22/11/2024 00:44
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Narciso va a la fuente hasta mirarse:

qué ufano está al fin con sus pantalones.

Los compró en Zara & Mango, ¡de cojones!

Narciso se remira hasta jactarse.

 

Querría conquistar a tías buenas.

Querría conquistar a tíos buenos.

Narciso vive a tope, y lo que menos

mola a Narciso es compartir las penas

 

con quienes sufren hoy, crucificados.

Si toca pub o fiesta, ¡en hora buena!

La marcha que te cagas, colocados…

 

Liturgia de la noche, ¡noche buena!

La noche está que arde, ¡está que atruena…!

Los ojos de Narciso, qué extraviados…

 

(La marcha que te cagas, ¡las tías buenas!…)

 

(De mi libro Tú eres mi copa: Cam-PDS- Editores, Las Palmas de Gran Canaria, 2019.)

En verdad, son tan monstruosa y vampíricamente malignos los perversos narcisistas y los psicópatas socialmente integrados, que una de las perplejidades que suscita todo el despliegue de su maldad no es otra que la de considerar si tiene alguna razón de ser, alguna utilidad, alguna eficacia, una vez uno los ha desenmascarado, echarles en cara lo que son, cuando la ocasión lo amerite.

He leído y escuchado a un buen número de expertos -y es la respuesta que yo mismo me he acabado formulando y otorgando-, que más bien no, que de nada serviría el echarles en cara lo monstruosamente dañinos que son. Porque o te lo niegan todo, lo exculpan todo, o te acusan directamente a ti de ser eso mismo que dices de ellos. O se victimizan (se autovictimizan).

Conozco al respecto uno de los consejos número uno del considerado mayor experto en psicópatas en el mundo (el canadiense Robert Hare): «Cuando descubres en tu entorno vital a un psicópata, pon la primera y sal de ahí».

Dignos hijos e hijas putativos del mitológico Narciso, inmorales o amorales, como el helénico Narciso son arrogantes hasta lo indecible, adoradores de sí mismos, encerrados en su propio odio, fríos, resentidos, vanidosos, envidiosos y celosos patológicos, iracundos, maquiavélicos, mentirosos compulsivos, seres sin alma, sin conciencia moral, sin empatía emocional, sin sentido de la culpa y sin capacidad de remordimiento ante el sufrimiento psicológico y moral que causan a sus víctimas inocentes, sin capacidad de perdonar, insisto en que, pese a lo que yo mismo he leído y escuchado de la voz autorizada de un buen número de expertos, ¿en verdad uno no tendría otra opción que la del contacto cero con estos despreciables, depravados e infernales seres que, de humanos, en verdad tienen poco?

Paranoicos y siempre mentirosos y manipuladores a la búsqueda permanente del aplauso reverencial del otro -al que no tratan como a un , dicho en claves personalistas, sino como una cosa o instrumento de usar y tirar-, desconocedores del verdadero sentido de la justicia, desde luego cualquier persona normal puede darse perfecta cuenta de la clase de monstruos perversos que son estos seres trastornados radicalmente envilecidos, moralmente hablando. Cualquier persona puede tomar conciencia de todas sus mentiras, falsedades, maquinaciones, malas intenciones, contradicciones, estrategias de manipulación y de violencia psicológica. Sin embargo, aunque se haya descubierto al monstruo sin ningún género de dudas, ¿debe uno callar?

Por lo demás, la persona con trastorno narcisista o psicopático de la personalidad merece un castigo, pero ¿no nos conviene ni siquiera echarle en cara
lo dañina que es, lo mentirosa, manipuladora, hostigadora, tóxica, malvada, engreída, vanidosa ruin, vil y maltratadora que es? Aunque nos muramos de ganas al sabernos asistidos por la verdad, ¿no debemos ni echarle en cara lo soberbia que es, lo altanera, lo desagradecida lo solipsista, lo maquiavélica?

Cerrados al auténtico amor (¿aman en verdad a alguien estos seres oscuros y perversos?), incapacitados para el amor y para la empatía, estos seres que parecen ángeles pero que son demonios, estos lobos disfrazados con piel de cordero, desquician a sus víctimas: les faltan al debido respeto hasta tal extremo o ignominia que, mientras las manipulan, lastiman, dañan, humillan, acosan, lo único que cabe esperar de ellos maltratadores trastornados es que nieguen todo maltrato, lo excusen, lo justifiquen, o, en el colmo del cinismo y la perversidad, se lo endilguen a la propia víctima.

Conscientes de sus deficiencias emocionales, los narcisitas malignos y los psicópatas integrados odian y envidian la bondad del otro, el código ético y moral del otro, la empatía emocional ajena, la capacidad de generosidad del otro, la sensibilidad y bondad de sus víctimas. Y así, no pueden amar: huérfanos del amor porque no han conocido en verdad la experiencia de ser amados.

