectos bandarras, cual baratas ramerillas: de  profesión liberal a transformarse en una actividad dependiente de los monstruosos engranajes estatales. Y paraestatales. «Hacer patria, hacer arquitectura en su más amplio concepto». Para despollarse, la forma de prostituir cualquier profesión. Putitas del Gran Leviatán y del Gran Capital: arquitectos, matasanos, milikitos, maderos, profes, perrodistas…Lo que toque: lacayada, pues. Tantas veces, cipayada. «Al servicio de la patria». Blablabla. Patriotismo – como globalismo-, basto refugio y risible pretexto de tanto canalla. Chupaculismo extremo, pues.

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Arquitectura y urbanismo: liberticidas ecos/eructos “imperiales”

Putrefacta y corrompida arquitectura (como hogaño, con la PLANDEMIA, por ejemplo, los sanitarios del W.C: por cierto, toc toc, neofranquista: el poliovirus no existe, fue el tóxica y letal y yanqui DDT, Dicloro Difenil Tricloroetano: en el ínterin, mentira oficial vencedora, el franquismo timovacunando a cascoporro contra fantasmáticos “virus”: ¿les suena?). Inequívoco carácter totalitario, pues, arquitectura con una tragicómica disposición al encuadramiento – prietas las filas, coño – y a la jerarquía que tan bien encajaba con el chusquero sector falangero del régimen. «Imperial», más descojone. De hecho, la fascistización oficial de la arquitectura no sólo quedaba clara en esta tendencia totalitaria que vertebraba la disposición legal antedicha, sino que se explicitaba en el ambiguo «criterio arquitectónico nacional-sindical» al que se aludía en el antedicho Plan Nacional (¿ nacio-anal? y, por encima de todo, en la adscripción de la Dirección General de Arquitectura al Ministerio de la Gobernación: por supuesto, el nazi Serrano Suñer, al mando. «Señor, sí señor, como si te zumbas a la mi mujer. Todo por la patria».

El gusto falangista, ains. El disgusto, más bien. Un gusto «sobrio, austero, clásico, sencillo y decoroso». ¿Cómo se traduce esto arquitectónicamente? Pues lo que te digan. A callar y obedecer. No estaban, dizque, los tiempos de absoluta devastación y miseria (física y moral), para «cubismos y psicopatologías estéticas». A cambio, el estilo arquitectónico de la Nueva España debía definirse por la severidad, la rigidez y el geometrismo, siendo la suya la musa inspiradora de Juan de Herrera. Por supuesto, el «imperial» Escorial, ineludible referencia. «Sobriedad y la espiritualidad castellanas, y reflejo de la edad de oro del Imperio nacional». Joder, qué pomposo se pone el facherío cuando quiere (igualito que la zurdería).

Estilo imperial de escurialense y pútrido raigón, infecto flamear de trapos (banderas, llamadas) de media España contra la otra. Tomar la inspiración del pasado para “encuadrarlo en fórmulas nuevas”. Dando a todas horas la tabarra con «mártires» y «traidores»: añorando la presencia de los “caídos”, mientras se cimentan monumentos funerarios solo para los de un bando (¿Cuelgamuros, feísimo y acabado símbolo de «reconciliación nacional»? ¿Fachaventura, mejor, entonces? Juas).

Nunca volvieron las “banderas victoriosas”, menos mal

La España redimida, el mismísimo Dios señalando a la demediada  Bozalistán (antiguamente, España) una “trascendente misión” reflejada en su arquitectura, ideas políticas de Totalidad Nacional (paradójica y aporéticamente, excluyendo a la mitad de los españoles) que se habían reconquistado en la » Gloriosa Cruzada». Lo dicho, banales y venales pompa y circunstancia.  Monumentalidad neoclásica española, expresión de la grandeza de la «invicta nación» en una suerte de reactualización triunfalista de la posguerra (otra vez el turbio eco del nazismo que había recuperado a figuras de la talla del magnífico Karl Friedrich Schinkel).

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Se trataba, claro está, de organizar el espacio, pero no sólo. Hibridando, fundamentalmente, dos concepciones: orgánica y funcionalista. Pavorosa pobreza de materiales mediante. Y gotitas, gotones más bien, oscurísimas reminiscencias historicistas. Y con floridos y floreados y explícitos mensajes ideológicos que incidían en el supuesto momento que vivía España y en el papel que, esta vez, tenían los urbanistas en el Nuevo Leviatán. «En esta hora solemne nos vemos obligados a elevar nuestra voz para expresar nuestra voluntad de creación, de dominio, de imperio, y estimamos indispensable encauzar los problemas nacionales con esta máxima altura de la visión orgánica, universal e inmortal». Lo dicho, flatus vocis.

Debían congregarse, dizque, “la perfección técnica más alta de los tiempos de vanguardia” con la responsabilidad derivada de cumplir la más noble Causa; y, por otro, el sentido artístico y el «genio particular de lo español». El urbanismo (toda la ingeniería en general), del mismo modo que la arquitectura, sórdido rendez-vous a unos fines y objetivos ultra-jerárquicamente teledirigidos. Desde El Pardo y más allá.

Estricta y angostamente funcional: económica y espiritualmente dirigido todo «a la plenitud de perfección orgánica, a mayor gloria del Caudillo”. Sic. Resic. Ni laica, ni liberal, ni internacional. Vade retro. De esos rojos y judíos y masones, nada de nada. Todo al (hipocritón)  servicio a Dios, a España y a su propio destino: hacia lo más elevado de imprecisas metas imperiales (lo mejor del Imperio: ¿haberlo perdido?)

Siempre contra los tiranos, de aquí o de fuera

Siniestro todo. Eso sí, en el ínterin, muerte de la arquitectura libre, libérrima. Muerte durante el franquismo, como hoy, de la libertad. Ya no eran posibles las libertades individuales en una Nueva España con ambiciones totalitarias. Ni en la  arquitectura ni en ninguna otra profesión. Lo dicho en tantas ocasiones: la división tampoco es entre soberanistas y globalistas. La escisión, tajante e innegociable sima: libertad contra tiranía. Como comprenderán, me importa un kojón (prieto) que mi déspota sea  de los » míos» o de los «otros».

…Fuera, siempre, dictadores. Nacionales (Franco). O globalistas (Sánchez). Non Serviam. En fin.

Autor

Luys Coleto
Luys Coleto
Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.