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Buscando “antídotos” para olvidar el encierro que todavía vivo por el criminal “virus comunista”, que no acaba de abandonarme y rebobinando mi mente me topé con algunas frases que han pasado a la Historia y se han hecho populares, aunque a veces el que las cita o las pronuncia no sabe ni quién las dijo, ni dónde, ni cuándo… es el caso de algunas de las que me he señalado y con las que ya estoy trabajando para ustedes, mis lectores del domingo.

¿Quién dijo “Ser o no ser, esa es la cuestión”? ¿Quién dijo “Alea iacta est”? y cuándo y en qué momento ¿Quién dijo “pienso luego existo”? ¿En qué obra se dice en algún momento “Fuenteovejuna, todos a una”? ¿Quién no ha oído alguna vez lo de “volverán las oscuras golondrinas”?

Pues, para no perder tiempo hoy les voy a responder a la primera pregunta: ¿Quién pronunció y quién escribió la famosa frase “Ser o no ser, esa es la cuestión”?.

La frase la incluyó el autor de “Hamlet”, el grandísimo William Shaquespeare, el más grande de todos los tiempos, y la pronunció el mismísimo príncipe de Dinamarca, el protagonista de la obra.

Y lo hace en el capítulo Tercero, escena IV. “Hamlet” se publicó por primera vez en Inglaterra en 1603 y se representó por primera vez en la capital inglesa en 1609.

Texto completo escena IV

HAMLET, OFELIA

 

Hamlet

Ser, o no ser, ésa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?… Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir… y tal vez soñar. Sí, y ved aquí el grande obstáculo, porque el considerar que sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, es razón harto poderosa para detenernos. Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la insolencia de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito de los hombres más indignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios? Cuando el que esto sufre, pudiera procurar su quietud con sólo un puñal. ¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de una vida molesta si no fuese que el temor de que existe alguna cosa más allá de la Muerte (aquel país desconocido de cuyos límites ningún caminante torna) nos embaraza en dudas y nos hace sufrir los males que nos cercan; antes que ir a buscar otros de que no tenemos seguro conocimiento? Esta previsión nos hace a todos cobardes, así la natural tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia, las empresas de mayor importancia por esta sola consideración mudan camino, no se ejecutan y se reducen a designios vanos. Pero… ¡la hermosa Ofelia! Graciosa niña, espero que mis defectos no serán olvidados en tus oraciones.

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Ofelia

¿Cómo os habéis sentido, señor, en todos estos días?

Hamlet

Muchas gracias. Bien.

Ofelia

Conservo en mi poder algunas expresiones vuestras, que deseo restituiros mucho tiempo ha, y os pido que ahora las toméis.

Hamlet

No, yo nunca te di nada.

Ofelia

Bien sabéis, señor, que os digo verdad. Y con ellas me disteis palabras, de tan suave aliento compuestas que aumentaron con extremo su valor, pero ya disipado aquel perfume, recibidlas, que un alma generosa considera como viles los más opulentos dones, si llega a entibiarse el afecto de quien los dio. Vedlos aquí.

Hamlet

¡Oh! ¡Oh! ¿Eres honesta?

Ofelia

Señor…

Hamlet

¿Eres hermosa?

Ofelia

¿Qué pretendéis decir con eso?

Hamlet

Que si eres honesta y hermosa, no debes consentir que tu honestidad trate con tu belleza.

Ofelia

¿Puede, acaso, tener la hermosura mejor compañera que la honestidad?

Hamlet

Sin duda ninguna. El poder de la hermosura convertirá a la honestidad en una alcahueta, antes que la honestidad logre dar a la hermosura su semejanza. En otro tiempo se tenía esto por una paradoja; pero en la edad presente es cosa probada… Yo te quería antes, Ofelia.

Ofelia

Así me lo dabais a entender.

Hamlet

Y tú no debieras haberme creído, porque nunca puede la virtud ingerirse tan perfectamente en nuestro endurecido tronco, que nos quite aquel resquemor original… Yo no te he querido nunca.

Ofelia

Muy engañada estuve.

Hamlet

Mira, vete a un convento, ¿para qué te has de exponer a ser madre de hijos pecadores? Yo soy medianamente bueno; pero al considerar algunas cosas de que puedo acusarme, sería mejor que mi madre no me hubiese parido. Yo soy muy soberbio, vengativo, ambicioso; con más pecados sobre mi cabeza que pensamientos para explicarlos, fantasía para darles forma, ni tiempo para llevarlos a ejecución. ¿A qué fin los miserables como yo han de existir arrastrados entre el cielo y la tierra? Todos somos insignes malvados; no creas a ninguno de nosotros, vete, vete a un convento… ¿En dónde está tu padre?

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Ofelia

En casa está, señor.

Hamlet

Sí, pues que cierren bien todas las puertas, para que si quiere hacer locuras, las haga dentro de su casa. Adiós.

Ofelia

¡Oh! ¡Mi buen Dios! Favorecedle.

Hamlet

Si te casas quiero darte esta maldición en dote. Aunque seas un hielo en la castidad, aunque seas tan pura como la nieve; no podrás librarte de la calumnia. Vete a un convento. Adiós. Pero… escucha: si tienes necesidad de casarte, cásate con un tonto, porque los hombres avisados saben muy bien que vosotras los convertís en fieras… Al convento y pronto. Adiós.

Ofelia

¡El Cielo, con su poder, le alivie!

Hamlet

He oído hablar mucho de vuestros afeites y embelecos. La naturaleza os dio una cara y vosotras os hacéis otra distinta. Con esos brinquillos, ese pasito corto, ese hablar aniñado, pasáis por inocentes y convertís en gracia vuestros defectos mismos. Pero, no hablemos más de esta materia, que me ha hecho perder la razón… Digo sólo que de hoy en adelante no habrá más casamientos; los que ya están casados (exceptuando uno) permanecerán así; los otros se quedarán solteros… Vete al convento, vete.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.