Desgraciados, en sentido etimológico (sin gracia, cerrados totalmente a la acción santificante del Espíritu Santo), destiladores de odio, te desquician haciéndose pasar por personas excelentes, refinadamente serviciales, moralmente eximias, cuando lo cierto es que están huecas por dentro, sin fondo, sin substancia, sin una auténtica experiencia de Dios. Mera máscara, simple fachada, solo un constructo de cartón piedra. Y para siempre, porque estas personas no cambian, además no desean cambiar, no desean abrirse a la emoción y al amor que humanizan.


Ciertamente, la perversidad de estos seres malignos, capaces de ocasionar un daño a sus víctimas que no está en los escritos, desespera a sus presas, a menudo hasta el extremo de que estas se sienten impelidas a querer como gritarles en la cara: «Canalla, deja ya de lastimarme. Narcisista o psicópata de mil pares de demonios, malnacido, para ya de hacerme daño con tus sibilinas estrategias de control y de violencia psicológica. Ya está bien, ¿o es que no has tenido ya bastante? ¿Cómo es que te piensas que soy tan tonto que no me doy cuenta de tu perversa, tóxica y dañina
movida? No te tolero ni una acción más de violencia psicológica contra mí. ¿Es que no te das cuenta, a la vez del daño que me haces, de que ya te he desenmascarado, de que ya he descubierto todo tu edificio o montaje de mentiras, manipulaciones, tergiversaciones, difamaciones, odio, resentimiento, envidia, celos, maldades, ausencia de empatía y carencia de remordimiento ante el sufrimiento que causas al otro? ¿Es que te crees que me chupo el dedo y que no me doy perfecta cuenta de que acaso por complejo de inferioridad y por tu baja autoestima y por tu vacío interior has acabado construyendo un falso ego grandioso con el único propósito de manipular, dominar, doblegar, avasallar, lastimar y hacer daño psicológico y moral a tus víctimas, creyéndote siempre con derecho a hacerlo, pues no en balde por tus delirios de grandeza te sientes el mejor, el número uno, un ser especial y de excepción entre todos los seres?

Tengo entendido que nunca tienen bastante. En este sentido, son insaciables: carentes de empatía emocional, vampirizan a sus víctimas para obtener de ellas el combustible, la gasolina con que aliviar la vacuidad emocional de sus vidas.

Y nunca piden perdón. Y nunca se arrepienten ni sienten la menor empatía o culpa ante el sufrimiento que causan a sus presas inocentes. En apariencia ufanos con el
falso yo endiosado que se han construido, desde el cual miran con desprecio al resto de personas, ¡lo más normal ante la violencia psicológica que perpetran contra sus víctimas inocentes es pretender hablarles, intentar razonar con ellos, pedirles explicaciones, rogarles que cesen en su maldad…!

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Todo inútil: al parecer, disfrutan haciendo sufrir a sus víctimas; se sienten importantes,
endiosados, empequeñeciendo a sus presas. Y porque ni la apertura a la verdad ni la lógica ni la razón ni la asertividad ni la transparencia ni la sinceridad ni la buena disposición ni el sentimiento de amor, fraternidad y amistad para con su interlocutor están en la mente del trastornado narcisista o psicopático, en esos espacios y momentos de posible diálogo.

En todo caso, diálogo de sordos: al psicópata integrado y al narcisista maligno solo les interesa avasallar a su interlocutor (víctima o presa de su violencia psicológica); imponer sus razones por las buenas o por las malas (casi siempre por las malas); hacerle experimentar, a su víctima, que él es superior, un ser que siempre está por encima y que ni siquiera está en el deber de dar explicaciones de sus actos.

Y créanme -que lo conozco por experiencia personal como víctima de algunos de estos monstruos desalmados-: para avasallar a su interlocutor, a su presa, no ahorrarán marrullerías, trampas y juego sucio: hostigamiento, insultos, manipulaciones, difamaciones, tergiversaciones, amenazas veladas o manifiestas, miradas reptilianas y como hipnotizantes (la inimitable mirada del psicópata o narcisita maligno: fría, distante, vacía, como perdida en un punto indefinido; la mirada de alguien que te mira sin mirarte, al carecer de calor humano, de empatía emocional).

Siempre pendientes de ser el centro de atención, el ombligo del mundo, y de mantener impoluta su reputación como personas encantadoras (esa máscara que se han construido en reemplazo a su yo real herido), nunca jamás van a reconocer ni errores ni culpas propios; la culpa y el error siempre son de los otros, por más palmario u obvio que sea que ciertas culpas y errores son achacables al trastornado. Y así, siempre, sin excepciones.

