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Yo llevo puesta mi mascarilla siempre que salgo de casa. No quiero contagiarme con el dichoso virus, ni contagiar a nadie, si es que llegara el caso, que Dios no lo quiera. Y como yo creo que deberían hacerlo todos los ciudadanos de este país, en un acto de responsabilidad cívica y sanitaria. Pero de ponerse la mascarilla a hacer el gilipollas, hay una línea muy delgada, y como en España esto último, es decir, hacer el tonto, se nos da de maravilla, pues esa línea fina la traspasamos hace ya mucho tiempo, y de largo.
Y la prueba más evidente de ello es eso que se ha dado en llamar mascarillas personalizadas, que es un eufemismo usado para expresar lo que es una evidencia: que el personal, con su mascarilla reglamentaria, va haciendo el imbécil por la calle, sin que se le caiga la cara de vergüenza por ello. Las hay con banderas, escudos, dibujos y las decoraciones más grotescas que uno pueda imaginarse.
Voy a intentar explicarme: la mascarilla es el símbolo externo de la negligencia de un Gobierno nefasto que, con su mala fe, ha llenado nuestra nación de muerte y desgracia. Poner dibujitos en ella es la señal palpable de que el Gobierno nos ha ganado la partida y que, además de tenernos encerrados en nuestras casas y llenar de miedo nuestras almas, ha conseguido que asumamos dóciles nuestro cruel destino, y por eso bromeamos con la mascarilla.
Por poner un ejemplo, es como si un marido, al que constantemente engaña su mujer, consciente el hombre de que los cuernos le acompañarán de por vida, y que la gente lo sabe, decidiera adornar su cornamenta con dibujos variopintos o adornos florales, por decir algo, y así podría salir a la calle ufano, pues la gente, al cruzarse con él por la acera, podría decir, los cuernos que lleva el colega son descomunales, pero con los adornos que les ha puesto le quedan muy graciosos.
Y luego hay situaciones esperpénticas, como la otra tarde, que iba yo dando un paseo por la ciudad en la que resido, y me crucé con un negro (porque era negro, no lo sé decir de otra manera), que medía el tío casi dos metros de altura, y llevaba el artista una mascarilla verde con el emblema de la Guardia Civil, y yo pensé para mis adentros, si el Duque de Ahumada levantara la cabeza, se moría otra vez, pero no de coronavirus, sino de repente, porque pensaría el buen hombre que vaya tela, fundar el Benemérito Instituto para esto…
Por eso yo nunca pondré en mi mascarilla nada, ni banderas de España, ni el escudo de mi equipo de fútbol, ni ninguna gilipollez por el estilo. La llevaré blanca, para protegerme de contagios, y además ahora, que es obligatorio llevarla, me permite ir maldiciendo a Pedro Sánchez, sin que se me note, aunque ojalá algún día pueda quitármela de una vez, para seguir maldiciendo a Pedro Sánchez, y que se me note.
Autor
- Blas Ruiz Carmona es de Jaén. Maestro de Educación Primaria y licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación. Tras haber ejercido la docencia durante casi cuarenta años, en diferentes niveles educativos, actualmente está jubilado. Es aficionado a la investigación histórica. Ha ejercido también el periodismo (sobre todo, el de opinión) en diversos medios.
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