Insisto: me entristece sobremanera el tomar conciencia de lo que me parece que recomiendan los expertos: no entres en su juego; contacto cero; haz las maletas y huye; pon tierra de por medio; no quieras razonar con un ser manipulador y mentiroso a tope (y dañino, tóxico, contumaz lastimador…) y que desprecia toda razón, todo amor a la verdad, toda búsqueda sincera y auténtica de Dios, toda empatía y todo sentido de humanidad, y que únicamente iría a cualquier diálogo posible con sus víctimas pertrechado con las herramientas de la manipulación, el acoso, la culpabilización de sus presas, la violencia psicológica contra estas.

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Todo esto es muy amargo, sin duda. Te produce enojo que un ser tan trastornado, tóxico, destructivo y dañino vaya por el mundo con delirios de grandeza, perdonándote la vida, cuando no es más que un pobre hombre (varón o mujer) atrapado en su propio odio, en su propia vacuidad, en su envidia patológica, en su falso ego endiosado. Solo que por mucho enojo que te produzca, por mucha perplejidad y enfado que te ocasione que cada vez que has intentado dialogar con una persona trastornada narcisista o psicopáticamente, esta te haya manipulado, desquiciado, avasallado, infravalorado, despreciado, el contacto cero se presenta como la única vía eficaz posible.

Contacto cero contra el que amenazan esa rabia que he dicho, ese disgusto, esa perplejidad, ese como no querer que el maligno se salga con la suya. Pero no debemos desesperarnos al respecto: ni el psicópata integrado ni el narcisista perverso se saldrán finalmente3 con la suya, toda vez que tarde o temprano pagarán, en esta vida, por todo el mal que se empeñan en hacer, inmisericorde, impenitentemente. Pagarán. Porque, dicho con la antropología filosófica de san Juan Pablo II (cfr. Mi visión del hombre: Madrid, Palabra, 1997), si el bien nos construye, el mal nos destruye. Solo que el ritmo de los tiempos es de Dios: Dios sabe lo que hace.

Solo que desde luego el mal no triunfará, sino el bien, por más que los tiempos de Dios no coincidan en efecto con los nuestros. Y ello signifique, esa no coincidencia, que igual debemos estar preparados para seguir sufriendo la injusticia, la maldad, la ruindad y el daño moral y psicológico todo que se van a empeñar en seguir ocasionando estos seres perversos. Los más malvados de los seres humanos, en palabras del experto psicoterapeuta y doctor en Psicología Iñaki Piñuel y Zabala.

Insisto: traten de imaginar cómo para mí, que soy un hombre temperamental, los psicópatas integrados o narcisitas perversos que han pasado por mi vida me han debido desquiciar con sus mentiras, manipulaciones, tergiversaciones, maldades, ruindades, odios, envidias, resentimientos, superficialidades, deseos de venganza, vacuidad moral, axiológica y existencial…

Traten de imaginar cómo he podido llegar a sentirme cada vez que, al intentar dialogar con cada uno de ellos, se descubre desde el instante uno que la verdad, la lógica, la asertividad, la cordialidad y la razón les importan un pepino y que, por ende, van a manipular el diálogo: ver y escuchar lo que les interesa, exclusivamente; desechar todo lo restante que no interesa a sus fines. Los cuales son siempre perversos, dañinos, tóxicos, malintencionados, presididos por la avaricia, el odio, la incapacidad de amar y de empatizar.


En efecto:
sin cordialidad no puede haber diálogo. Sin asertividad no puede haber corazón ni logo. Ergo, con una persona trastornada con trastorno narcisita o psicopático de la personalidad no puede haber diálogo porque en el trastornado solo hay mala fe, deseo de hacer daño, deseo de humillar, propósito de avasallar, intención de inflar su falso ego endiosado, intención de sanar su vacío existencial y su baja autoestima a base de complejo de superioridad y delirios de grandeza, intención de sentirse superiores a base de avasallar a sus víctimas y hacérselo saber a estas.

En fin: qué campos de sufrimiento y desolación va dejando un monstruo de estos a su paso por la vida, a su paso por este mundo. También se dice, y no por decir meramente una opinión en plan
opinionitis sino que es un dato consensuado en la comunidad científica, que cuando llegan a la vejez, ni que decir que sin haberse arrepentido en ningún momento de su maldad, aparecen aún más, si cabe, llenos de odio, resentimiento, ira y envidia patológica. Entonces o a la sazón se habrán vuelto insufribles, insoportables: solos ya, sin poder de seducción, y sin el apoyo de prácticamente nadie, huidos ya incluso sus monos voladores, toda vez que tras una existencia vivida sin empatía alguna y sin conciencia moral sembrando sufrimiento por todas partes, «ya no se aguantan ni ellos mismos».

Y los demás tampoco, ciertamente: prácticamente todos se habrán marchado ya de su lado. Y el trastornado narcisita o psicopático se acabará ahogando en su propio vómito de odio, resentimiento, maldad y envidia. Colapsará (afirman de manera consensuada los expertos en estos asuntos).

Y así las cosas, como que para una vez se cumpliera el acerto popular: quien siembra vientos, recoge tempestades.

Autor

REDACCIÓN